“Disponible”. Así aparecen por defecto los estados de nuestras cuentas de Whatsapp. Eso dice una aplicación sobre nosotros sin que caigamos en la cuenta de la hondura declarada sobre nuestro tiempo y nuestras vidas. Lo grita a los cuatro vientos y lo hace de forma ininterrumpida. Cada vez que alguien mira su dispositivo sabe que estamos al alcance de su mano. Así estamos, disponibles y sin chistar, alegre y enteramente disponibles, como más le conviene y gusta a la lógica del capitalismo extractivista. Así estamos, en pleno goce de nuestra voluntad para consumir y ser consumidos.
En la nueva realidad fractal no hay silencios ni negatividad, no hay conflicto ni contradicción. Los seres humanos somos parte de un ejército que usa su propia inteligencia para llenar los vacíos de otra inteligencia, una artificial. Hace ya buen tiempo que cada uno de nuestros movimientos son mediados por el uso de los dispositivos, a los que alimentamos sin parar de información que luego se usará para generar “opciones” y “propuestas” a nuestra entera medida, confirmando todos los sesgos de escasas decisiones genuinas. La mediación tecnológica está instalada en nuestras vidas sin aparente vuelta atrás. Ni siquiera tenemos la posibilidad de borrar nuestras propias huellas. Hemos perdido el mando de la verdadera autonomía, dicho esto más allá de cualquier posible nostalgia o sentido apocalíptico.
Como dice Éric Sadin en su libro publicado en 2023, La vida espectral. Pensar la era del metaverso y las inteligencias artificiales generativas: “Vivimos rodeados de fantasmas que se dirigen directamente a cada uno de nosotros y nos indican, llenos de malicia, el camino correcto a seguir, [que] entran en escena sólo en ocasiones muy excepcionales, pero sin descanso, y nos llevan no tanto a actuar después de recibir un mensaje altamente importante como a reaccionar, noche y día, a una avalancha de señales. […] A partir de ahora, no estaríamos solos nunca más: habría guías superiormente informadas que nos garantizarían la mejor conducción de nuestras existencias”. La carga de instrucciones generalizadas de las que nos habla Sadin, a las que les atribuye especial malicia, aparece en nuestras vidas bajo gestos de engañosa asistencia altruista, hurtando así cualquier atisbo de resistencia. Allí están, muchas voces neutras preguntando “¿Qué puedo hacer por usted?”, persiguiendo redefinir de forma sorda la ecuación humana entre necesidades y deseos.
La virtualidad nos ha agregado una nueva confusión que se desplaza entre lo digital y lo material. Las nociones de tiempo y espacio que hasta hoy vertebraron nuestras vidas están radicalmente alteradas. La condición de presencia y ausencia ya no significa ni supone lo mismo. El trastocamiento del tiempo –con mayúsculas– se manifiesta inevitablemente en los desajustes de los tiempos personales e íntimos. Las jornadas han ido perdiendo la cadencia que ponía a cada cosa en su lugar y a cada actividad en un lapso definido de antemano. Hoy vamos de un lugar a otro y de una tarea a otra a una velocidad inusitada, gastando gran parte de nuestra energía vital. Lo hacemos de forma distinta, con mínimos desplazamientos corporales, aunque con la misma o mayor sensación de extenuación.
El corrimiento de la atención nos hace creer libres y livianos, sin embargo, la disponibilidad sin restricciones nos arrasa. La secuencia cotidiana puede incluir en simultáneo conversaciones sobre desgracias propias o ajenas, el horror de imágenes de guerra, la última carta de una niña al ratón Pérez, la organización de un evento, las obligaciones laborales, los arreglos domésticos, conversaciones con amigas, mirar las ofertas en las tiendas virtuales, leer las noticias, subir contenido a las redes sociales, escuchar un pódcast, navegar por el despliegue estético de alguna aplicación, mandar y escuchar audios y así ad infinitum, o hasta donde la necesidad –por ahora– de descansar lo permita.
¿Qué sigue siendo lo propiamente humano para una civilización que durante siglos creyó que lo propiamente humano era la inteligencia, la capacidad de ser racionales y actuar en consecuencia?
El espacio virtual genera un espejismo de cercanía y de presencia en ausencia física que produce procesos de subjetivación radicalmente distintos. Encuentros sin contacto, sin la energía que produce la fricción física, el tacto, el olfato. Los sentidos subvertidos en su función. El tacto en la pantalla sustituye el tacto vital, el contacto carnal. Nos llegan noticias del norte –que solemos aplaudir– sobre la creación de espacios de escucha para personas que tienen la necesidad de contar cosas pero no cuentan con quien hacerlo, también a diario recibimos decenas de ofertas de actividades para hacer “desde la comodidad de tu casa”. La pandemia de la covid-19 le puso a este devenir un ritmo arrollador, fue un punto de inflexión y una suerte de estocada paradójica a la lentitud y al encuentro. Un par de años de nuestras vidas estuvimos aceleradamente encerrados.
Esteban Dipaola y Luciano Lutereau, en su libro Contactos frágiles. Ensayos sobre la volatilidad de los vínculos, recientemente publicado, dicen: “La vida mediante flujos continuos, que originan un individuo diversificado entre varias tareas personales y actividades laborales, afianzado siempre en la experiencia prioritaria de su condición de individuo, que le facilita la idea de que lo obtenido le pertenece y fue posible por sus propias virtudes. […] funda [así] un individuo contactless, que desliga cualquier contacto con otro individuo de las capacidades productivas de su propio y único recurso, que es la vida”.
Las descripciones sobre nuestra vida tutelada son abundantes y casi todas nos resultan verosímiles y elocuentes respecto a nuestro andar cotidiano. Entonces, vale preguntarnos: ¿qué hacer? ¿Hay acaso algún margen para hacer algo? Tiendo a pensar que en la propia descripción de época se pueden ver las balizas para pensar lo “nuevo” y reconocer los antídotos para un futuro en apariencia obturado. Quizás valga la pena replantearnos algunas preguntas básicas, esenciales, como, por ejemplo, ¿qué sigue siendo lo propiamente humano para una civilización que durante siglos creyó que lo propiamente humano era la inteligencia, la capacidad de ser racionales y actuar en consecuencia? Hoy, en tiempos de inteligencia artificial –nutrida de inteligencia humana–, quizás debamos volver a preguntarnos qué es lo propiamente humano. Entonces, ¿por qué no ensayar preguntas a modo de posibles respuestas? ¿No será hora de salir de la comodidad que supone estar sin estar y recuperar el espesor del encuentro corporal, carnal, físico, en un tiempo y espacio común? ¿No será un buen momento para revisar nuestros vínculos personales y colectivos, íntimos y políticos, desinstrumentalizar las relaciones, generar vínculos sustantivos, sin aparente utilidad, recuperar, como dice Sadin, la gratificación de “la presencia bruta; también del calor –térmico y afectivo– que produce la cercanía”?
Si la existencia tutelada produce una “subjetividad desvitalizada”, como la llama Sadin, poco dispuesta a esfuerzos físicos y emocionales, reticente a relaciones de reciprocidad y a los actos sacrificiales que habilitaron nuestra posibilidad de vivir juntos, ¿no será hora también, sin necedad ni ingenuidad, de buscar las hendijas por donde activar el encuentro, la escucha sustantiva, la construcción de un nosotros y de recuperar el tacto en contacto –sin mediaciones– como formas de recuperar el vigor de un lazo social debilitado? Puede que no sea un programa contrahegemónico, pero es una buena forma de empezar.
Angélica Vitale Parra es socióloga.