Desde hace dos décadas, la universidad británica lleva a cabo la elección de la palabra o el término más representativo de cada año. Especialistas en lexicografía de la institución analizan el lenguaje inglés y hacen una pequeña lista de aquellos términos de uso más prominente y extendido durante los últimos 12 meses.
“Analizamos datos y tendencias para identificar palabras y expresiones nuevas y emergentes que nuestros lexicógrafos consideran como una ‘unidad única’, y examinamos los cambios en la forma en que se utiliza el lenguaje más establecido. El equipo también tiene en cuenta las sugerencias de nuestros colegas y del público, y analiza los momentos más influyentes del año para elaborar una lista de palabras o expresiones que culmine con una palabra o expresión de importancia cultural”, se puede leer en el sitio web institucional.
De acuerdo con este criterio, y luego de una votación pública que contó con más de 37.000 votantes, “brain rot” fue elegida la palabra de 2024. Traducido al español como “podredumbre de cerebro”, el diccionario de Oxford define este deterioro cerebral como “el supuesto deterioro del estado mental o intelectual de una persona, especialmente visto como resultado del consumo excesivo de material (ahora particularmente contenido en línea) considerado trivial o poco desafiante. También: algo caracterizado como susceptible de conducir a dicho deterioro”.
El primer uso registrado de este término se remonta a 1854, en el libro Walden, del poeta y escritor estadounidense Henry David Thoreau. “Mientras Inglaterra se esfuerza por curar la podredumbre de la patata, ¿no se esforzará nadie por curar la podredumbre cerebral, que prevalece de manera mucho más amplia y fatal?”, escribió Thoreau como parte de sus conclusiones, en las que critica la tendencia de la sociedad de aquel momento de minimizar y devaluar las ideas complejas, o aquellas que pueden interpretarse de muchas maneras, para dar lugar a los pensamientos más simples y llanos, lo que indicaría una fuerte señal del declive generalizado en el esfuerzo intelectual de las personas.
Casi dos siglos después, según Casper Grathwohl, presidente de Oxford Languages, esta podredumbre cerebral “habla de uno de los peligros percibidos de la vida virtual y de cómo utilizamos nuestro tiempo libre”, y afirma que “parece un capítulo siguiente y legítimo en la conversación cultural sobre la humanidad y la tecnología”.
A su vez, la frecuencia de uso del término aumentó 230% en los últimos dos años.
En 2024, y en plena era digital, “brain rot” ha adquirido un nuevo significado, ganando en fuerza y en visibilidad, sobre todo en las redes sociales y, particularmente, en TikTok. Es por esto que su uso, y las consecuencias de su abuso, afectan mayormente a los más vulnerables: los niños, niñas y adolescentes de todo el mundo.
Uruguay no es ajeno a esta problemática.
Roberto Balaguer, licenciado en Psicología por la Universidad de la República (Udelar) y magíster en Educación por la Universidad ORT, afirmó, en diálogo con la diaria, que “a edades tempranas es cuando se está empezando a construir el mundo propio, una identidad, entonces es una etapa de exploración donde se tienen múltiples intereses, pero también se quiere estar al tanto de aquellos contenidos que son sociales o que todo el mundo vio, saber qué es lo que está pasando, y TikTok es una fuente infinita de eso”.
Además, el psicólogo sostiene que un aspecto básico de las nuevas dinámicas de las redes sociales es que han logrado “hackear” el cerebro humano, es decir, encontrar las herramientas para desactivar nuestros mecanismos de autorregulación. “El ‘hackeo’ es desactivar todas las posibilidades que tenemos de freno o de control, y lo han logrado para que un usuario quede consumiendo lo que ellos proponen. En los niños, niñas y adolescentes los mecanismos de autorregulación todavía no están del todo desarrollados, por lo que tienen un sistema mucho más vulnerable”, sostiene.
En comunicación con la diaria, Karina Cittadino, licenciada en Psicopedagogía por la Universidad Católica del Uruguay (UCU) que trabaja especialmente con niños, niñas y adolescentes, afirmó que estos no deberían estar en contacto con contenidos de tan baja calidad, ya que “su cerebro se está formando, y la niñez es una etapa de formación en la que están los cimientos para su desarrollo”. “Lo que yo les digo a los niños es que lo que están consumiendo, sea redes sociales o juegos, es comida chatarra para su cerebro. Hay que tener un encuadre y un control para utilizar un celular, y ellos no lo pueden hacer. Es el adulto el que tiene que estar controlando este uso, el problema es que también está metido en este problema”, agregó.
Por su parte, y en la misma línea de pensamiento, Balaguer sostuvo que “estamos ante la primera generación de niños que tienen padres que también tienen problemas con las redes sociales”.
