Vivimos tiempos de indignación, incertidumbre y miedo. Un cóctel del que participan activamente y se benefician algunos, mientras muchos observan, marginados de la fiesta de la disrupción y las posverdades, sin saber para dónde rumbear.

Julián Kanarek, experto en comunicación política, socio y director de la empresa de comunicación Ciudadana, identifica a estos ganadores y perdedores, pero sobre todo informa sobre las estrategias de los primeros, hace propuestas para los segundos, y proporciona un marco general para entender una de las batallas políticas más importantes que se libran en esta época: aquella por conservar lo mejor de la democracia.

Trascender el reactivo. Concentración discursiva, indignación y respuesta en la democracia contemporánea es un ensayo editado a fines del año pasado por Penguin Random House que, como su autor explica, busca “comprender el presente para encarar el futuro”. En particular, explicar los cambios en las dinámicas de vinculación social, el rol de los medios en la interacción política, la polarización y sus efectos negativos para lo que Kanarek llama “fuerzas políticas democráticas”. Lo hace recurriendo a autores diversos (filósofos, lingüistas, historiadores, politólogos, sociólogos, comunicadores). No profundiza en aspectos teóricos; más bien la virtud del libro es ordenar una sinfonía de pensamientos en torno a una época “signada por señales de pesimismo y alarma social”, como el autor la describe. Caracterizada por democracias en peligro, crispación social, pandemia y crisis.

“El desafío principal del texto es encontrar, junto con el lector, un diagnóstico de la democracia contemporánea y reivindicar tanto la comunicación política como herramienta de diálogo como la política en tanto actividad transformadora de la realidad”, afirma Kanarek.

El diálogo no da réditos

Las propuestas constructivas, el diálogo en serio, orientado a escuchar al otro, abierto a modificar posiciones propias, no da réditos en la época actual; ni económicos ni electorales, alerta Kanarek. La crispación y polarización son funcionales al negocio de las redes sociales, y los políticos y políticas con más visibilidad pública son quienes logran escandalizar con alguna afirmación polémica o directamente con mentiras. Al decir del autor, “la sensatez tiene poco marketing y la moderación, pocos defensores”. Y de esta situación no responsabiliza sólo a una parte del sistema político; las dinámicas de los medios de comunicación contribuyen a que la lógica del espectáculo se imponga.

Kanarek retoma el concepto que el doctor en Historia y periodista argentino Pablo Stefanoni propuso en su libro ¿La rebeldía se volvió de derecha? (2021): la extrema derecha es hoy la contracultura, porque es la que se anima a correr las barreras, a desafiar las reglas. “Espectacularizan el discurso con la garantía de que los medios, así como todo el arco político, los harán protagonistas, tanto por lo estridente de sus declaraciones como por el laberinto discursivo al que llevan a las fuerzas democráticas, que, ante la ausencia de una estrategia discursiva propia, se vuelven reactivas y repetitivas”, advierte Kanarek. La izquierda en particular, sostiene Stefanoni, se alejó de la imagen de la rebeldía y la transgresión, mientras que la derecha progresivamente incrementó su capacidad de capitalizar la indignación social y cuestionar el sistema.

Claro que las extremas derechas tienen poco para ofrecer más allá de la disrupción en las formas. No proponen un mundo alternativo, o, cuando lo hacen, recurren a arcadias regresivas y a la nostalgia de épocas pretéritas.

En este escenario, surgen personajes políticos que se alimentan del enfrentamiento y de la polarización como una forma de construir identidad política en beneficio propio. Pronuncian discursos que se pretenden “políticamente incorrectos”, o desafían nociones socialmente aceptadas de ciencia, derechos humanos o equidad. Y el “universo racional de la política ilustrada” reacciona frente a lo que entiende como aberraciones, y de esta forma “no hace más que encender los sistemas algorítmicos de las redes sociales, que privilegian aquellas publicaciones con más reacciones y potencian su alcance, en un círculo vicioso que aumenta notablemente el impacto inicial”.

Kanarek explica que una característica clave de la estrategia de estos personajes y partidos políticos es la de convertir a medios, periodistas, militantes y dirigentes políticos de la oposición en “funcionales a su estridencia y ruptura”. “Eso les garantiza la concentración de la conversación alrededor de sus declaraciones o posiciones extremas y minimiza la capacidad de impacto de las agendas que el resto de los actores de la sociedad plantea. Pero esto no es responsabilidad exclusiva de quien ejecuta la estrategia rupturista, sino también de aquel que, desde su actitud reactiva, sigue siendo funcional a la acaparación de la conversación pública”, concluye el autor. Lo sucedido recientemente con las declaraciones de la senadora del Partido Nacional Graciela Bianchi sobre el Poder Judicial y la Universidad de la República, y las repercusiones subsiguientes, pueden ilustrar este punto.

La identidad desde la diferencia

El miedo al otro, algo que nos suena tan conocido en tiempos de pandemia, marca las relaciones y las campañas políticas. Toda identidad se construye a partir de la diferencia, pero en nuestra época esa lógica se exacerba. Los proyectos políticos exitosos se articulan desde la reacción, el contraste y la denuncia de todos los males del establishment. Las “propuestas sencillas a problemas complejos” que formulan son atajos emocionales que funcionan en sociedades con miedo e incertidumbre, sostiene Kanarek.

No hay un contraste de ideas sino más bien una apelación a desplazar al otro negativo. Y no sólo como herramienta de campaña sino como lógica discursiva habitual de la política.

A esto se suma la aplicación de “ejércitos digitales que tienen como objetivo minar la capacidad de generar consensos sobre hechos descriptibles de una manera aceptada colectivamente”. Ya no se trata de convencer a otros sobre mi visión del mundo sino de navegar en universos discursivos paralelos, sin confrontar proyectos sino apenas esgrimiendo interpretaciones que se presentan como hechos o “verdades alternativas”.

Trascender el reactivo

Kanarek le habla a un amplio universo que no define en profundidad pero cataloga como “fuerzas democráticas”. A ellos y ellas convoca a entablar diálogos, a construir sueños de futuro “abiertos y complejos”, a ir “más allá de fórmulas prescritas que nos llevan a responder, reaccionar e indignarnos” y nos conducen a imitar formas nocivas para la convivencia.

Los llama a pensar el futuro y abordar asuntos importantes como los derechos de las generaciones futuras, la paridad, la política de la naturaleza, la equidad. A entender las lógicas comunicacionales del universo digital, pero también a hacer política en las calles. Pone como buenos ejemplos de esta simbiosis a las movilizaciones en defensa del ambiente y a los feminismos, que “se diferencian del resto por su capacidad de entender el ecosistema político-mediático para acceder a la agenda pública”.

El desafío de los demócratas es encontrar un rumbo, una serie de propuestas que estructuren utopías atendibles y creíbles por los electorados, y dejar por un rato de denunciar la oscuridad del resto, afirma Kanarek. Trascender el reactivo implica encontrar, “en los espacios de la utopía, estímulos de construcción conjunta de proyectos convocantes”.