Con un titular en grandes caracteres que solamente decía “Espanto”, el 28 de diciembre de 1990, la tapa del diario La República informaba de la “furibunda” explosión del recientemente inaugurado caño colector y daba cuenta de que “una neblina ocre y nauseabunda se desplaza hacia la zona portuaria, mientras toneladas de detritus avanzan hacia los barrios más bajos”. Aquella impactante noticia no fue, sin embargo, más que parte de una larga tradición que se prolongó durante más de un siglo en los países de habla hispana: las bromas del Día de los Inocentes en los medios de prensa.

El ABC de Madrid fue uno de los pioneros de las “inocentadas” en la prensa cuando en 1905, con una foto trucada que ocupaba la mitad de la tapa, informaba que se había derrumbado el viaducto de la calle Segovia. Un par de años después, con otra foto trucada, hacía saber del robo de uno de los leones de bronce de la fachada del Congreso, perpetrado por dos mujeres que fingieron sufrir un ataque de epilepsia para confundir a los guardias y así alzarse con tan insólito botín.

Ese tipo de bromas se volvió un clásico en diarios de los países de habla hispana, y en muchos países europeos y Estados Unidos también se volvió una costumbre pero el 1º de abril, cuando celebran algo similar.

Por estos lados, las del diario La República, si bien no fueron las primeras inocentadas, quizá hayan sido las de mayor impacto. En el año que comenzó a salir, 1988, una foto en la tapa mostraba a Eleuterio Fernández Huidobro dando una charla en el Centro Militar junto al teniente general Hugo Medina, entonces ministro de Defensa Nacional, de un lado y el presidente Julio María Sanguinetti del otro. Junto a la foto se destacaba que en esa charla “sobre Estrategia subversiva para los próximos 200 años”, Huidobro “desarrolló conceptos coincidentes con los de la reciente Conferencia de Ejércitos Americanos realizada en Mar del Plata”. También se informaba que “el general Iván Paulós, presidente de la entidad castrense, se excusó de asistir en razón de padecer de un fuerte ataque biliar”.

Resulta curioso cómo un chiste sobre algo que era improbable que sucediera en aquellos años podría llegar a ser premonitorio, si se quiere, del devenir político del exguerrillero que años después sería ministro de Defensa.

Pero la obra maestra de La República fue quizá la publicada en 1990: “Conmoción: a las 4:01 de la madrugada explotó el caño colector”. Cuatro fotos daban cuenta del momento dramático que se vivía en la ciudad; en una de ellas se ve al ministro del Interior, Juan Andrés Ramírez, y en otra al intendente de Montevideo, Tabaré Vázquez, luego de que “65 metros del colector fueron barridos” por una “gigantesca explosión”.

Una amplia cobertura de la noticia en las páginas 2 y 3 daba cuenta de “un accidente de insospechadas dimensiones” y señalaba que “la explosión causó pánico entre la población de buena parte de la ciudad, y provocó la inmediata movilización del Cuerpo de Bomberos, los coraceros, el Batallón de Ingenieros Zapadores del Ejército y la Prefectura Nacional Naval”.

También daba cuenta de que el ministro Ramírez “se puso de inmediato al frente” de un “gigantesco operativo” cuyo comando estaba, de manera provisoria, “en un viejo local de la ex pizzería Rodelú”. A su vez, el presidente Luis Alberto Lacalle “convocó con urgencia al Consejo de Ministros y al Comité de Crisis” tras ver interrumpido “su descanso en Punta del Este, y Julia Pou inició contactos con la Cruz Roja y la Obra de Don Orione”, mientras que, por su parte, el intendente Vázquez, junto a autoridades municipales y ediles, “se mostró consternado”.

La crónica continuaba con el desarrollo de los hechos: “El estampido hizo vibrar los ventanales de una amplia zona de la capital”, al tiempo que “una especie de densa neblina comenzaba a expandirse por la franja costera de Pocitos-Malvín-Punta Gorda-Carrasco”. Según “el único medio presente” en el lugar de la catástrofe, “los efectos primarios son en apariencia devastadores: cientos de toneladas métricas de detritus sólidos y líquidos” transformaron a las playas “en un pantano nauseabundo”. Si bien “por fortuna, no se registraron víctimas fatales”, decenas de personas se vieron afectadas por los gases y fueron “atendidas en urgencia”.

