Con gran asombro y consternación, hemos escuchado a un todavía senador de la República culpar a la educación pública del crecimiento de los votantes del Frente Amplio.
Esta suerte de retorno al pasado de la dictadura militar, en la que fue educado y de la que fue parte el senador Guido Manini Ríos (que hoy se encuentra sumamente preocupado por los ancianos torturadores) parece simplemente ser un lapsus de su inconsciente que pugna por volver a los felices días de totalitarismo.
Lo que nos parece realmente grave es que después de 40 años de retorno a la democracia plena, y de haber sido electo en su momento por el voto popular como constitucionalmente corresponde, no haya incorporado absolutamente nada del pensamiento democrático.
La educación democrática, señor Manini, consiste justamente en la libertad de la exposición y confrontación de ideas, que les permita al docente y al alumno expresarse libremente, y les permite fundar una posición sin condicionamientos, como también poderla modificar sin cuestionamientos.
En la democracia, senador, la política es el arte de convencer a la gente de las mejores soluciones para asegurar sus derechos a una vida libre y digna. Y sus palabras me han traído a la mente a don Miguel de Unamuno, aquel ilustre vasco, que algo sabía de educación y que, siendo profundamente conservador, en un acto de inusual valentía, les dijera en pleno acto franquista: “Venceréis pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho”.1
En la democracia política se trata justamente de convencer con razones para vencer.
Pero claro, usted no es un político, usted es un militar formado en la dictadura, donde las ideas y las soluciones se resuelven por el orden jerárquico, donde las libertades de opinión, de conciencia y pensamiento no sólo no tienen lugar, sino que son peligrosas para la profesión militar.
El exabrupto no sólo expresa su vocación totalitaria, sino también su identificación clasista, manifiesta en el desprecio a la calidad de la educación pública, a sus maestros, profesores y alumnos.
Aunque también, seamos claros, su concepto ataca la educación privada, porque afortunadamente en nuestro país los docentes no se dividen entre los comunistas de la pública y los castos de la privada. ¿De dónde le surge a usted esa seguridad de que los alumnos y los docentes de la educación privada no pueden ser votantes del Frente Amplio?
Usted, que es un hijo de la educación privada, evidentemente conoce poco o nada de la educación pública, a diferencia de los que somos hijos y nos enorgullecemos de haber enviado a nuestros hijos a la educación pública, que hoy reciben también nuestros nietos.
Pero incluso en el Liceo Francés, a donde usted fue, seguramente recibió educación de docentes que educaban de acuerdo con los parámetros del Uruguay democrático que fue destruido por la dictadura, que sostenía los mismos conceptos que usted acaba de señalar.
Y seguramente muchos de sus compañeros de clase discrepan hoy con esas valoraciones que usted pretende hacer pasar por verdades absolutas.
En algún momento señaló que le gustaba particularmente la historia. Entonces, señor senador, no le vamos a pedir que estudie profundamente los conceptos de José Batlle y Ordóñez, que seguramente no están en su consideración por una tradición genética, pero vuelva a repasar los conceptos educativos de José Pedro Varela.
Decía don José Pedro hace un siglo y medio: “El gobierno democrático republicano, sin duda el más perfecto de todos los que los hombres han adoptado, hasta ahora, para la dirección de los negocios públicos, garantiendo a todos los miembros de la comunidad la libertad, en todas sus manifestaciones, llamando a todos a tener participación activa en el gobierno, dejando abierto el campo a todas las aspiraciones, con la acción constante del pensamiento y de la actividad pública, despierta la acción y el pensamiento del individuo, en un grado desconocido para los pueblos que viven bajo otra forma de gobierno”.2
Pero hay otra de las aseveraciones del maestro que usted seguramente no conoció, pero que yo recuerdo de mis queridos carnés escolares y que afortunadamente aún sigue apareciendo en las carteleras de la escuela: “Los que una vez se han encontrado juntos en los bancos de una escuela, en la que eran iguales, a la que concurrían usando de un mismo derecho, se acostumbran fácilmente a considerarse iguales, a no reconocer más diferencias que las que resultan de las aptitudes y las virtudes de cada uno: y así, la escuela gratuita es el más poderoso instrumento para la práctica de la igualdad democrática”.3
El exabrupto de Manini Ríos no sólo expresa su vocación totalitaria, sino también su identificación clasista, manifiesta en el desprecio a la calidad de la educación pública, a sus maestros, profesores y alumnos.
