En aquella oportunidad, el 3 de junio de 1984, una movilización popular convocada por partidos políticos y organizaciones gremiales desde el Obelisco hacia la Universidad de la República terminó con una feroz represión policial que se trasladó a la mismísima feria, donde se desarrollaron los principales incidentes y en la cual los puestos fueron llevados por delante por la estampida humana. Mientras tanto, los vecinos de los edificios protestaban golpeando sus cacerolas.
La misma feria en la que Alberto Olmedo había conseguido aquellos lentes redondos que se hicieron famosos con su personaje el Manosanta.
La misma en la que un predicador pregona incansablemente desde hace más de 30 años “la palabra de Dios” por la calle Paysandú, y en la cual también algunos musulmanes predicaron el Corán mientras, unos metros más allá, unos hippies fumados, domingo tras domingo tocan sus instrumentos y bailan al compás de un incomprensible sonido.
La que en los mediodías de los domingos alberga tanto a quienes se levantaron a las 3.00 para ir a armar su puesto de verduras como a quienes, lentes negros mediante, vienen de una noche larga dispuestos a estirarla en algún boliche mientras observan a las doñas llenar sus carritos con zapallitos, papas y boniatos y a los turistas sacarse infinidad de fotos.
Donde el viejo Alfredo Farfalla, que hace carpinchos y otros bichos autóctonos en cerámica, se enamoró de una italiana que conoció en su puesto y tras sus pasos partió cruzando el océano, y en la que el Piters, además de sus montoncitos de morrones, de ajos o de limones, pregona la mercadería del huevero del puesto de enfrente: “¡Qué huevos grandes trajo mi vecino hoy!”.
La misma feria que cuando se termina algunos recorren aprovechando a requechar, para parar la olla, las frutas y verduras que descartaron los puesteros, mientras otros requechan cajones descartables para prender la estufa.
Algunas historias como estas se pueden leer en el libro Así en la feria como en la vida, editado por la cuenta por Ricardo Cozzano en 2020 y que a través de sus más de 300 páginas hace un recorrido por la historia de la feria de Tristán Narvaja, relata anécdotas de viejos feriantes y de personajes típicos, como el veterano que con túnica blanca y pinta de doctor tomaba la presión “a voluntad”.
Pero, además de su parte folclórica, también habla de los conflictos que se han generado con los inspectores de Convivencia Ciudadana (lo que antes era Inspección General) y las autoridades departamentales, que no han sido pocos.
En 2019, una propuesta de la Intendencia de reorganizar la feria por rubros generó el rechazo de los feriantes, que, esos domingos, a la vez que vendían caceroleaban y llenaban todos los puestos con carteles dirigidos al entonces intendente Christian di Candia: “Señor intendente, la feria no se toca, es patrimonio nacional”.
“Quieren regularizar, estandarizar, homogeneizar o padronizar todo como si fuera Europa”, dice el autor del libro, quien señala que “si eso pasa, se rompe el espíritu y la esencia de la feria” y que “donde los inspectores ven un problema, nosotros vemos un patrimonio a cuidar”.
Por ese motivo, el Colectivo Cultural Tristán Narvaja presentó hace un mes un proyecto a la Intendencia de Montevideo para que la feria pase a depender de la Dirección de Cultura, ya que, recuerda, “en 2012 se la declaró Patrimonio Cultural por la Junta Departamental”. “No nos oponemos a que vengan los inspectores a fiscalizar faltas graves, pero sí a la desnaturalización y la imposición de estándares por los cuales la feria nunca se rigió”, opina.
Cozzano y Mónica Ávila, que se conocieron trabajando en la feria en 1983 y tiempo después se casaron, tienen un puesto de mates y de bombillas desde hace 40 años. Ambos forman parte tanto del Colectivo Cultural Tristán Narvaja como de la Asociación de Feriantes.
El relanzamiento del libro de Cozzano (primero en la Biblioteca Morosoli de la plaza Seregni y el miércoles en la División Turismo de la Intendencia) fue el puntapié inicial para llevar adelante una serie de actividades conmemorativas de un nuevo aniversario de una de las ferias más emblemáticas del país, cuyos orígenes se remontan a 1870 en la plaza Independencia, y que fue cambiando de ubicación hasta instalarse definitivamente en 1909 en la calle Yaro, que con el correr de los años cambió su denominación por Tristán Narvaja.
Entre esas actividades, en el acto desarrollado el miércoles se “declararon hermanas a las ferias de San Telmo y Tristán Narvaja”, que, según Cozzano, “son las dos ferias más turísticas de Latinoamérica”. “San Telmo estaba en pleno deterioro y decadencia y la feria, que fue creada en 1970 por el arquitecto José María Peña, inspirada en Tristán Narvaja, modificó el barrio”.
El domingo, a partir de las 11.00 y hasta no mucho más de las 12.30, habrá un espectáculo musical en el que actuarán, entre otros, La Sara del Cordón y un conjunto de gaitas venezolanas. Será sobre la calle Uruguay yendo desde Tristán hacia Eduardo Acevedo, justo donde termina la Feria de Artesanos, un espacio regulado por la Intendencia que difiere del resto de la feria y donde se exhiben los trabajos de “una variedad increíble de tejedoras, trabajadoras en cuero, carpinteros, joyería”, cuenta Angélica Bondad, que desde hace ocho años vende “delantales personalizados” que hace con tela, cuero y otros materiales reciclados. Según Bondad, en esa parte de la feria “la logística está hecha por la Intendencia, por eso en la calle Uruguay todos tenemos gazebos iguales y todos cumplimos un horario, cosa que no pasa en el resto de la feria”. Para ella, “la feria es una institución en sí misma, donde se maneja la expresión cultural y la música” y es “un caos en armonía”: “ese caos en armonía es el que celebra 155 años”.