Para ser historiador hace falta tener “alma de vieja chismosa”, dijo, con semblanza seria y tono distendido, el historiador Fernando López D’Alesandro, el jueves, al presentar su último libro Demócratas y ortodoxos. Una historia de la izquierda uruguaya 1900-1990, de Ediciones de La Plaza.
El trabajo, de casi 1.000 páginas, analiza el recorrido de la izquierda en nuestro país en esa dicotomía y es, según quienes acompañaron al autor en la presentación, un libro de consulta ineludible que le hace justicia a un pensador que “interpela dogmas” y tiene un “espíritu hereje”.
La mesa de presentación la integraron profesionales de varias ramas de las ciencias sociales. Rafael Porzecanski se encargó de destacar eso y saludó que la historiografía dialogue con la ciencia política y la sociología, su “palo original”, como dijo. Además de él y el autor del libro, por supuesto, estaban los docentes e investigadores Gerardo Caetano y Daniel Chasquetti.
Porzecanski, el sociólogo director de Opción Consultores, comenzó señalando lo que para él es un asunto importante: el libro de D’Alesandro no es sólo un trabajo de reconstrucción del pasado, sino que es un libro de actualidad escrito con “cabeza del presente”. Para justificar esa apreciación, argumentó que la discusión sobre el valor y la conceptualización de la democracia sigue siendo “parte central” en el debate interno de la izquierda, o las izquierdas, uruguayas. “Si al interior de los partidos fundacionales hay mayores grietas hoy en temas como la nueva agenda de derechos o la política de seguridad pública, en el Frente Amplio [FA] las discusiones teóricas y empíricas sobre la democracia son mucho más frecuentes”, dijo, y ejemplificó: “Esto se visualiza, por supuesto, en la discusión sobre diferentes regímenes internacionales”, como Venezuela, Cuba, Nicaragua y Rusia.
Para Porzecanski, además, se trata de un libro “bien elaborado y muy riguroso”, que mantiene un orden lógico y cronológico, y que tiene en sus argumentos un “muy amplio conjunto de fuentes documentales y testimoniales”. Caetano diría, más adelante, que quienes busquen refutar o “atacar” lo expuesto por D’Alesandro deberán “sacar mucho documento”.
También es un libro “intelectualmente honesto” y “sin pretensión de neutralidad”. El sociólogo explicó que D’Alesandro “deja en claro” cuál es su posicionamiento sobre la dicotomía expuesta, una “transparencia”, dice, que “facilita los acuerdos, las discrepancias y un debate con él”. “Este es un libro también valiente porque es un libro herético. El autor interpela dogmas y narrativas que predominan en buena parte de la izquierda uruguaya. Es de perogrullo decir que este ejercicio público de interpelación tuvo, tiene y tendrá un costo para el autor, y este es un costo que D’Alesandro repetidamente ha mostrado que está dispuesto a pagar”.
“El batllismo acorraló a la ortodoxia”
A su turno, el politólogo Chasquetti comenzó recordando los tiempos en los que conoció al autor. Luego, se refirió a la dicotomía que atraviesa el trabajo y destacó que D’Alesandro haya resuelto utilizar dos categorías que “no son opuestas” para analizar el fenómeno. En esa dirección, dijo que en los fenómenos de “larga duración” hay momentos en los que estas categorías se manifiestan con mayor claridad y otros en los que se “atenúan”. Rescata que el autor haya apuntado que el batllismo de José Batlle y Ordóñez de comienzos del siglo XX fue un atenuante de esa dicotomía, porque “acorraló” a la ortodoxia y “tomó muchas de esas ideas democráticas” de la izquierda.
“Fernando está siempre desafiando al mainstream de la historiografía nacional. Para algunos es muy simple observar al batllismo como un movimiento de izquierda, pero yo estoy seguro de que no todos los historiadores estarían dispuestos a afirmar eso. La izquierda del batllismo estaría naturalmente dentro de la izquierda democrática”, dijo, y comentó que otro momento de atenuación fue la década del 60, en el que la “ortodoxia arrinconó a los demócratas”.
Chasquetti aseguró que el libro es “provocador” y auguró que generará “ruido”, como el trabajo del mismo autor en el que se analizó la figura del dirigente socialista Vivian Trías. “Aquel libro molestó mucho a los socialistas históricos, con este libro va a molestar mucho a los comunistas históricos”, apuntó, trayendo su propio “pasado comunista”. Para Chasquetti, el libro de D’Alesandro cuestiona el “real relato” comunista que coloca al histórico dirigente del Partido Comunista de Uruguay (PCU) Rodney Arismendi como un “creativo”.
