La mañana del 21 de mayo de 1996 las portadas de los principales diarios estaban colmadas por fotos de una multitud tomando 18 de Julio. “¿Quién podrá callar este silencio?”, titulaba La República, y aseguraba que unas 80.000 personas habrían asistido a esta manifestación silenciosa, taciturna e impactante realizada en la fecha en que 20 años antes la dictadura cívico-militar de Uruguay, en complicidad con el gobierno de facto argentino y más específicamente los comandantes Pedro Mattos y Manuel Cordero, dieran muerte a los políticos Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, junto con un matrimonio de exiliados Rosario Barredo y William Whitelaw Blanco, entonces secuestrados en Buenos Aires.

De acuerdo con las crónicas de ese martes, el número de asistentes varía según el organismo consultado: las organizaciones sociales convocantes estimaron entre 50.000 y 80.000 personas, mientras que la Jefatura de Policía habló de unas 8.000 o 10.000. Lo cierto es que las imágenes se acercan más a lo relatado por los primeros, y que quizá el silencio y la solemnidad de ese mar de gente que ocupaba 14 cuadras de la principal avenida montevideana dio a la Policía la sensación de algo más pequeño, o quizá la institución –en tiempos de democracia en que la represión a manifestantes no era algo extraordinario– temía que de esta marcha no hubiera vuelta atrás y prefirió desmerecerla.

La marcha fue pacífica y emotiva, pero también triste e impactante: el silencio sólo desapareció cuando el entonces senador Rafael Michelini –hijo de Zelmar– se inclinó sobre la estatua de la Libertad para dejar un clavel rojo que antes había besado, y la paz sólo fue interrumpida por menos de dos minutos cuando algún vecino de 18 de Julio decidió poner desde su ventana a sonar la marcha militar que usaban antes de los comunicados televisivos y radiales durante el gobierno de facto. Parte de la multitud arremetió abucheando en dirección al lugar de procedencia de la más que conocida pieza musical, que no duró mucho porque la Policía intervino rápidamente entre los convocados y quien inició la provocación desde su hogar optó por cortar la música, según relata la crónica de El Observador.

Primera Marcha del Silencio, el 20 de mayo de 1996.

Primera Marcha del Silencio, el 20 de mayo de 1996.

Foto: Daniel Stapff

La organización y convocatoria estuvieron en manos de Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos y otras más de 20 organizaciones sociales, sindicatos y sectores políticos de todos los partidos. Se pedía estar a las 19.00 para salir 19.30 y llevar símbolos patrios y flores, que luego serían dejadas al pie de la estatua de la Libertad. Si bien todos los partidos tenían algún sector que apoyó y convocó a la marcha, varios referentes, sobre todo del Herrerismo y de las alas más conservadoras del Partido Colorado, sostenían que la movilización no ayudaba a “pasar la página”, y por la mañana El País, único periódico masivo de la época que no dedicó espacio en su portada ese 20 de mayo a la convocatoria de la marcha, mostraba un enfático colgado que expresaba “Partido Nacional y Colorado aconsejan a sus partidarios no concurrir” sobre una corta gacetilla informativa que ocupaba menos de un cuarto de página y era seguida por la información relativa a los cambios en el tráfico y el transporte público que generaría el encuentro.

Una reacción necesaria

Victoria Prieto es hija de Ruben Prieto, uno de los nombres que al día de hoy se leen en la marcha y reciben el grito al unísono de “Presente”. Creció en casa de sus abuelas porque su madre estuvo presa y fue liberada con la vuelta de la democracia, sin conocer el paradero de su pareja desde 1976. En 1996 Victoria estaba en sus tempranos “veintipocos” y hacía apenas meses que había nacido su segunda hija. Aun así acompañaba a su madre a las casas donde se reunían las madres y familiares de detenidos desaparecidos y presenció asambleas y plenarios en los que se originó aquella movilización.

“Después de perder el referéndum [para anular la ley de caducidad, que impedía la investigación y condena de los represores torturadores] era necesario mantener viva la causa”, explica Prieto, quien sostiene que el trabajo por memoria, verdad y justicia es “de todos los días” y que aún hoy “el relato que reciben los niños y jóvenes no es completo ni fiel a nuestra triste historia”, pero entiende que la marcha es aquello que convoca a toda la población.

En ese momento el discurso de gran parte de los partidos tradicionales que se oponían a la marcha era el de “dar vuelta la página”, y se pueden encontrar editoriales y columnas de opinión de la época que califican a la marcha como un retroceso en la conciliación. Un ejemplo de esto es un texto publicado en El Observador del entonces periodista y encargado de comunicación del Banco Central José María Orlando, titulado “Una marcha hacia atrás”, que preveía que esa movilización iba a reavivar la “guerra interna” –entre tupamaros y militares–e instalaba una vez más la “teoría de los dos bandos” acusando a Rafael Michelini y a todos los familiares de desaparecidos de desconocer esta “realidad”.

María Ester Gatti y Elisa Delle Piane, en la Marcha del Silencio, el 20 de mayo de 1996.

María Ester Gatti y Elisa Delle Piane, en la Marcha del Silencio, el 20 de mayo de 1996.

Foto: Daniel Stapff

Como hija de un desaparecido, Victoria entiende que el Estado atentó directamente contra ella, así como contra otros niños, y considera que esta parte de la historia ha sido invisibilizada, pero también celebra los hallazgos y el compromiso que se renueva con las nuevas generaciones. “Sobre todo los estudiantes jóvenes, que no vivieron esos tiempos y muchos ni siquiera son familiares, se han involucrado y acompañan a quienes buscamos encontrar a nuestros padres, hermanos, hijos”, dijo a la diaria. Agregó que esto le dio la masividad que hoy tiene la marcha: “Quizá la primera fue multitudinaria, pero las concentraciones anteriores en la plaza Libertad y algunas ediciones siguientes del 20 de mayo tenían doble componente de dolor: aquello por lo que luchábamos y los poquitos que éramos caminando por 18”.

Una marcha triste

Gabriela Iribarren, actriz, directora y docente de actuación, recuerda la primera marcha con especial dolor, o más bien con un “dolor especial” ya que ese día se consolidó el encuentro de aquellos que buscan sanar “una herida enorme y traumática para toda la sociedad”, en palabras de ella. “Ser niña en la dictadura es una experiencia fuerte, deja una marca, sobre todo si tenés el relato en tu hogar de, por ejemplo, por qué de un día a otro en tu escuela cambiaron a la mayoría de las maestras por su actividad sindical”, comentó.

Consultada por la diaria, la militante del Partido por la Victoria del Pueblo que en 2003 presentó el espectáculo Elena Quinteros presente, en el que interpretó a la maestra secuestrada y desaparecida por militares frente a la embajada de Venezuela, contó que anteriormente los familiares de desaparecidos se concentraban los viernes en la plaza Libertad. “No era como la marcha: éramos pocos y con el paso del tiempo éramos menos, iba mermando”, dijo, y explicó que por eso “la marcha le dio a la consigna –memoria, verdad y nunca más– una continuidad, una fuerza y la demostración de la adhesión de la gente que tenía, y tiene, en carne viva el trauma”.

Iribarren considera que con el tiempo el dolor que se palpaba y despertaba el 20 de mayo se ha convertido en un “acto de amor, de belleza, comunión y rebeldía”, y que el sesgo intergeneracional de la movilización nunca se ha perdido, lo que implica que hoy los más jóvenes tengan otro tipo de compromiso con la causa que, según ella, “todavía duele, pero cada vez nos une más y revive la esperanza de hallar la verdad que, a pesar de lo logrado, sigue secuestrada”.