Como sabemos, las elecciones de octubre del año pasado determinaron que ninguno de los dos bloques que compitieron en el balotaje tuviera mayoría en la Cámara de Representantes. Los análisis iniciales señalaron las dificultades que iba a enfrentar el oficialismo para llevar adelante sus planes, así como la posibilidad de que lo desgastara la necesidad de negociar constantemente y con resultados inciertos. Hoy podemos ver que aquellas previsiones pasaron por alto que también habría complicaciones para las fuerzas políticas opositoras y que la situación actual puede tener algunas consecuencias positivas.

A primera vista, los problemas de la oposición parecen deberse a que Cabildo Abierto optó por decidir en forma independiente su postura ante las iniciativas del Frente Amplio (FA) y a las pujas internas en los partidos Nacional y Colorado, que entorpecen la acción coordinada dentro de esas fuerzas políticas y la de ambas entre sí. Pero hay por lo menos otros dos factores que implican desafíos nuevos, ambos vinculados con la disputa por la opinión pública.

Por un lado, durante mucho tiempo los actuales opositores le han atribuido al frenteamplismo una tendencia incurable al despilfarro de recursos estatales y a la generación de déficit fiscal. Es muy difícil sostener ese relato ahora, con un proyecto de presupuesto muy acotado por el aumento del déficit que dejó el gobierno anterior (después de haber prometido un recorte de 900 millones de dólares en el gasto público).

Por otro lado, y a diferencia de lo que pasó en los tres primeros gobiernos nacionales del FA, el hecho de que este no tenga votos suficientes para imponer sus posiciones en Diputados hace recaer responsabilidades sobre los partidos opositores.

Cuando estos gobernaban, cuestionaron con frecuencia a la bancada frenteamplista por “poner palos en la rueda”, pero se trataba de un recurso retórico porque contaban con mayorías propias en ambas cámaras. Ahora pueden quedar como los verdaderos culpables de que muchos problemas del país no se solucionen.

En aquellos tres gobiernos anteriores del FA, este a menudo se despreocupó de la búsqueda de acuerdos con opositores, al amparo de la comodidad que le otorgaban sus mayorías parlamentarias, y en más de una ocasión hubo enfrentamientos públicos fuertes entre sus corrientes internas acerca del rumbo a seguir. Ahora cierra filas en la campaña para defender el proyecto de presupuesto, dedica esfuerzos sostenidos a mantener la cohesión interna y se ve obligado a valorar la importancia del diálogo con otras fuerzas políticas.

En todo lo antedicho hay oportunidades de aprendizaje para el conjunto del sistema partidario. En el FA hubo quienes pensaron que la llegada al gobierno nacional sería un acontecimiento irreversible. Entre quienes triunfaron en 2019 se alentó la esperanza de que el ciclo frenteamplista había terminado para siempre. Ninguna de las dos cosas sucedió, y quizá recién ahora estén dadas las condiciones para que se asuman, con madurez y sin pretensiones de aniquilar al adversario, las reglas de juego de la alternancia democrática.