Hace un año ya que el gobierno de Rusia decidió invadir Ucrania. Sus motivos tuvieron que ver con procesos anteriores que convirtieron al territorio ucraniano en una zona de conflicto entre los intereses estratégicos rusos y los de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que incluye a casi toda Europa con liderazgo militar estadounidense.
También hay que ubicar el conflicto en el contexto más amplio del desafío a la hegemonía mundial de Estados Unidos, encabezado por China, pero nada de lo antedicho elimina el dato básico de que la guerra en curso comenzó con una invasión ordenada por Vladimir Putin. La cuestión central hoy, de todos modos, no es cómo empezó, sino cómo puede terminar, y sobre esto no hay buenas noticias.
El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, y sus aliados no hablan de lograr la paz, sino la victoria, y lo mismo hace el gobierno ruso. En el primer caso, “victoria” significa que Ucrania recupere las fronteras previas a la invasión e incluso Crimea; en el segundo, quiere decir que Rusia conserve una zona de influencia “liberada” del gobierno de Ucrania, y que se descarte la incorporación de este país a la OTAN.
Para los intereses de Putin, un retorno a la situación de hace un año tiene costos inaceptables, tanto en lo estratégico como en relación con su propio futuro político. Los intereses de Zelenski y del resto de la población ucraniana no parecen ser una prioridad para la OTAN, pero es claro que, para el gobierno de Estados Unidos, sí lo es que su viejo adversario ruso salga de este conflicto muy debilitado.
Esto determina que hoy se imponga la persistencia de los combates, hasta que una de las partes o ambas deban aceptar que la vía militar ya no les permite avanzar hacia sus objetivos. No hay por el momento evidencia que conduzca en esa dirección, y la situación actual es un empate catastrófico.
La resistencia en Ucrania, sostenida por el apoyo militar externo, ha impedido que la ofensiva de Putin se resolviera con rapidez, pero esa resistencia tiene un alto y creciente costo en muertes, desplazamientos forzados, destrucción material y crisis económica.
Las sanciones económicas contra Rusia no la dejaron aislada ni precipitaron una crisis inmanejable para Putin, entre otras cosas, porque la enorme parte del mundo llamada “Sur global” no se subordinó a la OTAN en nombre de presuntos valores universales.
Las propuestas del gobierno chino para una negociación no son funcionales a los objetivos estadounidenses y no está claro en qué medida podrían satisfacer las demandas rusas. En principio, su principal logro es resaltar el papel de China como referente de un bloque no alineado.
Quizá la mayor derrota estratégica en el último año sea la de la Unión Europea, que ha perdido autonomía y relevancia, pero tampoco se han producido hasta ahora conflictos internos en la OTAN ni eclosiones de descontento por las consecuencias de la guerra que forzaran cambios de orientación por parte de gobiernos europeos.
Los poderosos continúan su pulseada a costa de la gente común, la paz sigue lejos y el costo para la civilización crece.