Ya era muy malo para el mundo que Donald Trump intentara revertir el declive del poderío económico estadounidense mediante medidas de proteccionismo comercial que violan acuerdos internacionales, con relatos falsos y una prepotencia apoyada en la amenaza de su capacidad militar. Es peor aún que utilice medidas arancelarias para imponer su voluntad en asuntos internos de otros países, como trató de hacerlo esta semana.
En una carta dirigida a su par de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, Trump anunció un arancel adicional de 50% para todas las exportaciones brasileñas a Estados Unidos, con la intención declarada de lograr que cese “inmediatamente” la presunta “caza de brujas” contra el expresidente Jair Bolsonaro y se le permita ser candidato a la presidencia en las elecciones del año que viene. Bolsonaro está impedido de postularse por haber difamado al sistema electoral de su país, y en la actualidad afronta un proceso por intento de golpe de Estado.
En Brasil hay separación de poderes, y no tiene sentido exigirle al titular del Poder Ejecutivo que cambie decisiones judiciales. Trump fue elegido dos veces como candidato del Partido Republicano, pero parece haberse olvidado de algunos datos elementales acerca de las repúblicas. E incluso si Lula pudiera hacer lo que Trump reclama, sería inaceptable que el presidente de otro país pretendiera obligarlo con presiones económicas.
Otro hecho que quizá Trump no tuvo presente es que el sistema partidario brasileño, con toda su fragmentación y diversidad, comparte convicciones básicas sobre los intereses nacionales. En abril de este año, cuando el mandatario estadounidense lanzó sus primeras amenazas de aumento de aranceles, el Congreso de Brasil tardó muy poco en aprobar por unanimidad la Ley de Reciprocidad Económica, que le permite al gobierno responder a medidas unilaterales extranjeras con efecto negativo sobre la competitividad internacional brasileña, si no logra evitarlas mediante la negociación diplomática.
Entre las respuestas habilitadas están la imposición de aranceles, la restricción de importaciones y la suspensión de concesiones comerciales o de obligaciones relativas a los derechos de propiedad intelectual.
Es posible que Trump sienta una especial hostilidad hacia Lula, por sus ideas políticas e incluso por su historia de vida, tan contrapuesta con la del presidente de Estados Unidos: uno nació en cuna de oro y se convirtió en una figura mediática del jet set; el otro viene de la pobreza extrema y del sindicalismo. De todos modos, es evidente que la ofensiva en curso apunta contra los BRICS, identificados por Trump como un adversario temible de sus planes para reverdecer el imperialismo estadounidense.
Tal como sucedió en Brasil, el grosero intervencionismo de Trump puede fortalecer a Lula en el escenario mundial. La participación en los BRICS es parte del esfuerzo desplegado por el presidente brasileño para contribuir a la construcción de un orden mundial multilateral, más equilibrado y justo. Hoy hay que elegir entre eso y la ley de la selva que Trump quiere imponer.