En el estudio de las derechas se puede pensar algunas constantes y llegar a la contemporaneidad. Las derechas conforman un campo donde no están sólo los partidos políticos, sino también organizaciones y movimientos sociales, las Fuerzas Armadas (FFAA), los medios de comunicación, entre otros actores sociales.

El historiador español Pedro González Cuevas sostiene una tesis que es válida para distintos contextos y que se centra en el poder relativo de las derechas. Por lo general, se manifiesta en simultáneo una derecha dominante (que tiene los vínculos más fuertes con el poder económico, los medios de comunicación y las FFAA), una residual y una emergente. Esto no es algo estático, sino que va cambiando y, si se lo piensa en estos términos, se reconoce un espacio de convergencia de esas vertientes de la derecha, que no necesariamente está basado en acuerdos ideológicos, sino en la identificación compartida de adversarios o enemigos en común.

En Uruguay podemos identificar dos familias de derechas: una derecha liberal y una derecha nacionalista. Si lo miramos en perspectiva histórica, la derecha liberal miró con interés los fascismos, en la Guerra Fría adoptó el antitotalitarismo y acabó abrazando el neoliberalismo. La derecha nacionalista estuvo identificada en su totalidad con los fascismos y neofascismos, muchas veces por fuera de los partidos. Actualmente se la califica de posfascista.

Atender a las especificidades de cada coyuntura es clave, pero hay algunas regularidades que nos ayudan a pensar todo el fenómeno. Hay una reactividad de las derechas y estas reacciones han sido siempre en clave de alianzas intra e interpartidarias (en y entre los partidos tradicionales) y en todos los casos involucraron a otros actores sociales, como gremiales patronales, medios de comunicación y facciones de las Fuerzas Armadas. Se apoyaron en los miedos de las sociedades, a veces exagerados, como por ejemplo cuando se ha atacado el problema del latifundio, las modificaciones en los impuestos, o cuando se avanzó en leyes y políticas sociales. Las reacciones también respondieron a una percepción de temor en el orden moral, cuando se sintió amenazada cierta noción de familia o los roles de género.

La reacción antiprogresista

El historiador argentino Pablo Stefanoni habla de una reacción antiprogresista, de una revolución conservadora y de una bolsonarización de la política como algo generalizado, que se ha extendido en la última década en América Latina.

Esta reacción antiprogresista tiene una narrativa común en la región. En primer lugar, machacar fuerte en la idea de que es imprescindible recuperar un orden (un manejo responsable de la economía y un orden social que se desdibujó). Acabar con el desorden equivale, desde esta perspectiva, a poner coto a lo que generaron las izquierdas en el gobierno. En Brasil se habla de “izquierdópatas”. Se habla de una subversión en las relaciones naturales de los géneros.

En segundo lugar, esta derecha levanta la bandera de la lucha contra la corrupción, lo que es una novedad en términos discursivos porque solía ser un tópico de las izquierdas. Hay persecuciones contra figuras de izquierda mediante lawfare, acompañadas de un intenso tratamiento mediático. La contracara es una derecha que levanta las banderas de la moralidad y la transparencia. Eso va junto con una mayor despolitización. También son portavoces del populismo penal o punitivo, la mano dura contra el delito y la denuncia de una supuesta irresponsabilidad de la izquierda en esta lucha.

Y por último, está la defensa de la libertad de mercado.

Uruguay es parte de esa reacción antiprogresista. La coalición de derechas logró el gobierno en 2019. El plebiscito de medio término que fue el referéndum contra la ley de urgente consideración (LUC) mostró que el país sigue dividido y que la izquierda mantiene importante presencia y capacidad de movilización. Todas las acciones de la derecha en este período se centran en evitar que vuelva el Frente Amplio al gobierno. Para eso le importa mucho retener al electorado de clases medias y populares, que suele ser un electorado oscilante.

Las derechas de la coalición de gobierno

En la actual coalición de gobierno están presentes las familias históricas de las derechas uruguayas. Ambas comparten el antifrenteamplismo y esa sensibilidad “antiprogresista”, en diversos grados. Es importante identificar los pilares de este espacio de convergencia, porque probablemente sólo así se entienda la incorporación veloz de la derecha nacionalista, representada por Cabildo Abierto, a la “coalición multicolor”.

