La relación de las autoridades de la educación pública con los sindicatos del sector y los gremios estudiantiles ha sido mala en lo que va de este período de gobierno, pero en las últimas semanas se caldeó y parece encaminada a empeorar aún más, con creciente probabilidad de una huelga.

La proliferación de conflictos, paros y ocupaciones, sobre todo en centros de formación en educación, no sólo se debe a la lógica movilización cada vez que el Parlamento trata proyectos de presupuesto y rendiciones de cuentas, acentuada en estos años de recortes. También expresa rechazo, en una especie de “ataque preventivo”, a las intenciones de reforma anunciadas por la mayoría oficialista de la Administración Nacional de Educación Pública.

Un problema de fondo es que ni en el proyecto esbozado por las autoridades ni en las protestas contra él asoma una propuesta fundamentada, potente y esperanzadora en términos educativos. Faltan algunos consensos básicos y esto es mala cosa. Los procesos de cambio en la educación llevan mucho tiempo, y para avanzar no ayudan las luchas partidizadas: hacen falta políticas de Estado con fuerte apoyo técnico.

Está muy generalizada la demanda de que la educación “sirva”, y en particular la de que permita ganarse la vida en estos tiempos de grandes cambios e inseguridad laboral. Es legítimo, aunque la capacitación para el trabajo no sea el único cometido del sistema educativo, pero también es cierto que muchas de las dificultades en este terreno se deben a problemas socioeconómicos, y resulta insensato pedirle a la educación que los supere por sí sola.

De todos modos, no vamos a resolver nada si quedamos atrapados en una contraposición caricaturesca del desarrollo de competencias prácticas con la formación humanista, el desarrollo de pensamiento crítico y la educación liberadora.

Tampoco puede conducir a resultados positivos la obsesión oficialista con el mando, el hostigamiento a los sindicatos y una concepción cuartelera de la laicidad. Es inviable llevar a cabo cambios de importancia en el sistema educativo sin la cooperación docente, y esta requiere dialogar mucho, superar resistencias y lograr que se asuman con madurez algunas contradicciones inevitables.

Una de ellas es que, si bien mejorar las remuneraciones y las condiciones laborales de quienes educan es beneficioso para el alumnado, no todo lo que le conviene al primer grupo resulta conveniente para el segundo, y viceversa. Ante este dato de la realidad, no es de recibo sostener que el elenco docente ya hace demasiados sacrificios: hay que tratar de resolver de modo armonioso todos los problemas, pero la prioridad sólo pueden ser quienes estudian.

Por último, importan mucho los programas, la infraestructura, la inclusión, los salarios, la participación y muchos otros factores, pero sin una atención específica a lo que ocurre en las aulas, apoyada en la cooperación pedagógica entre docentes y la evaluación estudiantil, no habrá cambios significativos y duraderos de la calidad educativa. Está en la tapa del libro.