La generosidad al servicio del bien común

Danilo Astori fue tan generoso en su contribución, que hasta en los últimos compases de su primera vida, la del mundo material, se dedicó a trazar con paciente precisión las cartas de navegación para transitar los turbulentos mares que atravesamos hoy como ciudadanos del planeta.

“Hoy estamos ante otro mundo”, nos advirtió hace un tiempo. “Se terminó aquella globalización cómoda que vivimos hasta hace unos pocos años. Ahora empieza una época de incertidumbre, caracterizada por dos claves terribles: la enfermedad y la guerra. No sé cuál es peor, pero juntas son terribles y nos tienen que preocupar mucho en nuestra condición humana. Los acontecimientos que estamos viendo en este momento a nivel mundial conducen hacia la incertidumbre total, hacia un hondo sentimiento de preocupación”.

Y alimentado por ese hondo sentimiento de preocupación ante este “otro mundo” en advenimiento, nos legó un monumental trabajo cartográfico. Un trabajo que delinea las rutas hacia “la construcción de una sociedad de avanzada que encuentre su lugar a niveles más altos de vida que los que hemos construido y conocido hasta ahora”. Porque, en definitiva, como él mismo enfatizó, “se trata siempre de apuntar a la excelencia, convencidos de que ese debe ser el destino al que conduce la historia que hemos venido escribiendo los uruguayos”.

Sobre el ejercicio de la tolerancia

“Los factores de convivencia han cambiado absolutamente, pero no sabemos cómo, hacia dónde y siguiendo qué patrón”, me explicaba hace un tiempo con la voz empática del docente que no trae buenas noticias. “Están pasando cosas terribles desde el punto de vista social, de la convivencia y el comportamiento humano, que muchas veces no tienen explicación... En este momento no podemos hablar de un mundo en el que gente interactúa y trabaja colectivamente para fortalecer su autoestima colectiva”. Y eso es una tragedia. Es una tragedia porque erosiona nuestras reservas colectivas y personales de esperanza. Y “perder la esperanza es una agresión importantísima a la condición humana, es una herida muy grave con problemas de curación”.

Ante estas horas bajas de convulsión social y política, de insatisfacción y descontento, ante la posibilidad de que quizás todos los ideales humanos que entendemos nobles no puedan armonizarse sin pérdidas o renuncias, ante la ausencia de una respuesta única para todos los problemas que hoy aquejan a las sociedades, ante todo eso debemos redoblar el ejercicio de la tolerancia, el respeto y la pluralidad. Más que un imperativo moral, es una necesidad práctica para la supervivencia. Basta detenerse en las palabras del actual presidente para dimensionar su contribución en ese sentido: “En la vida uno tiene que tener en la vereda de enfrente adversarios para respetar, para coincidir, para discutir o para reafirmar las ideas propias... A veces coincidimos, casi siempre discrepamos. Qué importante es tener adversarios políticos que uno respete”.

Afortunadamente, aunque en disonancia con lo que sugiere el devenir actual de nuestra vida pública, las virtudes no son recursos no renovables, que se agotan con el uso. Son, por el contrario, como los músculos, que se fortalecen con la práctica y languidecen con el sedentarismo. “Nos volvemos justos con los actos justos, mesurados con los actos mesurados, valerosos con los actos valerosos”. Astori es prueba evidente de que esto es así.

“La sociedad está compuesta por seres de diferentes orígenes, con aspiraciones distintas, con sus triunfos y sus derrotas, con ilusiones, con frustraciones, pero se trata de convivir con todo eso, y creo que en eso hoy estamos fallando”. Lamentablemente, reflexionaba Astori, “no podemos decir que hoy hay una buena convivencia entre todas esas situaciones, y que tenemos la autoestima colectiva suficiente para participar y contribuir a su construcción y fortalecimiento”.

Por desgracia, todos los días naturalizamos la idea de que la erosión sistemática de la convivencia y el ejercicio permanente de la intolerancia ofrecen un irresistible rédito político. Y esto, reflexionaba él, tiene que ver con el deterioro del discurso político y con una “predominancia demasiado importante e inconveniente en lo que refiere a los beneficios personales, el acceso a cargos de poder y a los resultados electorales”. En efecto, “el deterioro del discurso político no es ajeno a la situación en la que nos encontramos desde el punto de vista humano; es, por el contrario, una consecuencia de esas condiciones”.

