Comienza la última semana de campaña previa al balotaje, de gran tensión y ansiedad para los sectores de la ciudadanía que están, desde hace tiempo, muy convencidos del resultado que desean y de que otro desenlace sería grave.
Otra parte del electorado tiene preferencias bastante definidas, pero no espera catástrofes si gana la fórmula que no votará. Hay quienes sienten rechazos similares por los dos bandos en pugna y existe también, en baja pero crucial proporción, un sector de personas todavía indecisas, cuyos niveles de información y de interés en la política son a menudo escasos. Del modo en que se comporte este último grupo depende quién ejercerá la presidencia de la República durante cinco años para gobernar al conjunto de la población.
Todas las encuestas sobre intención de voto muestran una situación cercana a la paridad, con una pequeña ventaja para Yamandú Orsi y Carolina Cosse sobre Álvaro Delgado y Valeria Ripoll, que puede estar dentro del margen razonable de error o ser revertida por las decisiones de quienes aún no tienen claro qué harán el domingo 24.
Esta división del electorado en partes similares ya se había manifestado antes, en los resultados de la segunda vuelta de 2019 y del referéndum realizado en marzo de 2022 contra 135 artículos de la ley de urgente consideración aprobada el año anterior. Sin embargo, resulta hoy, como en las ocasiones previas, difícil de comprender para las personas más convencidas.
Entre el desconcierto y la irritación, muchas de estas personas no aceptan que los sondeos de opinión pública representen la realidad y acusan a las empresas encuestadoras de manipular sus informes. Otras le atribuyen al bando adversario una capacidad demoníaca de engaño o llegan a la conclusión de que quienes confían en él son, por su ignorancia o su complicidad interesada, gente indigna de ejercer el derecho al voto.
Todos estos intentos de explicación tienen una característica común y preocupante: culpan a otras personas, sin considerar que por lo menos parte de la situación sea responsabilidad del bando con que se identifican. No por meros errores técnicos de comunicación, sino por carencias en el conocimiento de buena parte del país y de su gente, en las propuestas que plantea, o en el contenido profundo de los mensajes con que busca ganar votantes. Quizá, incluso, en la jerarquización absoluta de este objetivo, con grave descuido de la formación política ciudadana.
A medida que se acercan las jornadas electorales, tiende a predominar la idea de que lo único importante es sumar apoyos, con independencia de sus motivos, y se ve como una muestra de eficacia política decirle a cada persona lo que quiere oír o no decirle nada que pueda contrariarla. Cuando este criterio se aplica en forma permanente, las consecuencias son muy indeseables para la calidad de la convivencia democrática.
Quienes ganen en la segunda vuelta deberán esforzarse por dialogar, convencer y lograr acuerdos amplios con el resto del sistema partidario. Sería deseable que estos esfuerzos se aplicaran también en la relación con el conjunto de la ciudadanía.