Karina Rodríguez es licenciada en Enfermería, tiene 49 años y una extensa e intensa trayectoria laboral. Tras la última elección departamental, el equipo de Carolina Cosse le propuso ser asesora en políticas sociales de la Intendencia de Montevideo (IM) y ella –tras meditarlo mucho– aceptó.
Buena parte de su trabajo y militancia estuvo vinculada a la salud con enfoque comunitario y territorial, y esa es la impronta que impulsa desde la comuna. “Las zonas rurales y suburbanas de Montevideo, las periféricas y más vulneradas; ahí concentro mi trabajo en la intendencia”, dice.
Estuvo en la primera línea de atención en salud durante los momentos más duros de la pandemia y actualmente está a cargo de dos policlínicas móviles de la IM que atienden los municipios D y F –de los que registran mayores índices de pobreza y necesidades básicas insatisfechas–, en especial zonas de asentamientos.
Su historia incluye, entre otros asuntos que siente que la marcaron, su infancia rural en una familia trabajadora de Florida, un compromiso muy grande con el estudio a pesar de la estrechez económica, y experiencias de salud comunitaria en Rivera, Honduras y Canelones, que considera que fueron un parteaguas tanto en su vida como en su tarea como enfermera.
“Le debo mucho a la enfermería y no sólo a la enfermería profesional, sino a los enfermeros de a pie [auxiliares]. En el Clínicas aprendí que de repente trabajaban en un CTI privado, donde ganaban en tres guardias el sueldo del mes del hospital, y, sin embargo, iban. A ellos, siempre, el mayor de los respetos. Tienen una formación impresionante en Uruguay: sostienen, son el nexo entre la familia y el sistema de salud, cuidan, y son, desde todo punto de vista, muy menospreciados. Salarialmente, por ejemplo: necesitan tener doble o triple trabajo”, dice a la diaria.
Sus primeros años de vida transcurrieron en un rancho de paja en Vialidad, un paraje rural floridense, lo que le dio una gran conexión con la naturaleza. Fue a una escuela de contexto crítico en la capital de ese departamento y recuerda el plebiscito de 1980 como una experiencia removedora. “Fue ser niña y ver algo así frente a un gobierno de la opresión que creía tenerla toda ganada, y en el interior ver cómo las organizaciones, las comunicaciones, un ensamblaje social de gente comprometida dio vuelta las cosas”, recuerda.
Su madre fue diagnosticada de psicosis maníaco-depresiva cuando ella tenía 14 años, y se encargó desde entonces de sus hermanos menores. Recuerda que a veces, sin contar con productos para cocinar, fue fundamental la solidaridad de vecinos que les llevaban comida.
Debido a esta situación familiar conoció varios centros de atención en Montevideo, como el Musto, el Vilardebó y la Colonia Etchepare. “Ahí tuve todas las vivencias que se te puedan ocurrir y más para una adolescente. Fueron pruebas; estuve mucho tiempo muy enojada, pero me convertí en una mujer muy fuerte. Aprendí qué cosas no repetir siendo parte de un equipo de salud, y a desarrollar la empatía, respetar, tener una visión holística de los temas”, sostiene.
En quinto de liceo pensaba en estudiar una carrera vinculada a lo social cuando a su abuelo le diagnosticaron cáncer de pulmón. Entonces conoció a una licenciada en Enfermería que la asesoró sobre el cáncer, en especial sobre lo que sentía que necesitaba saber en ese momento: cuánto tiempo le daban y qué podía hacer ella para mejorar la calidad de vida de su abuelo y acompañar en el proceso a su familia en general: “Luego de que la mujer me habló y me dio herramientas para acompañar, me dije: 'Yo quiero esto'”.