Sin tiempo para pensar: de lo artesanal al laboratorio
Desde finales del siglo pasado Balaguer viene estudiando estas temáticas relacionadas con Internet y el uso que le dan las personas. Con seguridad, afirma que antes del quinquenio 2010-2015 casi todo era muy “artesanal, muy ligado a lo comunicacional, a lo artístico o a las capacidades que podía tener un determinado sitio para generar el famoso engagement”.
Según el investigador, es durante esos cinco años, cuando se produce el cambio de dinámica y se pasa de lo artesanal a lo “diseñado”, lo que lleva a que estas plataformas estén pensadas para hackear el sistema y para hacer que nuestra capacidad de autorregulación y de control de los impulsos y de la postergación de la gratificación caiga, y el sujeto quede “enganchado de forma permanente”.
“Cuando empieza a haber un uso de los datos y de los algoritmos para tratar de generar un engagement mucho más científico y de laboratorio, ahí se da el cambio. Ya no es la televisión, por ejemplo, donde uno ve una comedia o la BBC o algún determinado programa, sino que estás viendo una especie de ‘llame ya’ permanente, algo que todo el tiempo te invita a permanecer ahí, y que está muy ligado a lo que se llama ‘la economía de la atención’, es decir, a tratar de que ese engagement sea permanente, y cuanto más tiempo uno pase ahí, mayores beneficios eso le trae a la compañía”, sostiene.
Y agrega: “Que el contenido sea rápido sin dejar tiempo al usuario para pensar, o que permanentemente esté cambiando, son hackeos al sistema de autorregulación. Cuanto más tiempo se tiene para pensar, más posibilidades hay de que se ponga un freno; cuanto menos tiempo haya para pensar, y más intuitivo e impulsivo sea todo, más posibilidades hay de quedar enganchado”. Por su parte, Cittadino afirma que con los reels (videos de corta duración que se muestran uno tras otro cuando alguien navega en redes sociales, sobre todo en TikTok) “no se tiene respiro”.
“El cerebro entra en una especie de encantamiento y no hay ni un momento para pensar en cómo me siento mirando determinado video. Se entra en un adormecimiento por la atracción que genera esto. En el caso de los niños, hasta que no hay un adulto que le dice ‘cortá acá’, el menor sigue y sigue. Si a los adultos les pasa, cómo será lo que ocurre con los niños, que su cerebro aún está inmaduro”, consideró.
También encuentra difícil combatir esta problemática cuando no se tiene el ejemplo en el hogar. “Cuando voy a la sala de espera, veo a la madre, al padre, al hijo, todos con el celular, entonces es muy difícil, como profesional, decirles a los niños que no utilicen el celular de esta forma”.
Según Cittadino, los distintos gobiernos de los últimos años no han desarrollado ningún tipo de enseñanza sobre esta problemática: “Sabemos que los niños no pueden consumir drogas o alcohol y por qué, en eso sí se nos ha educado. Pero esto es como una ‘droga’ que se está dando libremente, y no hay educación al respecto”.
El menor como “usuario crítico”
“Como psicopedagoga no prohíbo el uso de la tecnología, es innecesario, ya que está en la vida cotidiana de todos. Lo que siempre trato de hacer es educar para ser un usuario crítico de la tecnología, esa es mi semilla”, afirma Cittadino sobre el rol que desempeña desde su profesión a la hora de trabajar sobre estos asuntos con sus pacientes. “Trato también de hablarles mucho de la ‘comida chatarra’, que es una idea que a los niños les sirve mucho. Les pregunto: ¿Qué pasa si comés todos los días comida chatarra? Ellos responden: ‘Te va a hacer mal’. Y es ahí cuando les digo: ‘Esto es lo que le están dando a su cerebro todos los días’”.
La psicopedagoga considera también a la tecnología como una herramienta muy buena, así como las redes sociales, y considera que “no hay que demonizar el uso del celular”, pero resulta necesario darle un “encuadre”, y este siempre debe contar con la supervisión de un adulto.
“Si al niño le das un celular y no controlás su uso, no sirve. Es una herramienta que, para los niños, sin una guía, se usa en un mal sentido”, sostiene, y agrega: “La tecnología es una puerta que, una vez que se abre, no se cierra más. Si a un niño, a los dos años, le diste un celular, no hay vuelta atrás, no va a parar de pedirte el dispositivo. Hay que ser conscientes de esto; una vez que se dio ese paso, no hay marcha atrás”.
De la misma forma, Cittadino no tiene dudas de que los padres de los menores son los principales responsables de esta problemática que enfrentan los más chicos, y que su rol es clave para prevenir usos perjudiciales de los dispositivos. “Siempre debería haber un adulto que esté mirando lo que un niño está haciendo en las redes sociales. No puede pasar, como profesional, que hable con sus padres y no sepan lo que su hijo o hija consume. Como padres es mucho más tedioso ir de viaje y proponer cantar juntos o jugar a algún juego, requiere mucho más esfuerzo de parte del adulto. Pero debemos comprender que el niño se está formando; el adulto, ya no”.
