Esta semana, la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños y la visita de Luiz Inácio Lula da Silva aumentaron el interés por la situación y las perspectivas de Uruguay en el nuevo contexto político regional, marcado por la derrota electoral de la derecha en varios países clave. Conviene ampliar este interés para comprender mejor qué orientaciones ganaron en esos países y especialmente en Brasil.
El avance de la derecha regional fue literalmente reaccionario, centrado en revertir políticas económicas y sociales impulsadas por la oleada anterior de gobiernos progresistas.
Vino a reconquistar terreno para el lucro privado en gran escala y, como llamar a las cosas por su nombre tenía pocas posibilidades de éxito, apostó a lo ideológico, en nombre de la libertad y azuzando o creando miedos. Mucha gente se convenció, por ejemplo, de que el progresismo quería quitarle cada vez más para mantener a huestes de parásitos, al tiempo que se empeñaba en destruir los valores culturales tradicionales para dominar más y mejor.
Por supuesto, esto no sucedió sólo porque la derecha haya perfeccionado sus técnicas de manipulación masiva, sino también por errores e insuficiencias del progresismo. Hay que considerar ante qué poderes y qué ideas no pudo disputar el predominio, no supo cómo hacerlo o no quiso arriesgarse a intentarlo. Por lo general, esos poderes e ideas terminaron derrotándolo, por las buenas o por las malas y con independencia del talante más o menos “bolivariano” o “moderado” de cada gobierno.
En Uruguay, quizá la historia pueda ayudarnos a entender si revisamos cómo se frenaron los impulsos, tan reivindicados, de Batlle y Ordóñez.
En todo caso, la derecha cambió sus formas de ganar apoyo pero no su programa, que apuesta a la restauración de un modelo en crisis mundial, generador de una creciente desigualdad y división. Esto causa descontento y rebeldía, pero no basta para volcar multitudes hacia una izquierda que quedó maltrecha.
Lula tuvo clarísimo que en Brasil debía formar alianzas muy amplias en nombre de la democracia, está haciendo lo mismo en la región y se propone hacerlo en la cancha grande de las relaciones internacionales.
“Si al final del período los uruguayos son más libres, habremos hecho bien las cosas”, dijo Luis Lacalle Pou al asumir la presidencia. 37 años antes, también al asumir, Raúl Alfonsín planteó una idea más rica cuando afirmó que, tras la dictadura, la libertad iba a “servir para construir, para crear, para producir, para trabajar, para reclamar justicia –toda la justicia, la de las leyes comunes y la de las leyes sociales–, para sostener ideas, para organizarse en defensa de los intereses y los derechos legítimos del pueblo todo y de cada sector en particular. En suma, para vivir mejor; porque […] con la democracia no sólo se vota, sino que también se come, se educa y se cura”.
Lula lo sintetizó mucho más el miércoles, desde el balcón de la intendencia montevideana: se trata de “mejorar la vida de nuestros pueblos”.