El Partido Colorado sufre una crisis histórica sin parangón. El último síntoma de esta situación es el curioso hecho de que mientras las encuestas muestran una intención de voto del 8%, en la interna del partido han florecido ocho precandidaturas presidenciales. ¿Qué ha ocurrido para que el otrora poderoso partido del Estado haya devenido en un archipiélago político sin un rumbo claro? En este breve texto desarrollo una explicación sobre los orígenes de la crisis estructural que vive el Partido Colorado y cómo ella repercute sobre los actuales comportamientos.1

El sistema de partidos fue bipartidista desde sus orígenes hasta la elección de 1971. Durante el siglo XX, el Partido Colorado se ubicaba en el espacio de centroizquierda de competencia y contaba con el apoyo electoral de la clase media urbana y de los trabajadores en general. En su seno convivían fracciones de distinta orientación ideológica, pero el batllismo –en sus diferentes versiones– movía con base en votos al partido hacia posiciones progresistas. El Partido Nacional, en cambio, tenía una orientación de centroderecha, con una poderosa base electoral en el interior del país y en los sectores medios y altos de la sociedad. También allí convivían grupos de diferente orientación ideológica, pero el herrerismo empujaba sistemáticamente al partido hacia el carril derecho. Más allá de sus diferencias, ambos partidos fundacionales presentaron siempre una matriz ideológica liberal –que fue determinante para el establecimiento de la democracia en nuestro país– y una concepción pluralista de la política que en los hechos les permitía funcionar como partidos catch-all.

La histórica posición de cada partido en el espectro ideológico únicamente se modificó en los dramáticos años 60, cuando el pachequismo movió al Partido Colorado hacia la derecha y el wilsonismo hizo lo propio con el Partido Nacional trasladándolo hacia posiciones de izquierda. Estos posicionamientos se mantendrían incambiados hasta inicios de los años 90, cuando Luis Alberto Lacalle Herrera y su renovado Herrerismo trasladaron al partido hacia su histórico carril y Sanguinetti y el Foro Batllista –aliado con la lista 99– buscaron encaminar al partido hacia su tradicional sendero socialdemócrata. Sin embargo, el realineamiento impulsado por Sanguinetti llegó tarde, porque por esos años el Frente Amplio ya se había convertido en un actor relevante, ocupando el espacio abandonado por los colorados y descuidado por los blancos tras la muerte de Wilson. Desde entonces ambos partidos fundacionales compartirían el espacio de centro y centroderecha del sistema, con el detalle de que sólo uno de ellos se sentía cómodo en ese rol.

Por esos años, escribimos un artículo con Adolfo Garcé en el que analizamos el fenómeno de convergencia de ambos partidos.2 Allí señalábamos que los partidos fundacionales habían adoptado programas de reformas económicas promercado que, mal o bien, gestionaron a través de formatos de coalición o de simple coparticipación en el gobierno. La naturaleza de los cambios propuestos les exigió abandonar las típicas políticas clientelares como método electoral que tan bien describiera Germán Rama en los 70,3 y adoptar una nueva forma de hacer política mucho más programática y basada en ideas (pese a que a nivel micro las viejas pulsiones clientelares se negaban a morir). Bajo esas condiciones, los votantes de ambos partidos comenzaron a intercambiar preferencias, fenómeno que Luis Eduardo González denominó “superposición electoral” en su libro de 1993.4 La convergencia de ambos partidos en el espacio de centroderecha permitió al Frente Amplio colonizar el territorio histórico del Partido Colorado. Para mediados de los 90, la coalición de izquierda ya había alcanzado un tercio de los votos y para la última elección del siglo, ya se había convertido en el partido más grande del sistema con un 40% del electorado.

Si bien algunos trabajos mostraron que el Frente Amplio creció electoralmente hacia el centro del espectro ideológico,5 otras investigaciones pusieron énfasis en el despliegue social y territorial de la izquierda.6 El éxito reposaba en la conquista de votantes de clase media y trabajadores concentrados en las ciudades del litoral y el sur del país, lugares desde donde el Partido Colorado había construido su histórica hegemonía. Así como en las primeras décadas del siglo XX el Partido Laboral avanzó sobre las bases electorales del Partido Liberal en Reino Unido, el Frente Amplio hacía lo propio con el Partido Colorado en el recodo del nuevo siglo. Los procesos de reemplazo en ambos países no fueron idénticos, pero guardan muchas similitudes que aún no han sido debidamente exploradas.

La mayoría de los precandidatos presidenciales parecen estar más orientados a alcanzar objetivos modestos y personales, como integrar el próximo Parlamento, que a abrazar la relevante tarea de sacar al partido de su preocupante letargo.

