El 1° de mayo no es un día de fiesta.

Así, con esa rotundidad, se caracterizaba este día en uno de los pasajes de la extensa proclama del 1° de mayo de 1983, escuchada por una inmensa multitud en el mismo lugar donde hoy se yergue la plaza de los mártires de Chicago.

No era casualidad que una parte importante de esa proclama -leída en los estertores de una dictadura que seguía persiguiendo, encarcelando y matando a sus opositores1-fuera dedicada a una semblanza2 de los acontecimientos históricos que constituyen el 1° de mayo.

El movimiento sindical uruguayo, aun en los momentos de mayores urgencias coyunturales, nunca dejó de lado su visión poscapitalista, su fuerte impronta internacionalista, ni su vocación pedagógica por proteger la genealogía histórica de sus luchas en el traspaso generacional.

Tal vez, estas persistencias en el comportamiento del movimiento sindical, así como su disposición combativa para enfrentar las injusticias y generar condiciones para los cambios sociales, sean parte de una posible explicación de la sobrevivencia del sentido originario del 1° de mayo en el imaginario colectivo.

Este debe ser de los pocos feriados que tiene el almanaque nacional, que mantiene su identidad un poco más a salvo de la insaciable voracidad del mercado por convertir casi cualquier cosa en una oportunidad de negocio, consumo y ganancia.

Y esto, lejos de una observación anecdótica, es el resultado de la valorización de un modo de resistencia subjetiva de la clase trabajadora y por tanto de la defensa de un pilar de su identidad.

La conciencia de clase es lo que ha impedido borrar del mapa el sentido originario del 1° de mayo y las circunstancias ocurridas hace 137 años, en las entrañas mismas del capitalismo estadounidense.

El 1° de mayo condensa un conjunto de episodios históricos que configuran uno de los enclaves fundacionales de la lucha de la clase trabajadora contra las injusticias y las desigualdades sociales que, como la sombra lo hace con el cuerpo, persiguen al sistema capitalista.

Hay una parte de aquellos hechos que devienen en épica. Y es consistente que así sea. Todo el proceso, magistralmente narrado por el prestigioso revolucionario cubano José Martí3 y que dio lugar a su trabajo “La guerra social en Chicago”, da cuenta del infame proceso contra los ocho militantes anarquistas y de la impecable hidalguía con la que enfrentaron a la tiranía y la imposición de la condena.

La lucha por las ocho horas no pudo engendrarse sin un profundo sentido de hartazgo hacia una realidad material de superexplotación y sin organización y disposición a la lucha, pero es inconcebible sin la capacidad política de la clase trabajadora de imaginarse el futuro. Un futuro distinto al que la lógica del capital preveía.

Esa potencia imaginativa, tan creativa y revulsiva como poco valorada, tiene evidencia tanto en la perspectiva reivindicativa, asociada a la reorganización de las relaciones de producción, como en el carácter revulsivo del proceso de lucha, donde se prefiguraba otro orden de relaciones sociales más allá de las relaciones económicas.

En este último orden vale resaltar tres prácticas concretas.

El carácter antirracista de la lucha obrera, donde en una sociedad segregacionista como los Estados Unidos, obreros de piel blanca y de piel negra marchaban juntos4.

Hay que imaginarse un futuro distinto al que impone el capital y salir a luchar por él. Un futuro donde la vida esté al servicio de la vida, donde el fin del capitalismo sea más creíble que el propio fin del mundo.

El rol de las mujeres, que no sólo participaban desde su condición de explotadas, sino mediante la acción enérgica de potentes liderazgos, como el caso emblemático de Lucy Parsons, negra, esclava emancipada y anarquista, y de Emma Goldman, también anarquista y, en su caso, inmigrante.

Por último, la lucha de la clase trabajadora también incorpora otro componente de futuro: erradicar el trabajo infantil. Los niños, niñas y adolescentes eran objeto de prácticas laborales extenuantes de 12 y más horas, sobre todo en trabajos altamente insalubres como las minas de extracción de carbón.

La conciencia de clase, vehiculizada a través de la lucha organizada, permitió la conquista de la reducción de la jornada de trabajo y le ganó una parte del futuro al poder del capital.

Asimismo, en su proceso de lucha, la clase trabajadora demostró que otro tipo de relaciones sociales son posibles, adelantando luchas que luego tomarían su propia singularidad.

Nada de esto hubiera ocurrido sin la imaginación creadora como partera de la acción colectiva transformadora.

Hoy, el rescate de la potencia de la imaginación creadora es fundamental para encarar la deriva histórica de un país sometido a la agenda del gran capital.

