La lectura situacional sobre el atentado a la fiscal de Corte subrogante está saturada. La agenda pública está dominada por el streaming de las nuevas piezas del rompecabezas: grupos delictivos, prontuarios de los sospechosos, operaciones delictivas, operaciones policiales, supuestos simbólicos sobre el atentado, etcétera. ¿Qué se sabe? ¿Quién fue? ¿A quiénes detuvieron? Estas preguntas se repiten y las respuestas van y vienen en este minuto a minuto por una verdad, qué verdad.

En un negocio criminal como el de las drogas ilegalizadas, cuya fuerza radica en el mercado histórico, en la lectura situacional solamente hay sujetos y colectivos coyunturales reemplazables. Estamos ante un mercado pujante desde los años 80 del siglo pasado, cada vez más atomizado de actores, con una amplia división del trabajo, en el que se encuentran delitos de los débiles y delitos de los poderosos. Sin embargo, el fotógrafo situacional pone el ojo en los más visibles y expuestos al riesgo, que, como sabemos, por esas mismas condiciones son los que menos poder tienen en el negocio criminal. Los nombramos, sabemos sus biografías, si tienen o no antecedentes, conocemos lo que hicieron en la adolescencia y tenemos certezas sobre lo que no harán en la adultez, si es que llegan. De los actores fuertes del mercado no sabemos nada, no aparecen en la foto.

La lectura situacional contiene otros actores y discursos entre los que se destacan los gritones de las soluciones inmediatas y deterministas. La indignación es compartida, pero los gobierna la reacción desinformada. En un campo de trabajo como el de la seguridad, en el que, al momento de solucionar problemas, todas las medidas conocidas tienen efectos relativos, la audiencia de gritones se impacienta y apresuradamente concluye que nada ni nadie sirve. A menudo, la política partidaria baila al ritmo de los gritos, canalizando angustias e incertidumbres, y de este modo va cavando su propia tumba. Intenta dominar la dimensión emocional echando leña al fuego, aparentemente sin ser consciente de las consecuencias no deseadas de esta forma de gestionar la comunicación con la población y su electorado. En los intercambios de posiciones entre oficialismo y oposición, cuando nadie da en la tecla de los problemas de la seguridad, el debate destructivo sobre la criminalidad desprestigia al sistema de partidos políticos, a la democracia y a sus instituciones. Cuando la audiencia concluye que nada ni nadie sirve, se tiran semillas a la tierra para que crezcan emergentes autoritarios.

La foto recoge la situación y sus actores, pero también capta espacios. El epicentro de la violencia cruenta tiene espacios concretos que en algunos casos se han vuelto espacios estructurales de la violencia letal. Me quiero detener aquí para romper la foto y hablar de Montevideo oeste en formato de corto documental. ¿Por qué? Porque allí radican varios de los grupos delictivos de ayer y hoy, porque en ese espacio está la historia de grandes procesos estructurales de la modernidad que confluyeron hace un siglo y terminaron hace un lustro dejando las condiciones de posibilidad de algunos de los problemas que tenemos hoy con la criminalidad.

En Montevideo oeste han confluido enormes procesos sociales en un siglo. Inmigrantes italianos, españoles, rusos, lituanos, armenios (la lista sigue) poblaron la zona en el siglo XIX y principios del XX. Fue una zona multicultural, de intercambio de tradiciones, con una fuerte identidad obrera, forjada en los saladeros y frigoríficos, pero también en la pesca, los diques y otros oficios que acompañaron el desarrollo industrial, estatista y nacional del batllismo. Se destacan los frigoríficos Uruguay (1904), Montevideo (1912) y Artigas (1917). Comprados por capitales estadounidenses, los últimos pasaron a llamarse Swift y Armour, en ese orden. Luego vino el Frigorífico Nacional en 1928. En el Cerro estaban tres de los cuatro grandes frigoríficos del país; el cuarto era el Anglo, de Fray Bentos, de 1923.

En los intercambios de posiciones entre oficialismo y oposición, cuando nadie da en la tecla de los problemas de la seguridad, el debate destructivo sobre la criminalidad desprestigia al sistema de partidos políticos, a la democracia y a sus instituciones.

Montevideo oeste fue uno de los motores industriales del país y allí se configuró una comunidad articulada, fuerte, resistente, cohesiva y consciente de la cuestión social. Una comunidad obrera y disciplinada, típica de la modernidad industrial, estructurada en las grandes instituciones modernas de la escuela y la fábrica. Todas estas características son propiedades de las comunidades ordenadas, limitantes de la criminalidad, como las conoce una parte de la literatura especializada.

En 1943 se creó la Federación Obrera de la Industria de la Carne y Afines, fundamental en el retiro del capital extranjero del Swift y del Armour, a finales de 1957. Al año siguiente se creó el EFCSA (Establecimientos Frigoríficos del Cerro SA). Con el golpe de Estado, el EFCSA y el Nacional cerraron a fines de los 70. De hecho, las instalaciones del EFCSA fueron utilizadas como sitio de detención de presos políticos. La comunidad se fue desarticulando, la zona se fue convirtiendo en espacio dormitorio y fue repoblada. Sobrevino el desorden comunitario.

El Montevideo oeste de las décadas de 1970 y 1980 recibió migración interna de la capital y de otras zonas del país. En su mayoría, los nuevos habitantes eran los más golpeados por las desigualdades sociales y económicas de las crisis de inicios de los 70 y, luego, de comienzos de los 80. En 1978-1979 se desplazaron forzosamente cerca de 800 personas, en su mayoría afrouruguayas, de los conventillos Medio Mundo y Ansina, en Barrio Sur y Palermo. Parte de ellos fueron a lo que hoy es Cerro Norte.

Las historias locales de Montevideo oeste datan el ingreso (al menos más visible) de las drogas ilegalizadas en la dictadura. En esa época, las primeras personas y familias se fueron relacionando, de distinta manera, con el negocio criminal de las drogas a muy baja escala. Comenzó siendo una de las puertas de acceso al mercado doméstico montevideano. Esto es interesante porque, coincidentemente, en esos años comenzó a crecer el mercado internacional de las drogas ilegalizadas, en particular el de la cocaína.

Hoy, algunos grupos locales de Montevideo oeste se expandieron al país, aunque el epicentro de los conflictos visibles se registren allí y en algunas otras zonas del país, en particular de la capital. Hay familias de dos y tres generaciones vinculadas al mercado de las drogas ilegalizadas. Estos actores, el espacio y las miles de situaciones se configuraron en este deterioro histórico de la comunidad de Montevideo oeste con la desindustrialización, la segregación, la marginación, la migración interna de poblaciones vulneradas y otros procesos de modernidad industrial.

Hoy es el tiempo de la celeridad, la certeza y la eficacia del sistema de justicia para aclarar los hechos y detener a los autores, materiales e intelectuales, directos e indirectos, del atentado contra la fiscal de Corte subrogante. Pero mañana, pasado mañana y siempre será tiempo de ponerle atención y esfuerzo a lo que el país debería haber hecho hace 40 o 50 años con la comunidad de Montevideo oeste y con otras comunidades cuasi olvidadas y azotadas por los procesos sociales y económicos que generan las condiciones de posibilidad del crimen.

Gabriel Tenenbaum es profesor adjunto del Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República y cocoordinador del grupo de investigación Juventudes, Violencias y Criminalidad en América Latina (DS-FCS).