“Hay una mezcla de facilidad e ignorancia de muchos padres y madres cuando deciden darle un dispositivo a un niño para mantenerlo tranquilo. Creo que hay un desconocimiento, o cierta ignorancia de todo esto por parte de los padres, y es más fácil darle un celular a un niño que no hacerlo. Un dispositivo de este tipo es como un chupete electrónico”, remarca.
La crianza tercerizada
En sintonía con Cittadino, Balaguer también considera que son los padres los principales actores a la hora de poner límites a sus hijos en el uso de los dispositivos tecnológicos, pero, de la misma manera, tienen que ponerse límites ellos mismos en el uso que le dan a la tecnología. Tienen la tarea de “regular y autorregularse”. “Muchas veces, dispositivos como el celular o la tablet terminan siendo un objeto de deseo que todo el mundo mira, y si los padres lo miran, el niño también lo va a considerar bueno y lo va a mirar”.
Para el psicólogo, es necesario que haya mayor comunicación entre los padres y sus hijos, hacer que valga la pena desconectarse; y considera que, si no hay otro para interactuar o para sentirse acompañado, las redes son un gran lugar para obtener compañía, sostén y posibilidades de entendimiento de lo que a uno le pasa. “Implica estar más, mayor disponibilidad emocional, poner límites y aguantar que al niño o al adolescente no le guste, es decir, ejercer el rol de autoridad de padre o madre, pero a veces es más fácil no dar esas batallas”, explica. Y agrega: “La tecnología sirve también para tercerizar la crianza”.
“Cuando pregunto cuáles son las principales razones para darles dispositivos a los niños, estas tienen que ver con cosas muy mundanas o cotidianas como poder hacer las tareas de la casa, poder cocinar, poder estar tranquilos haciendo las compras en el supermercado, etcétera. Libera mucho de las cargas parentales, se terceriza mucho el sostén, y los niños ‘no molestan’ cuando están con la tecnología”.
Aunque esto parezca ser de ayuda, en realidad no lo es. Balaguer sostiene que el riesgo que se toma a la hora de no poner suficientes límites es no entender que parte de un desarrollo normal pasa por dormir, por tener actividad física, por tener interacciones o por explorar con los otros cara a cara. “Estas son cosas que empiezan a tener menor presencia y esto se da frente a padres que también están enganchados con estos dispositivos. Por lo tanto, no son ni un modelo, ni un buen ejemplo en ese sentido”.
Asimismo, el psicólogo considera las nuevas dinámicas de las redes sociales como “un experimento social muy potente”, que conlleva una investigación muy exhaustiva y un entendimiento muy profundo de lo que es capaz de generarnos placer. De esta forma, cuanto más chico se es, menos regulación se tiene, es decir, hay “menos defensas frente a esto”.
“El mecanismo de autorregulación es la capacidad de decir no. Sé que si tengo todo el kilo de chocolate delante de mí, me lo voy a comer, entonces tengo que cortar tabletas o sacar una y ponerla en un recipiente. Este tipo de cosas son mecanismos que cada uno de nosotros trae consigo de nacimiento, en mayor o en menor medida, y después influyen factores como la crianza, la educación o las distintas estructuras en las cuales vamos interactuando y conviviendo, que nos van generando que aumente o que disminuya esa capacidad de autorregulación, que recién termina de desarrollarse alrededor de los 25 años en la vida de una persona. Son mecanismos neurobiológicos que terminan de desarrollarse en esa etapa de la vida”, afirma.
De todos modos, Balaguer piensa que existe otra cantidad de cosas que la tecnología sí ofrece, como ayuda para el pensamiento o el desarrollo intelectual, y que podría ser utilizada en los institutos de enseñanza para favorecer el aprendizaje si los dispositivos tecnológicos y las redes sociales fuesen herramientas diseñadas al servicio de una propuesta pedagógica. Pero esto no ocurre mayormente. En su lugar, muchas de las herramientas tecnológicas tienen que ver con el entretenimiento y pueden ser enormes distractores en el aula. “Por defecto, el uso de una red social es de ocio y de comunicación. Si vos introducís eso en una clase, no es lo mismo usarlo para mostrar diapositivas que para prender ESPN”.
“Hoy, la escuela es de los últimos bastiones que pueden quedar sin conexión. Entonces, está bueno generar un lugar donde la tecnología se pueda utilizar para aprender, pero si se interpone entre los alumnos, entre el diálogo, la comunicación, entre esa exploración que se lleva a cabo entre pares, ahí es que la tecnología no es algo que suma, sino que resta”, concluye.