“Arismendi tiene creatividad, no hay duda, pero tiene marcos y límites”, advirtió Chasquetti, y comentó que el autor cita artículos “que no forman parte de la bibliografía oficial” y que muestran a un PCU “defensor del estalinismo” y las purgas. La creatividad y la evolución del pensamiento de Arismendi “van de la mano” del proceso político de la Unión Soviética, añade el pensador. Señala que el primer cambio de pensamiento de Arismendi se da cuando muere Stalin (1953) y el comunismo intenta “oxigenarse”; el segundo se da con la llegada de Mijaíl Gorbachov (1988).
“Yo creo que esto va a molestar un poco a los comunistas, porque en el relato oficial Arismendi siempre aparece como un teórico libre. Y Fernando nos persuade de que efectivamente la estrategia de la Unión Soviética siempre estaba condicionando, si no no se entiende por qué en la invasión de Hungría el Partido Comunista termina defendiendo la invasión”, explicó. Aunque advirtió que estos hechos se están mirando a “la distancia”, lo que puede ayudar a “caer en el error de juzgar con los lentes de hoy”.
Caetano y la batalla cultural
Caetano, por su parte, comenzó agradeciendo la invitación del autor. “Quería estar en esta presentación para celebrar la actitud y agradecerle a Fernando todo lo que ha contribuido a la historia uruguaya y a la izquierda”, inició. Subrayó, con énfasis, que D’Alesandro es un “hombre de izquierda” que trabaja la historia con hipótesis, documentos y preguntas, como los buenos historiadores. Está la idea, aseguró, de que la cultura está “hegemonizada por la izquierda” y que “hay que construir una batalla cultural para sacar a la izquierda”. “Y está la idea de que los historiadores somos cientistas que cambiamos la historia a nuestro gusto. Siempre se trata de una historia provisoria, abierta al debate. No intentamos cambiar la historia para perfilar un éxito político”, sentenció.
Caetano retomó la idea de que el libro recibirá ataques y bromeó con que los otros expositores le auguraban momentos “aburridos”. Sin embargo, dijo que no cree que lo ataquen “tanto” al autor y aseguró que quien lo ataque tendrá que justificar con documentos. “No espero que saquen tantos documentos como los que acá se manejan. Siempre fui muy hincha de aquella estrategia de Pivel Devoto [historiador uruguayo] que decía que había que guardar los mejores documentos para la réplica. Y quiero anunciarles que los mejores documentos los tiene para la réplica”.
También apuntó que la carrera historiográfica de D’Alesandro fue, muchas veces, contra sus propios intereses político partidarios, lo que lo hace un “comprometido” con su condición de historiador. Caetano, así como los expositores que lo antecedieron, destacaron que D’Alesandro haya dedicado su libro a Guillermo Chifflet, histórico dirigente del Partido Socialista (PS). Recordó que al autor le decían Chiflecito en referencia al dirigente. D’Alesandro recibió el apodo con “merecimiento”, porque Chifflet fue una “gran figura de Uruguay y fue un demócrata cabal”, por lo que la dedicatoria es “absolutamente central”.
Sobre el eje que moldea el libro, el historiador reconoció que tiene grandes acuerdos y algunas discrepancias. Respecto de los puntos de contacto, dijo que acuerda con el autor en que la ortodoxia, tanto de izquierda como de derecha, siempre termina “contra la democracia”, y que eso lo hace estar “muy de acuerdo” con que esa centralidad sea traída para leer la historia de las izquierdas.
Justamente en ese plural se encuentra el disenso. Caetano comentó que él prefiere hablar de las izquierdas y que, aunque el autor reconoce y no niega otras lecturas, siempre “hay más de dos izquierdas”. “Nunca menos”, reitera, y dice que hay muchos ejes, como el nacionalista-internacionalista o el marxista-no marxista, pero destaca que la dicotomía elegida lo lleva a reivindicar figuras importantes de la vida democrática del país, como la de Emilio Frugoni, un intelectual “trágicamente opacado y olvidado”.
Esa reflexión lo llevó a hacer un paréntesis, pero para presentar una discusión que está presente en el libro. Dijo que en la historia del PS hay un “gran enigma” que lo hace preguntarse por qué se “rompió tantas veces” y por qué de alguna manera “perdieron esa herencia importantísima de Frugoni”.
“Déjense de joder”
La intervención del autor, que dio cierre a la ceremonia, fue breve y contundente. Primero dijo que el libro ya no es de él, sino que de quien lo lea. Luego le pidió a Caetano, Porzecanski y Chasquetti que se dejaran de “joder”: los tres expositores le pidieron, palabras más, palabras menos, que continuara con este trabajo para analizar la izquierda contemporánea.