El punto de inflexión de ese proceso fue la crisis económica de 2002 y la posterior elección de 2004, en la que los uruguayos señalaron al viejo partido de la defensa como el responsable de todos los males. Mientras los votantes colorados de centro huían hacia el Frente Amplio (aproximadamente 10 puntos del electorado), los votantes conservadores emigraban hacia el Partido Nacional (aproximadamente 11 puntos del electorado). La crisis estructural del Partido Colorado estaba instalada. Había perdido su natural posición en el espectro político y con ello a la mayor parte de sus votantes. El partido quedó varado en una votación del 10% que más tarde Pedro Bordaberry (2009 y 2014) y Ernesto Talvi (2019) intentaron exorcizar sin mayor éxito.7

Los 20 años que nos separan de la debacle de 2004 representan un fresco de los problemas estructurales que aquejan al partido. Como nuevo integrante del bloque de centroderecha ha sido menos eficiente que el Partido Nacional. La prédica liberal y/o conservadora no es su fuerte al tiempo que sus estructuras partidarias cuentan con menor capacidad para atraer el voto del interior profundo del país (con la excepción del departamento de Rivera). En cierto modo, el Partido Colorado está atrapado en un dilema sin solución: está incómodo en el lugar que ocupa, pero no tiene a dónde moverse.

Es cierto que el sistema electoral de doble vuelta le garantiza su supervivencia, porque siempre podrá reclamar el voto parlamentario en octubre bajo el supuesto de que ningún partido alcanzará la mayoría en primera vuelta. Sin embargo, sobrevivir parece un objetivo demasiado modesto para un partido que gobernó el país durante más de un siglo y que tiene entre sus medallas haber construido la democracia junto con el Partido Nacional y haber desarrollado un temprano Estado de bienestar del que tanto nos enorgullecemos.

El inicio de la carrera electoral de 2024 muestra que la dirigencia colorada aún no ha entendido la naturaleza de la crisis. El discurso de la mayoría de los precandidatos permanece atrapado en dilemas de identidad sin percatarse de que el pasado socialdemócrata no es tan valorado por los votantes del bloque. Tampoco fundamentan claramente cuál ha sido el rol cumplido en la coalición de gobierno de Luis Lacalle Pou. Para muchos uruguayos, el Partido Colorado ofició en estos años de furgón de cola del Partido Nacional, siendo en algunas circunstancias “más papistas que el papa”. Contó con tres ministerios periféricos cuyos titulares debieron ser reemplazados a mitad de camino por denuncias públicas o errores políticos inexplicables. Ninguna de esas posiciones resultaron útiles para desarrollar nuevos liderazgos ni para marcar una impronta propia de partido y, por ello, terminaron abriéndose paso candidatos que ocuparon presidencias de entes autónomos o consejos descentralizados, posiciones que bajo ningún concepto deberían ser utilizadas como trampolín político de carreras individuales. Asimismo, la mayoría de los precandidatos presidenciales parecen estar más orientados a alcanzar objetivos modestos y personales, como integrar el próximo Parlamento, que a abrazar la relevante tarea de sacar al partido de su preocupante letargo.

Asumir que el Partido Colorado del siglo XXI es un partido de centroderecha que compite con votantes naturalmente inclinados hacia el Partido Nacional exige la elaboración de un discurso y una línea argumental adecuada a esos fines. Por el momento, pocos parecen percatarse de este problema, que el marketing político superfluo no puede ocultar. Por lo tanto, debe decirse que, ceteris paribus, el viejo Partido Colorado hoy transformado en archipiélago se encamina hacia la elección más complicada de su historia.


  1. Una explicación más detallada puede leerse en Daniel Buquet, Daniel Chasquetti y Felipe Monestier (2021). Colorados. Colección Partidos y movimientos políticos en Uruguay, dirigida por José P. Rilla y Jaime Yaffé. Montevideo: Planeta. 

  2. Daniel Chasquetti y Adolfo Garcé (2005). “Unidos por la historia. Desempeño electoral y perspectivas de colorados y blancos como bloque político”, en Daniel Buquet (coord.) Las claves del cambio. Ciclo electoral y nuevo gobierno. Montevideo: Banda Oriental. 

  3. Germán Rama (1971). El club político. Montevideo: Editorial Arca. 

  4. Luis E. González (1993). Estructuras políticas y democracia en Uruguay. Montevideo: Fondo de Cultura Económica. 

  5. Adolfo Garcé y Jaime Yaffé (2004). La era progresista. Montevideo: Fin de Siglo. 

  6. Constanza Moreira (2005). “El voto moderno y el voto clasista revisado: explicando el desempeño electoral de la izquierda en las elecciones de 2004 en Uruguay”, en Daniel Buquet (coord.), Las claves del cambio. Ciclo electoral y nuevo gobierno. Montevideo: Banda Oriental. Juan Pablo Luna (2004). “De familias y parentescos políticos: ideología y competencia electoral en el Uruguay contemporáneo”, en Jorge Lanzaro y Alfonso Castiglia (eds.), La izquierda uruguaya entre la oposición y el gobierno. Montevideo: Fin de Siglo. 

  7. Bordaberry llevó al partido al 17%, pero más tarde no pudo evitar su caída al 13%. Talvi mantuvo esa votación pese a que su irrupción como candidato y su impronta generaron expectativas de renovación que pronto se verían fraguadas.