Ella fue su primera referente en enfermería y los siguientes años estuvieron llenos de otras licenciadas que también lo fueron, entre ellas varias de las que se encontró cuando en 1990 ingresó a la Escuela Universitaria de Enfermería. Allí vio que para las personas que viven al norte del río Negro era aún más difícil estudiar en la universidad que para ella, siendo de Florida e hija de trabajadores. Entonces se sumó a una propuesta de generar un núcleo de desarrollo en la Casa de la Universidad de Rivera con mujeres referentes de enfermería; esas fueron sus primeras incursiones como estudiante de la salud en zonas de barrios periféricos y rurales. “Ahí descubrí la enfermera comunitaria, trabajando en el territorio, con los vecinos, las organizaciones, detectando los problemas de la gente para ver cómo armamos una estrategia, pero no sólo desde la academia, sino articuladamente y con mucho respeto”, cuenta.
En ese sentido, una experiencia que dice que no olvidará jamás es cuando una enfermera la mandó a Cerro Pelado, un pueblo a unos 70 kilómetros de la ciudad de Rivera. “Era un pueblo muy organizado. Repartimos volantes para una asamblea en la que íbamos a explicar lo que queríamos hacer: con metodología participativa, detectar problemas, necesidades e intereses de la salud de la gente y ver cómo podíamos articular siendo estudiantes. Fue en un galpón rural lleno de gente y ahí descubrimos que trabajaban comunitariamente con mayúsculas. Plantaban en comunidad, la panadería en comunidad, mangueaban una vaquillona por semana a los hacendados de la zona y el carnicero hacía el tratamiento de la carne para todos. Así, organizadamente, llegaron al agua, a la electricidad, a las viviendas, con una política de calidad de vida y enfoque de derechos”.
Cuando volvió a Rivera le preguntó a la enfermera para qué la había mandado a Cerro Pelado si no había mucho para hacer. “A que aprendas que esto existe, se hace; todos los estudiantes universitarios de diferentes carreras deberían conocerlo”, fue la respuesta.
Luego de esas vivencias evaluó que le quedaba mucho por conocer, sobre todo en medicina crítica, y comenzó a trabajar en una institución privada donde aprendió de diferentes especialistas, como traumatólogos y neurocirujanos, y fue becada para formarse en CTI en el Hospital de Clínicas, por lo que está muy agradecida.
En 1998 se anotó en un llamado para integrar una brigada solidaria que organizaron el Sindicato Médico del Uruguay y el Colegio de Enfermeras para ir a Honduras tras el huracán Mitch, que dejó miles de muertos en ese país. Para ello, en la Facultad de Medicina los formaron en enfermedades tropicales y en el Ejército en desde cómo clorar el agua hasta cómo hacer una canaleta y poner un campamento para no inundarse. “Fui a enseñar y aprendí muchísimo”, afirma. Allí comprobó las duras condiciones de vida de la mayoría del campesinado hondureño, la falta de atención en salud, la contaminación, las altas tasas de enfermedades de transmisión sexual, las paupérrimas condiciones de la educación, y serios problemas de acceso al agua potable. “Pude ver lo que el imperio yanqui hace ahí en los niños y las comunidades. Terminamos dando cursos de primeros auxilios en comunidades, empoderándolas para actuar ante un corte o un traumatismo, porque no había servicio de salud disponible. Y también ahí conocí gente que trabajaba con plantas medicinales, con una visión muy holística de los recursos que tienen”.
En Uruguay también trabajó para la Organización de las Naciones Unidas como consultora en el programa Canelones Crece Contigo (germen del programa Uruguay Crece Contigo) en Barros Blancos y en la zona del frigorífico Comargen, en Las Piedras. Otra experiencia que afirma que la marcó.
En 2008, tuvo la posibilidad de hacer una maestría en gestión, pero le diagnosticaron cáncer de mama con metástasis ganglionar y sus prioridades cambiaron. “Estaba trabajando en hematoncología cuando entro a ver que las posibilidades que tenía eran 95% de mortalidad. Tenía que ver dónde pararme, ponerme de acuerdo en cuanto a dónde quería ir, porque por algo estás en esa situación y de ese lugar hay que salir sin omnipotencia”. Se concentró en el 5% y se dio cuenta de que ninguno de los libros de medicina que tenía le servía, “porque todos hablaban del 95% de mortalidad”, así que los regaló. 14 años después, sigue adelante y dice: “Hay que honrar la vida. Hoy estoy acá, pero no precisás un cáncer para estar en determinados lugares”.