Quizás esto se manifiesta con mayor claridad en otros lugares, que no son Uruguay, o no son la visión romántica de nuestro Uruguay. Pero lo peor que podemos hacer es descansarnos en la complacencia y aferrarnos a las bondades distintivas e históricas de nuestra llanura levemente ondulada, como si fueran activos perpetuos a resguardo de todo lo que nos es ajeno. Mejor prevenir que curar.

¿Y cómo lo podemos curar? Para él: “Poniendo toda la disposición, la convicción y la esperanza al servicio de ese cambio y yendo para adelante… Hay que estar dispuesto a dar todo lo que uno tiene al servicio no personal, no de ventajas, no de cargos, sino al servicio del país. Esa es la convicción que hay que tener. Sin eso va a ser muy difícil que lo podamos lograr... tendríamos que estar más en contacto entre nosotros, los uruguayos, y buscar puntos de vinculación más frecuentes y de mayor calidad, de modo de ir generando una conciencia cada vez más colectiva sobre el tema”.

Sobre el peso de la responsabilidad

“El gran desafío es encontrar el equilibrio entre, al decir de Max Weber, las convicciones y los principios, por un lado, y la enorme responsabilidad que nuestro trabajo tiene cuando se hace públicamente y tiene influencia sobre el comportamiento de los demás, por el otro”.

Tengo esperanza y creo que la responsabilidad es el camino del equilibrio que hay que fertilizar y hacer crecer, y, sobre todo, utilizar con convicción. El equilibrio entre principios y responsabilidad es fundamental, absolutamente fundamental”.

Sobre su partida

Me abruma un sentimiento de orfandad y me abruma en varios niveles. Me abruma primero y ante todo como ciudadano de nuestro país, porque Danilo Astori fue, como dijeron muchos, un “forjador de unidad”, un “pilar fundamental de las transformaciones de Uruguay”, “un garante de la estabilidad económica y política”; “un símbolo que negará para siempre la grieta, el discurso de los buenos y los malos, el de ustedes y nosotros”.

Me abruma también un sentimiento de orfandad como economista, quizás por deformación profesional, supongo. Fue docente y decano de la Facultad de Ciencias Económicas y dos veces ministro de Economía. Consultado por la diaria sobre cuál fue el principal logro de su carrera política, Astori expresó lo siguiente: “Creo que el Ministerio de Economía y todo el tiempo que le dediqué durante los gobiernos del FA constituyen el aspecto más importante. Yo traté de aprovechar la experiencia tanto en el Senado como en la vicepresidencia y en el ministerio, pero si tengo que elegir, aclarando que en todos esos ámbitos aprendí muchas cosas, elijo el MEF”.

Y finalmente me abruma como apasionado de la docencia, una pasión que me enorgullece compartir con él. “He vivido toda la vida haciendo docencia”, le dijo en marzo a Javier de Haedo, que lo entrevistó para su podcast. “La docencia ha sido una parte fundamentalísima de mi vida... Si yo tuviera que decir, de todo el espectro de la economía y de la política económica, cuál es el preferido por mi parte, diría sin duda la docencia”.

Es entonces un enorme sentimiento de orfandad para todas las personas que habitan dentro de mí. Todas las personas que soy están hoy afligidas por el abrumador pesar de esa orfandad, la orfandad cívica, docente e intelectual; la orfandad de una referencia.

Para muchos será también una orfandad de militante, de político, de servidor público, de estadista; de hincha de Nacional y de Capitol, de socio del Club Malvín. Una suerte de orfandad colectiva. En definitiva, como lo sintetizó José Mujica: “Se fue un pedazo de nosotros mismos”. Y eso es jodido. Pero como él mismo enfatizó en más de una oportunidad, “somos un país en obra” que naufraga por aguas turbulentas y que tiene la tarea de construir colectivamente un mejor país para todos. Por suerte tenemos sus cartas de navegación. Ahora la responsabilidad es nuestra y contamos con su confianza: “Uruguay lo puede hacer, estoy convencido de que lo podemos hacer porque tenemos una importante materia prima humana para lograrlo”.