Es habitual que los presidentes planifiquen sus períodos de gobierno para tener muchas cintas que cortar en los meses previos a las elecciones. Aunque estemos acostumbrados y lo hayan hecho presidentes de todos los partidos, es una violación de la norma constitucional que les prohíbe “intervenir en ninguna forma en la propaganda política de carácter electoral”. En todos los casos se trata de un obvio e indeseable intento de incidencia, pero no se produce siempre con la misma intensidad y la misma motivación.

Durante la campaña de estos meses, la presencia pública del presidente Luis Lacalle Pou viene en aumento, no sólo con inauguraciones sino también con comentarios fuera de lugar acerca de la oposición, y probablemente se vuelva aún mayor. Esto tiene motivos específicos, relacionados con la situación preelectoral del Partido Nacional (PN).

Con independencia de los méritos que se le puedan adjudicar al candidato presidencial Álvaro Delgado, su atractivo para el electorado es notoriamente menor que el de Lacalle Pou hace cinco años. Después de las internas, las encuestas muestran al PN en una trayectoria descendente, aunque se mantenga a una gran distancia del Partido Colorado.

Entre las causas probables están las características de Delgado, su elección de Valeria Ripoll como compañera de fórmula, el abrumador predominio interno de su corriente y, por supuesto, la desilusión de parte de la ciudadanía por el desempeño del actual gobierno.

Salvo el “factor Ripoll”, todos los demás eran previsibles, y como la popularidad personal de Lacalle Pou se ha mantenido muy por encima de la intención de voto a su partido, es claro por qué la campaña nacionalista promete una especie de “reelección” y busca apoyarse en las intervenciones presidenciales.

Las dificultades de la tarea quedan en evidencia con un poco de memoria histórica. La población uruguaya es conservadora en muchos sentidos, pero muestra una consistente voluntad de cambio en cada elección. Para encontrar dos consecutivas con victorias de la misma corriente partidaria hay que remontarse a mediados del siglo pasado.

Desde entonces, cada vez que un partido ganó dos elecciones nacionales seguidas, lo hizo con candidaturas que implicaban diferencias importantes de orientación e imagen. En este contexto, además, las últimas dos elecciones seguidas que ganó el PN fueron las de 1958 y 1962. Luego sólo resultó victorioso, con grandes intervalos, en 1989 y 2019.

Por otra parte, en lo que va de este siglo el Frente Amplio (FA) ha estado muy cerca de lograr la mitad de los votos, y ejerció sus tres gobiernos consecutivos con mayoría parlamentaria propia, con los nacionalistas como segunda fuerza pero a una notoria distancia. El PN llegó a la presidencia en 2019 gracias a la “coalición multicolor” con otros cuatro partidos que, este año, parecen más capaces de disputarle votos al propio PN que al FA.

En los 50 días que faltan para la primera vuelta puede haber aciertos o errores que cambien las actuales tendencias, pero el desafío de volver a ganar se les presenta muy difícil a los nacionalistas.