Apoyo a Cosse
Rodríguez no tuvo militancia política sectorial hasta que se integró a La Amplia, sector del Frente Amplio que lidera Carolina Cosse, y explica por qué lo hizo. “Creo en las mujeres y en las políticas como Cosse, por eso, si bien siempre fui independiente, la apoyo. La conocí como militante y ahí me di cuenta de que esa mujer no era antipática, sino tímida. Empezó a mejorar su discurso, entré a estudiar lo que hizo, y no precisó gente ni simpática ni amiga, precisó gente ejecutiva que creyera en el bienestar común de todos. Un proyecto como Fibra Hogar, de facilitar la accesibilidad a todos por dos mangos... Eso quiero, esos profesionales que la universidad pública formó”.
Dice que su participación como asesora en políticas sociales de la IM “es una carta de confianza de Carolina Cosse”, puesto que ella no tenía experiencia de trabajo con la comuna y a todos los cargos públicos que accedió previamente lo hizo por concurso.
“Hablé con un gran amigo que fue una persona importante en este país y para mi vida [Tabaré Vázquez] y le comenté de la propuesta, porque tenía dudas por el tema de las burocracias y que muchas veces cuando vas creciendo en los cargos te vas alejando de lo que realmente te mueve. Me dijo que no dejara de dar una mano porque se venían tiempos muy difíciles, pero que no me encuadrara sólo en la salud sino en el área social, donde se puede hacer mucho. En honor un poco a eso, a honrar la vida y a nuestras ancestras, agarré. Porque ahora estamos con esta situación de salud e inundaciones y en el 59 las enfermeras también estuvieron”, dice en referencia a las inundaciones que hubo en 1959 en Uruguay.
Trabajo en equipo
Con los policlínicos móviles Rodríguez recorre cada día diferentes zonas de los municipios D, F y algunas partes del G, a pedido de organizaciones de vecinos. Dice que el trabajo en equipo es el que sostiene la tarea que realizan, que incluye la visión de un enfermero que es también antropólogo, de una médica de familia y de una vacunadora, además de los aportes de los vecinos, los actores sociales, educadores y trabajadores del municipio y de policlínicas de cada zona.
“Hablamos con todos los interlocutores en los barrios. Me ha tocado tener que ir a hablar con una boca [de venta de droga] y decirles que íbamos a estar en el lugar haciendo un trabajo de salud. Hay lugares, como las canteras del Marconi, de donde se retiran las instituciones, pero ahí vive gente y éticamente tenemos que estar. Hay personas con discapacidad que no pueden moverse y ¿vamos a decirles que no entran los servicios? ¿De qué estamos hablando? Tenemos que ir junto con los compañeros que están todo el año, como las policlínicas de cada zona, pero a los vecinos hay que darles una respuesta y pedirles cosas para avanzar. La gente siempre supera las expectativas, aprendemos mucho”.
“Son municipios en que vive gente con mucha vulneración”, comenta. También destaca que le impresiona ver cómo se organizan los vecinos en esos territorios, y dice que desde las instituciones hay que estar a la altura. “Nosotros vamos con los móviles de salud, pero por la inundación la gente perdió hasta la cédula, los alimentos, los electrodomésticos, los muebles, los pocos insumos que tenían. ‘Hay que organizar el barrio para mantener la esperanza’, dice en el salón comunal del barrio 23 de Octubre; es así, y esto no es comentar cosas por las redes, sino estar a la altura de gente como Beatriz, Yudith y otras que, a pesar de todas las problemáticas que tienen, están pensando en otros. Cocinaron, consiguieron una camionetita, cargaron las ollas con comida y las llevaron a las zonas afectadas, donde quienes allí viven perdieron electrodomésticos e insumos para cocinar”.
“Hay que ser solidarios y no caritativos, no ver lo que me sobra, sino lo que puedo dar. Hay que dar la talla”, dice.