Tras el accidente (que según un experto de Bomberos se debió a un “recalentamiento” del caño), hubo “varios quilómetros de playa anegados, centenares de ventanales destrozados, decenas de autos dañados”, además de que quedó “todo el tendido eléctrico de la rambla fuera de servicio”. El clima sobre las 4:45 “en Malvín y Punta Gorda era de verdadera congoja. Prácticamente todo el vecindario iniciaba un lento y doloroso éxodo con rumbo a Avenida Italia, buscando escapar al pestilente hedor”.

Más adelante, la crónica estimaba que “no habrá playas utilizables en una década”, ya que “más de 5000 toneladas métricas de detritus humanos fueron vertidos en las arenas”, y comparaba la situación con “como si un napalm fecal hubiese devastado la ciudad”. Y agregaba que en “distintos barrios se reportaron extraños fenómenos meteorológicos”, como el caso de “un vecino de La Comercial” que “se comunicó telefónicamente con nuestra redacción para informar –alarmado– que en su cuadra estaba lloviendo y no era precisamente agua”.

El artículo, que señalaba el “gigantesco esfuerzo periodístico de La República para cubrir la ingrata noticia”, decía, al finalizar el informe: “Que la inocencia les valga, señores”.

Ese día, el diario se agotó en pocas horas y la noticia fue replicada como “primicia” en un programa matinal de Radio Monte Carlo, según consignó La República al día siguiente. Entre las múltiples reacciones, se destacó la del presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, Enrique Iglesias, quien pensó en hacer efectiva una donación de 200.000 dólares “para mitigar las consecuencias del desastre”, además de suspender “la firma del préstamo para la construcción del segundo tramo del colector”, prevista para ese mismo día.

Al año siguiente no hubo inocentada. En la edición del 28 de diciembre de 1991, una nota titulada “La República rompe la tradición inaugurada en 1969 por el diario De Frente que llegó a su clímax en 1990 con la explosión del colector” da cuenta de una “reacción en cadena” al chascarrillo que incluyó “multitud de llamados, quejas, insultos, llantos, amenazas de no comprar más el diario y anuncios de juicio por daños y perjuicios” que “pautaron los días siguientes al 28 de diciembre en nuestra casa editorial” y que, por lo tanto, no habría más bromas, “por lo menos hasta comprobar que el sentido del humor es mayoría en la población”.

Lo curioso en cuanto a la tradición que La República dijo romper fue que el 28 de diciembre de 1969 era domingo. Y el diario De Frente salía de lunes a sábados. De modo que no hay archivo ni biblioteca alguna que contenga ese ejemplar para ver de qué se trataba aquella vieja e inexistente inocentada. ¿Será que alguien escribió la nota así al boleo, “total, quién se va a poner a revolver diarios viejos para corroborar si es verdad”? ¿O será que alguien escribió una “inocentada a futuro”, como una cápsula del tiempo de Día de los Inocentes, “por si a alguien que no tiene nada que hacer se le ocurre ponerse a investigar esto dentro de 30 o 40 años”?

Porque un error en el año no fue, ya que De Frente fue clausurado definitivamente en abril de 1970. El medio que sí participó en esa tradición ese año fue su continuador, el diario Ya, que con grandes caracteres tituló en su tapa: “Último momento: renuncia Pacheco”. Y en su página 3 aclaró que eligieron “hacer una broma a sus lectores a expensas de un deseo popular”.

La República, por su parte, con los años volvió con sus inocentadas, algunas más o menos ingeniosas, ninguna ya del calibre de la del colector.

Y yo quiero quedarme con la idea de que caí en una joda del Día de los Inocentes escrita hace 33 años, cuando buscando un diario De Frente de 1969 que nunca salió, me dije a mí mismo: “¡Cómo me cagaron!”.