“Nadie será olvidado.
No será olvidado el joven que murió y fue enterrado,
Ni la joven que murió y fue enterrada con él.
Ni el niño que se asomó a la puerta un instante y se fue luego para siempre,
Ni el anciano que ha vivido sin objeto que se da cuenta de ello con una amargura
más punzante que la hiel.
Ni el tuberculoso del asilo, consumido por su enfermedad y por el aguardiente.
Ni los innumerables asesinados y náufragos, ni los degenerados kokobongos,
a quienes llaman la inmundicia de la humanidad”.
Walt Whitman
El ajuste de cuentas forma parte del lenguaje del castigo cotidiano y del reconocimiento de las prácticas de muerte, de crueldad y de poder que tienen lugar en territorios concretos de nuestro país y la región. Es un concepto polisémico, descriptor de diversas realidades sociales, pero que en todos sus usos tiene el factor común de reflejar un intercambio entre partes donde al menos una reclama ser compensada y no acude para ello a los servicios estatales de justicia. Se ignora o rechaza la figura del tercero árbitro y se busca ejecutar soluciones directas entre las partes involucradas. La compensación exigida no es siempre económica, puede ser una transacción o intercambio expresivo o afectivo, simbólico, corporal y hasta existencial cuando se paga con la vida (homicidio).
Esta definición se contrapone con enfoques teóricos (y con la perspectiva de los meros aplicadores de técnicas de estudio) más restrictivos que comprenden al ajuste de cuentas como el resultado de un reclamo puramente económico en el marco del tráfico de drogas ilegalizadas. Sin embargo, tanto desde lo conceptual como desde el territorio, el ajuste de cuentas admite múltiples intercambios. El bien económico y el ejercicio del dolor espiritual y del cuerpo aparecen como mercancías simbólicas y materiales de intercambio que saldan las cuentas entre deudores y acreedores. En nuestras justicias modernas esto se observa con las sanciones económicas (multas), las medidas de privación de la libertad y la pena capital. En paralelo a la legalidad, existen sentencias extrajudiciales, resoluciones de conflictos entre privados, con o sin amenazas, que también se pagan con la vida, la libertad y el cuerpo.
El castigo en el marco del ajuste de cuentas se agrava sustantivamente en aquellas poblaciones con privaciones (económicas, educativas, etcétera) en tanto los activos que disponen para endeudarse no son pecuniarios, sino la libertad, el cuerpo y la vida. La situación se agrava al considerar que las poblaciones privadas de una vida digna suelen residir y circular por territorios donde la criminalidad se expresa con más frecuencia y radicalidad. El crimen tiende a consolidarse donde residen las poblaciones con mayores privaciones relativas y los eslabones más expuestos de los grupos delictivos. Así las cosas, la consecuencia de endeudarse en los territorios olvidados suele ser fatal. Más aún cuando no se dispone de la libertad de elegir cuándo y con quién hipotecarse.
El concepto “ajuste de cuentas” no existe en la legislación penal nacional; sin embargo, los agentes de seguridad pública suelen referirse a él, así como profesionales liberales, los medios de comunicación y la ciudadanía en general. Proliferan películas y series de streaming tituladas “Ajuste de cuentas” o similar. Incluso, el reconocido escritor John Grisham tiene una novela de suspenso llamada Ajuste de cuentas. Es decir, estamos ante un artefacto cultural mercantilizado de comunicación. En términos nominales, el Diccionario panhispánico del español jurídico y el Oxford Languages definen el ajuste de cuentas, por su uso generalizado, como “venganza”. Por otra parte, el Diccionario de la lengua española lo define como “arreglo de cuentas”. Analíticamente, en ambas nominaciones se halla el intercambio entre partes opuestas y la reacción ante el incumplimiento de un acuerdo.
El ajuste de cuentas es una categoría de alto valor explicativo en tanto refiere a una sociedad endeudada de “guerreros” que no pondrán en duda el mecanismo de la búsqueda casi obsesiva de saldar cuentas con los activos disponibles según clase social.
