La muerte de José Mujica desplazó al resto de los temas políticos esta semana, pero el domingo se realizaron las elecciones departamentales y municipales, a las que corresponde prestar atención. Aunque los resultados fueron muy similares a los de 2020 (con independencia de lo que termine pasando en Lavalleja), por debajo de los grandes números hay señales interesantes que requieren análisis.
Hace cinco años, el país venía de un vuelco que puso fin en 2019 a tres gobiernos nacionales sucesivos del Frente Amplio (FA). En esta ocasión, el antecedente fue que el FA recuperó la presidencia de la República y creció casi cinco puntos porcentuales. Sin embargo, la distribución de las intendencias resultó muy poco afectada y esto destaca la autonomía relativa de las políticas departamentales.
Del lado frenteamplista se vivieron con desazón los triunfos en Artigas, Salto y Soriano de dirigentes y sectores nacionalistas involucrados en escándalos de corrupción; del lado de los partidos que integraron el gobierno presidido por Luis Lacalle Pou hubo sentimientos parecidos por la reiteración de triunfos del FA en Montevideo y Canelones, por octava y quinta vez, respectivamente.
En definitiva, a cada bando le falta capacidad de sintonía y de inserción social allí donde el otro predomina, pero además las continuidades pueden ocultar procesos lentos de cambio. En comparación con 2020, el caudal frenteamplista decreció en Canelones y en Montevideo en beneficio de los votos en blanco y anulados. Las causas son seguramente diversas, pero es claro que el FA no puede considerarse invencible para siempre en sus bastiones. A su vez, la votación del Partido Nacional (PN) disminuyó bastante en Artigas y en Soriano.
En Salto el FA perdió la intendencia y resultó electo el nacionalista Carlos Albisu. Este, pese a que las prácticas clientelistas lo obligaron a renunciar en 2023 a la Comisión Técnica Mixta de Salto Grande, logró más votos que hace cinco años. Pero el triunfo en las elecciones salteñas no fue del PN sino del lema Coalición Republicana (CR) y los candidatos frenteamplistas sumaron un apoyo mayor que el del nacionalismo, tal como había sucedido en 2020.
La CR fue exitosa en Salto, pero no determinó cambios significativos en los resultados de Canelones ni en los de Montevideo (donde ya se había presentado un lema común contra el FA en 2020). De todos modos, se potenció la idea de utilizarla en todo el país para las departamentales de 2030. El problema es que esa alianza no surge de una construcción colectiva de programas u organización, en las bases o en las cúpulas, sino del deseo de derrotar a un adversario común. No parece que priorizar una lógica de guerra sea lo que Uruguay más necesita hoy.
Además, la última vez que colorados y nacionalistas idearon un cambio polarizador de la competencia electoral para impedir que ganara el FA, el balotaje les dio resultado en 1999, pero luego vinieron tres triunfos nacionales seguidos de esa fuerza política, que ha ganado la presidencia en cuatro de las cinco elecciones realizadas en este siglo.