El movimiento sindical no tiene pausa. La emergencia sanitaria hizo mucho más difíciles sus tareas cotidianas, pero estas nunca se interrumpieron. Con fuertes vientos en contra, no sólo resistió, sino que supo abrir caminos nuevos para el conjunto de la sociedad, como lo había hecho durante la dictadura y en muchos otros períodos de la historia uruguaya.

La crisis vinculada con la pandemia de 2019 causó graves caídas del trabajo y el salario, pero no fue la única causa. El actual gobierno nacional llegó con intenciones declaradas de ajuste, “flexibilización” y recortes a los derechos de los trabajadores. La forma en que afrontó la covid-19 fue coherente con esos propósitos, y con una visión de la economía y la sociedad que prioriza intereses muy distintos de los que defiende el PIT-CNT.

En ese marco, y en el de una dura campaña de difamación, la central no quedó a la defensiva ni se limitó a batallar por los trabajadores sindicalizados. En todo momento incluyó en sus reclamos a quienes eran más vulnerables ante la crisis y, cuando la ley de urgente consideración (LUC) trajo consigo importantes retrocesos, se atrevió a encarar, junto con muchas otras organizaciones sociales, una campaña de recolección de firmas que muchos consideraban inviable.

Los 135 artículos de la LUC que se quisieron derogar quedaron en pie, pero la campaña por el referéndum dejó saldos muy positivos. La hazaña de lograr casi 800.000 firmas y la movilización por el Sí en todo el país les quitaron la iniciativa a las fuerzas regresivas y recuperaron mucho terreno en términos de conciencia y organización, preparando al movimiento popular para seguir adelante en la defensa de sus intereses.

Enseguida se vio lo necesario que había sido ese gran esfuerzo. La disparada de los precios, que afecta sobre todo a los alimentos, agravó la pérdida del poder de compra de salarios, jubilaciones y pensiones acumulada desde 2020, y por supuesto golpeó con mayor saña a las personas en situación de pobreza, a las que trabajan de manera informal y a las desocupadas.

Por todas ellas, una vez más, sale a la calle el movimiento sindical, con protestas y propuestas. Al igual que durante la emergencia sanitaria, demanda que el costo de la crisis no recaiga sobre quienes están peor, y señala que los recursos para reducir daños están a la vista, porque una minoría se ha seguido enriqueciendo. En estos años no aumentó solamente la pobreza; también creció la desigualdad.

A esto se agregan la reaparición del impulso “flexibilizador” en la negociación colectiva, que perjudicaría sobre todo a los trabajadores con menor organización sindical; y el debate sobre la reforma del sistema de seguridad social, en el que hay quienes, como siempre, sólo quieren mover las perillas que le harían perder calidad de vida a las mayorías.

No hay pausa para el movimiento sindical, el país y su gente lo necesitan día tras día y ahí está, firme contra los malos vientos, fiel a su historia y también renovado. No son los trabajadores quienes ponen el palo en la rueda, sino quienes la mueven. Y cuando se organizan la mueven mejor.