A dos semanas de las elecciones, la campaña tiende a centrarse en el Frente Amplio (FA), para proponer que se reactive la confianza en él o para socavarla. Esto revela debilidades del actual oficialismo y contribuye a la pobreza del debate.
La idea de pedir el voto por el nacionalista Álvaro Delgado con la consigna “Reelegí un buen gobierno” era riesgosa, porque la gestión de Luis Lacalle Pou ha tenido un estilo muy centralizado y personalista, poco compatible con la percepción de que alguien pudiera estar a su altura. Además, después de haberle prometido a la gente, en 2019, los mejores cinco años de su vida, es difícil imaginar qué se le podría ofrecer ahora para los siguientes cinco, y el mero compromiso de seguir con lo mismo no tiene mucho encanto.
La consigna de Delgado no ha resultado muy convincente para una porción significativa de la ciudadanía, quizá porque él no es visto como alguien capaz de realizar una gestión igual o mejor que la del actual presidente, por la opinión de que el gobierno saliente no ha sido tan bueno, o por una combinación de ambas causas.
En todo caso, el candidato del Partido Nacional parece a menudo mucho más interesado en hablar contra el FA que en un mensaje “por la positiva”, acerca de lo que quiere hacer desde la presidencia. El ejemplo más reciente fue su reunión con empresarios argentinos en Buenos Aires, dedicada en buena medida a buscar complicidades ideológicas y descalificar lo que había dicho su rival frenteamplista Yamandú Orsi, ante el mismo público, 20 días antes.
El colorado Andrés Ojeda, en cambio, optó desde el comienzo por embanderarse con el objetivo de que el FA no vuelva al gobierno, y sigue por el mismo camino. En los últimos días se ha dedicado a sostener que “la única pregunta que importa” es quién está en mejores condiciones para ganarle a Orsi en un balotaje, y a pregonar que él puede hacerlo mejor que Delgado.
Sucede, además, que la insistencia en señalar al FA como una amenaza no tiene mucho asidero, ni en la experiencia de los 15 años en que gobernó ni en sus propuestas para el futuro, que no se caracterizan por ser imprudentes o conflictivas.
El actual oficialismo predicó en 2019 que Uruguay estaba en gravísimos problemas y al borde del precipicio, pero no da la impresión de que aquel mensaje haya sido la principal causa de su triunfo. Más bien cabe atribuir el vuelco de algo menos de 9% de la ciudadanía a que se había quebrado la tendencia ascendente de varios indicadores sociales, al desgaste de un FA que había perdido sintonía con parte de la población y capacidad de entusiasmar con nuevas propuestas, y al atractivo personal de Lacalle Pou como candidato, con promesas de rápidos cambios hacia la prosperidad y una mejor calidad de vida que, por cierto, estuvieron lejos de cumplirse para la mayoría.
Es irreal plantear que lo más peligroso para el país no es hoy el escaso crecimiento, la desigualdad, la pobreza, la calidad del empleo, la educación, la contaminación o el avance del crimen organizado, sino el FA. Ubicar la campaña en ese terreno no ayuda a pensar en lo que importa.