También nos advertía Varela sobre el peligro del dogmatismo en la educación pública y su condición de herramienta liberticida: “Para las sociedades modernas es ya un principio indiscutible que la imposición, la fuerza, sólo crean instituciones de vida efímera: no son estables y permanentes sino las instituciones que tienen por base el respeto de la personalidad humana, en su triple naturaleza física, intelectual y moral. Así, pues, la enseñanza dogmática en la escuela sólo es posible, por una parte, en los pueblos que creen aún en el imperio de la fuerza, en las naciones monárquicas, que buscan en la enseñanza dogmática, impuesta, un auxiliar para los gobiernos que no tienen por base el reconocimiento de la igualdad y de la libertad humanas: y por la otra, para las naciones en que los habitantes profesan una misma creencia religiosa... La unidad absoluta sólo es posible en la absoluta ignorancia o bajo el brazo de hierro de la tiranía. Allí donde, en sus varios modos de acción, la naturaleza humana pueda manifestarse libremente, habrá siempre opiniones y creencias encontradas, ya que el espíritu humano, en cada individuo, halla en su libertad y en su falibilidad, causas eficientes para apreciar de diverso modo la verdad, así en la alta esfera de las creencias religiosas como en el campo, más reducido, de los hechos que se producen en torno nuestro”.4
Muchos de sus votantes, y sus profesores de la carrera militar, y de sus jefes militares colaboraron y buscaron exactamente lo contrario a lo que decía Varela, buscaron la forma de condicionar la educación al pensamiento dogmático, a perseguir a todos aquellos que cuestionaron las ideas que la dictadura pretendía convertir en la verdad oficial.
Persiguieron durante más de 11 años a quienes defendían la libertad de pensamiento, proscribieron libros y docentes, encarcelaron escritores y periodistas.
¿Alguna vez se detuvo a pensar cuál podía ser la opinión de José Pedro Varela sobre el gobierno que usted apoyó y defendió, y cuyos principales represores aún viven, y que usted defiende?
Tal vez debiera pensar si aquella dictadura, que no empezó en 1973 sino bastante antes, cuando ya se aplicaba el concepto foráneo de la Seguridad Nacional en las instituciones armadas, no es en definitiva la responsable de ese crecimiento de ideas liberales, contestatarias, que reclaman por más derechos.
Capaz que tiene razón, de la misma forma en que, como lo previera el ilustre reformador de la escuela, el desarrollo de la escuela pública, la secundaria pública y la universidad pública y gratuita es lo que le ha permitido al país estar en la vanguardia de la democracia representativa del continente y del mundo, en una forma que internacionalmente se reconoce.
Tal vez tenga razón, la educación pública es la responsable del crecimiento del Frente Amplio, o más bien de la confianza en la defensa del sistema democrático, y del avance en materia de derechos humanos, derechos que usted cuestiona, a pesar de estar consagrados en la Constitución y en los tratados internacionales de derechos humanos.
Seguramente quienes los redactaron, impulsaron y aprobaron lo hicieron porque estaban sometidos a la matriz ideologizada de la escuela pública uruguaya.
Senador, si usted quiere verdaderamente a la democracia uruguaya que le permitió por legítimo derecho ocupar un cargo durante cinco años, aproveche este tiempo para estudiar y conocer los verdaderos principios de la democracia, los principios de quienes defendieron la vigencia de los derechos, de quienes creen en la diversidad de ideas, en la pluralidad de opciones, y en un mundo donde no exista diferencia entre la educación pública y privada.
Por eso le pido que lea, o vuelva a leer, si alguna vez lo hizo, la obra de Varela y de todos los pensadores de la educación libre y laica, si realmente quiere llegar a entender la razón de ser de la educación pública. Y sobre todo, cómo esa vida brillante que se apagó tempranamente dejó la impronta y el vaticinio de que con la educación pública se acabarían las revoluciones y las dictaduras basadas en la ignorancia del pueblo.
Entonces entenderá por qué estos principios varelianos siguen vigentes después de 150 años, y continúan siendo la luz y el orgullo que iluminan nuestra enseñanza pública a todos los niveles.
Daoíz Uriarte es abogado.