Urge, al mismo tiempo que movemos todas nuestras reservas morales, organizativas y políticas para defendernos del ajuste concentrador y regresivo, ser capaces de imaginarse el futuro y de salir a luchar por él.

Un futuro que abreva en los mismos valores y principios del que nació la lucha por las ocho horas, pero que debe empaparse de los desafíos de transformación que nos trae el mundo actual.

Si no luchamos por un futuro humanizado y humanizante, el futuro del capital nos llevará puestos y con nosotros al planeta mismo.

La crisis ambiental, asociada al consumo frenético y desordenado de los recursos naturales, el influjo espiralado de la desigualdad, con todas sus lógicas segregacionistas asociadas (económicas, territoriales, educativas, alimentarias, etcétera) y la incorporación creciente de las nuevas tecnologías al mundo del trabajo, particularmente las de inteligencia artificial (IA), hacen que la clase trabajadora, en todas sus formas y expresiones organizativas, tenga que imaginar el futuro y salir a luchar por él.

Hay una circunstancia que agrava más la situación. La agenda de los cambios que rigen al mundo ni siquiera la imponen el sistema político y los organismos deliberativos del orden internacional.

El futuro del trabajo lo está imponiendo la compulsión de los hechos, que no es otra cosa que el propio capital, con su orden desordenado.

El futuro del trabajo es parte central de esta tarea de la imaginación revolucionaria. Hay que dar un paso superador en esa discusión y dejar atrás la tradición que discute el futuro del trabajo desde el paradigma que dirige el capital.

El reparto del trabajo existente, la generación de una reforma tributaria de nueva generación, que incluya de forma inminente la fiscalidad robótica, y el impulso del trabajo socialmente necesario para integrar al mundo del trabajo a amplios sectores de la población actualmente vedados de ese derecho humano fundamental son elementos cardinales de las luchas que hay que dar.

Asimismo, el papel de la ciencia, la investigación y la innovación en áreas de frontera es clave para la generación de valor y para diversificar la matriz productiva, de modo de ampliar la espalda económica de la sociedad.

Hay que imaginarse un futuro distinto al que impone el capital y salir a luchar por él. Un futuro donde la vida esté al servicio de la vida, donde el fin del capitalismo sea más creíble y esperable que el propio fin del mundo.

Hay que imaginar el futuro y luchar por él. Esa es una de las grandes y más hermosas enseñanzas de la lucha que encabezaron los mártires de Chicago hace 137 años.

Las utopías, cuando se organizan y se convierten en disposición de lucha de miles, pueden cambiar el mundo y hacer que la historia no tenga fin.

¡Viva el 1° de mayo!

Sergio Sommaruga es secretario general del Sindicato Nacional de Trabajadores y Trabajadoras de la Enseñanza Privada (Sintep).


  1. A modo de ejemplo, trágicamente emblemático, vale consignar que el 15 abril de 1984 un grupo de siete personas fueron secuestradas y torturadas por las Fuerzas Armadas. Entre ellas se encontraba el Dr Vladimir Roslik, quien terminó siendo asesinado al día siguiente, durante la sesión de torturas a la que fue sometido. Casi un año después de aquel histórico 1° de mayo, el terrorismo de Estado continuaba violando los derechos humanos y cobrándose vidas indefensas. Aun en ese contexto de violencia y muerte implantado desde el Estado, la clase trabajadora salió masivamente a conmemorar su 1° de mayo, marcando un jalón importante en la salida de los dictadores del poder. 

  2. Una semblanza muy detallada donde no deja de llamar la atención el error histórico de consignar el año 1886 como fecha del asesinato de los cuatro dirigentes que finalmente fueron asesinados por ahorcamiento. La fecha real del asesinato resuelto por el Estado fue el 11 de noviembre de 1887. 

  3. José Martí fue cónsul uruguayo en Estados Unidos entre 1884 y 1992 y al mismo tiempo se desempeñó como periodista. Uno de sus trabajos para la prensa fue cubrir el proceso judicial contra los mártires de Chicago, dando por resultado el opúsculo mencionado, publicado por primera vez en Argentina en 1888. 

  4. Un caso ejemplar pero no único fue la movilización de 6.000 trabajadores al parque nacional de Kentucky, donde las personas de piel negra no tenían permitido ingresar. Esa movilización obrera, que reclamaba por las ocho horas y que fue encabezada por trabajadores de todos los colores de piel, finalizó dentro del parque, pasando por encima del edicto que lo impedía.