Se plasme o no el fenómeno del ajuste de cuentas tal como fue descrito, sea frecuente o atípico, es innegable que se inscribe en el sistema de creencias y, por lo tanto, en el lenguaje común de los vecinos, funcionarios policiales y judiciales. Se cuela en las creencias populares, circula como rumor barrial, información subterránea, para explicar las muertes en la comunidad, las muertes de los vecinos, el hijo y el nieto de tal y cual. En este ángulo de sentido, el ajuste de cuentas funge como concepto ordenador de la realidad que permite comprender la muerte, señalar a las víctimas y los asesinos, los impunes y los culpables, los mercados y las mercancías ilícitas, los femicidios, los conflictos entre grupos delictivos y familiares, la impericia policial, entre otros.
El homicidio en el ajuste de cuentas no surge sin más como la acción de dar muerte a una persona. Por el contrario, aparece inscripto en la lógica del castigo retributivo, de la venganza y el hacer sufrir. Importa, por lo tanto, el cómo se hace morir y, en general, cómo se ejerce el poder y el castigo. La crueldad de las sentencias extrajudiciales a muerte (incendios de viviendas con personas adentro, balaceras interminables contra los cuerpos y los hogares, etcétera) y el control del tiempo en el hacer sufrir aparecen en la lógica del castigo, especialmente, al momento de ajustar cuentas.
Son los jóvenes varones los que tienen vidas breves, en buena medida por esta masculinidad dominante que encuentra en la violencia una forma de ganarse el respeto de los otros. Por otra parte, las madres, hermanas y abuelas sufren las muertes de sus hijos, hermanos y nietos. Compañeras, novias, esposas, casi siempre mujeres, quedan solas a cargo de los cuidados materiales e inmateriales de niños muy pequeños. Son mujeres que padecen las vidas truncadas de una división de género repleta de mandatos y expectativas a reproducir. Son ellas quienes buscan los lugares donde llorar a sus víctimas (cuando pueden llorar un cuerpo), y quienes activan los escasos y complejos caminos para que la justicia actúe. En esta división se distribuyen los cuidados y las actividades de riesgo de acuerdo al género.
Lo dicho conceptualmente sobre el ajuste de cuentas ha sido profanado en el debate metodológico acerca de la construcción de un sistema de categorías o tipología de homicidios. Se ignora su potencia teórica, se lo confunde al intentar hacerlo observable directamente y se lo reduce arbitrariamente a unos pocos delitos. A su vez, se lo desacredita como parte de la caja de herramientas para la comprensión de la realidad y, en este contexto, se lo fragmenta de tal manera que su medición queda diluida y subregistrada. Llamativamente el debate actual se presenta fundacional cuando no lo es. Hace más de una década los expertos vienen discutiendo en diversos formatos (incluso con investigaciones) sobre la clasificación de los homicidios y la utilización del ajuste de cuentas como una categoría de un sistema que expresa la variabilidad principal de los motivos homicidas. El debate debe zanjarse en una mesa de especialistas de saberes competentes para tomar decisiones consensuadas sobre la construcción del dato estadístico. La política no debe pretender reemplazar ni condicionar al conocimiento científico, sino servirse de la información sólidamente construida para tomar decisiones con base en evidencia.
En suma, el ajuste de cuentas es una categoría de alto valor explicativo en tanto refiere a una sociedad endeudada de “guerreros” que no pondrán en duda el mecanismo, de reacción automática, de la búsqueda casi obsesiva de saldar cuentas con los activos disponibles (dinero, tiempo, libertad, cuerpo y vida) según clase social. Este mecanismo es intrínseco a la construcción del sujeto de la modernidad, no es exclusivo ni patrimonio de las clases bajas o los grupos delictivos dedicados al negocio de las drogas ilegalizadas. El Estado y el mercado, así como en las relaciones cara a cara, ajustan cuentas. La diferencia está en las deudas legales y legítimas de saldar, pero la lógica es constitutiva a nuestra sociedad.
Nilia Viscardi, Gabriel Tenenbaum, Mauricio Fuentes, Fabiana Espíndola e Ignacio Salamano integran el Grupo de Investigación de Juventudes, Violencia y Criminalidad en América Latina.