La derecha dominante actual no plantea ajustes estructurales en los términos en que lo hacía en los años 90. En términos discursivos, tiene un planteo más despolitizado, en apariencia más pragmático. La derecha liberal tolera la diversidad sexual y el feminismo, siempre y cuando no se tematice demasiado públicamente. Presenta los grandes asuntos como posideológicos: seguridad, combate a la inflación, lucha contra la corrupción, educación de calidad. No es expresamente racista ni homófoba, pero es sumamente antiizquierdista y antisindical. Esa derecha liberal convive con otra, antiglobalista, guardiana de valores esenciales de la nacionalidad, conservadora en lo social, que habla un lenguaje más sencillo y predica contra los feminismos y la nueva agenda de derechos. Es una derecha liberal en lo económico, pero que defiende la idea de que el Estado tiene que cumplir algunas funciones. Puede reconocerse en ella un tópico de larga data como lo es el de la “corrupción de la política y los políticos”. La derecha más extrema suele sentirse llamada a una tarea de limpieza o regeneración del orden político. En este caso es también una derecha que vuelve a poner en agenda una memoria elogiosa de la última dictadura y que cuestiona los avances de la Justicia en esta área.

Hay que tener en cuenta las redes internacionales que están actuando con muchísima intensidad en América Latina, promoviendo los enfoques neoliberales.

En suma, con sus peculiaridades y singularidades, se reconocen en la agenda actual de las derechas uruguayas los grandes temas de esta reacción antiprogresista que comprende a distintos países de América Latina: la idea de que los gobiernos progresistas generaron mayor criminalidad e inseguridad; la centralidad de los discursos anticorrupción y la insistencia en que la malversación de fondos públicos es una práctica asociada a las izquierdas; la defensa de las virtudes del mercado y la batalla por “recuperar” un orden que se trastocó de manera negativa (esto refiere a la economía en el sentido de profundizar la economía de mercado y reconocer a los sectores empresariales como motor del crecimiento y la prosperidad, y, a la vez, descansa en la idea de recuperar ciertos valores morales y una armonía entre las clases sociales que se habría visto sacudida o subvertida).

Ese “rearme moral de antiprogresismo” merece mucha atención. A modo de ejemplo, para que se advierta la potencia de ese gran paraguas antiizquierdista, debe advertirse que actores políticos y sociales que vienen de vertientes y tradiciones muy diferentes coinciden en afirmar que el marxismo está vivo y coleando y que tiene la misma voluntad de corroer, con otros métodos, para luego dominar en las mentes y las almas.

El papel de los medios y las redes

En esta lucha del antipetismo, antikirchnerismo y antifrenteamplismo hay dos asuntos a considerar. En primer lugar, los medios y las redes sociales están jugando un rol fundamental. Hay que estudiar su lenguaje, sus argumentos, sus aspectos visuales. Estamos en la cultura de las fake news, que amplían los límites de lo que se puede decir y escuchar en la esfera pública.

En segundo lugar, hay que tener en cuenta las redes internacionales que están actuando con muchísima intensidad en América Latina, promoviendo los enfoques neoliberales. Estas redes detectan jóvenes, académicos, con eventos, con libros best sellers, haciendo lobby sobre las políticas públicas. Estos mecanismos presentan análisis que son de derecha como si fueran de sentido común. Han sido muy efectivos en eso.

En ese sentido y a la luz de los procesos que han tenido lugar en América y en el hemisferio norte, parece evidente que las izquierdas deben pensar mucho mejor una serie de aspectos que tiene que ver con la recepción de estos programas y mensajes. La recepción o la conformación de sentidos comunes son temas para nada sencillos de estudiar, pero deben quedar planteados como asuntos de indispensable comprensión. Algunas preguntas en esta dirección serían: ¿Cómo y por qué se radicaliza el electorado? ¿Qué atrae de la propuesta de la derecha? ¿Cómo acaban estas derechas teniendo un buen desempeño electoral? ¿Cómo es posible que candidatos como Jair Bolsonaro o Guido Manini Ríos, que representan sectores de poder económico y militar, lleguen a tener arraigo popular? ¿Qué detonantes se activan para que resulte exitosa una reacción conservadora en lo social y en lo popular? ¿Cómo se debilitan en la sociedad las resistencias a la extrema derecha? ¿En qué medida y con qué seriedad las izquierdas toman en cuenta las dimensiones emocionales y anímicas de distintos grupos y procuran conectar con los malestares sociales, que son el caldo de cultivo de estas derechas? ¿Cómo debería ser el lenguaje político en la era digital?

Lo que ocurra en un futuro cercano con las derechas no está sólo librado a los factores internos y a las coyunturas, sino que está ligado a la capacidad de las izquierdas de plantear alternativas.

Magdalena Broquetas es historiadora. Estos apuntes forman parte de una serie que está publicando la diaria, basada en un conjunto de conversatorios presenciales en el bar Mitre. Los autores del ciclo Café + Ideas realizan una exposición que busca promover el intercambio en profundidad con los asistentes. Esta síntesis de la oralidad recoge algunos de los principales puntos que sirvieron como disparadores del debate entre los invitados y sus diversas miradas del mundo progresista.

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