Ayer fue el último 8 de marzo en este período de gobierno, y tiene importancia hacer un balance de lo que ha ocurrido desde 2020, para considerar qué perspectivas pueden abrirse a partir del año próximo. De todos modos, deberíamos tener muy presente que los feminismos existen debido a problemas históricos, que no surgieron recientemente o porque gobernara un partido, ni van a desaparecer con rapidez o porque gobierne otro.

Durante los gobiernos frenteamplistas se confirmó que el machismo está presente en todas las fuerzas políticas. Durante el actual gobierno se ha confirmado que no en todas ellas está presente del mismo modo y con la misma fuerza. De ambas experiencias hay mucho que aprender.

La marcha de ayer fue, una vez más, multitudinaria, más allá de que algunas activistas llegaron a ella con la percepción inquietante de que en los últimos años han decrecido la efervescencia y la presencia pública de los feminismos. Y no es que los problemas hayan disminuido: muy por el contrario, hubo retrocesos, agravamientos y nuevas dificultades, cuyo impacto potencia las desigualdades, discriminaciones y violencias previas, incluyendo por supuesto a las de género.

Sin embargo, no parece que se trate de un repliegue, sino, en buena medida, de una redistribución de esfuerzos. Ninguna lucha social avanza en forma ininterrumpida, porque ninguna es por completo independiente de los demás conflictos en la sociedad, y esto es aún más cierto cuando, como en este caso, se batalla contra factores estructurales, que atraviesan la convivencia en muy diversos escenarios.

Las feministas no fueron ni podían ser ajenas, por ejemplo, a la emergencia sanitaria, la precarización de la vida o el avance del crimen organizado. Muchas respondieron con nuevas o mayores militancias, repartiendo de otro modo su tiempo, pero muy lejos de bajar los brazos.

Esto tuvo contras y pros: disminuyó en cierta medida la dedicación específica a cuestiones de género y a reivindicaciones avanzadas, pero al mismo tiempo se fortalecieron los enfoques feministas en muchos ámbitos, y también el arraigo en realidades populares, que es estratégico articular con esos enfoques. Cada opresión potencia a las demás, y lo mismo pasa con las luchas por justicia, libertad y felicidad.

En la relación entre los feminismos, a veces compleja y tensionada, también hay una consistencia honda. Como pasa en otros terrenos, etiquetarlos como “radicales” o “moderados” es pensar en un idioma enemigo. Todos enfrentan, con distintos énfasis y estilos, la misma estructura y se necesitan entre sí. También se necesitan entre sí los feminismos y las demás causas emancipadoras.

Comprender esto significa, entre otras cosas, no dejarnos dominar por el temor a la igualdad, que vocifera en las redes sociales y asomó en la encuesta de la Usina de Percepción Ciudadana que publicamos ayer, en la que una gran proporción de los varones consultados, pero también muchas mujeres, opinaron que los feminismos ya han avanzado más de lo debido. Todos y todas nos necesitamos más libres, y el camino que nos queda por recorrer es largo.