“Ya está, se terminó. Este es el punto final, no va más”, lanzó D’Alesandro, y aseguró que se dedicará a estudiar otras cosas. “Para mí esto es el punto final de este tema. Después van a venir un montón de pesados a preguntar, a exigirme, pero hasta acá llegó. Acá está más o menos armado todo. Todo lo que ustedes proponen que se debe hacer que lo hagan las próximas generaciones”, dijo, despertando el aplauso de la sala del Club Uruguay.
Luego contó que es un trabajo que viene haciendo desde hace más de 30 años y se emocionó al recordar a Chifflet. También agradeció a varios intelectuales uruguayos y aseguró que historiar “debe de ser de las cosas más maravillosas”. Contó que el académico Bruno Rodríguez le dijo una vez que los historiadores deben saber historia, teoría, filosofía, ciencia, pero que, primero que nada, para ser historiador, se precisa “espíritu de vieja chismosa”. “Yo sobre esto puse el punto final para viajar a otra cosa. Pero como tengo espíritu de vieja chismosa, puedo decir que mientras tenga capacidad, voy a seguir chusmeando el pasado y voy a seguir molestando, porque el deber de los intelectuales es ese”, cerró.
Lo que sigue es un resumen de una conversación con el autor del libro.
¿Qué lectura hacés de la figura de Rodney Arismendi?
Arismendi surge desde un estalinismo muy afirmado, pero muy inteligente. Yo digo que no es un estalinista radical, es un estalinista inteligente. Por ejemplo, su primer trabajo teórico se llama La justicia soviética salva el mundo, donde defiende los procesos de Moscú, cuando se da la masacre de la primera plana bolchevique. Y luego, creo yo que el gran trabajo teórico desconocido por todos fue el análisis que hace de la historia del Partido Comunista Revolucionario, que es la edición de 1939, conocida por el nombre vulgar de “la historia de Stalin”. Ponen a Stalin como el primer protagonista, es el culto de la personalidad. Arismendi tiene un salto muy importante, yo creo que la Segunda Guerra Mundial cambió todo a la izquierda. También cambió Arismendi. A la salida de la Segunda Guerra Mundial, publica un libro genial que se llama Para un prontuario del dólar, donde da cuenta de una gran erudición y una gran inteligencia y sagacidad para analizar Estados Unidos y el nuevo rol de Estados Unidos. Es a partir de ese libro que se instala el antinorteamericanismo y esa visión de Estados Unidos como fascista, y que, por lo tanto, la lucha contra Estados Unidos es una suerte de continuación de la lucha de la Segunda Guerra Mundial, que yo creo que es equivocada.
Rafael Porzecanski, Gerardo Caetano, Fernando López D’Alesandro y Daniel Chasquetti.
Foto: Rodrigo Viera Amaral
¿Cómo sigue el proceso tras la Segunda Guerra?
Esa contradicción insalvable entre la democracia y los ortodoxos siempre está en el fondo. ¿Por qué? Porque [los comunistas] proclaman la apertura, proclaman un discurso democrático, proclaman la lucha por la democracia, pero no dejan nunca de ser marxistas, leninistas, favorables a la dictadura del proletariado, a la economía planificada, al apoyo incondicional de la Unión Soviética. Entonces, eso se traduce en una gran contradicción del PCU. El PS tiene otras contradicciones. Es que la izquierda democrática tiene otras contradicciones que van desde el vanguardismo y la búsqueda de una alternativa latinoamericana que ya está en Frugoni. Todo aquel que se separaba de las visiones comunistas no tenía más remedio que el PS para operar. Por lo tanto, mucha gente se sintió muy atraída por el discurso de Frugoni. En ese cambio inevitablemente el PS en muchos puntos se va a acercar a lecturas del comunismo y el comunismo también se va a acercar a muchas lecturas del PS. El punto es que, como compitieron por un mismo espacio, las contradicciones son muy fuertes.
En el libro decís que la izquierda uruguaya es profundamente internacionalista y que hay influencia internacional desde la Revolución rusa en el anarquismo, por ejemplo, ¿qué influencia tuvo la Revolución cubana?
La Revolución cubana fue el segundo gran terremoto. El primero fue la Revolución rusa, el segundo la cubana, que obliga a un montón de replanteos y de resignificaciones políticas que transforman de nuevo a la izquierda. El hecho de que la Revolución cubana pegara el giro del comunismo y deslumbrara a todo el mundo abonó ese triunfo cultural del PCU por sobre el PS. Cuando vos mirás la segunda mitad de la década de los 60, independientemente de las divisiones que la izquierda tenía, la vieja izquierda democrática uruguaya no tenía lugar. Era parte del pasado de la historia, de la que casi todos renegaban. Hay un triunfo de la cultura comunista en la segunda mitad de la década de los 60, producto de los errores del PS naturalmente, del error de lo neopopular. Pero también de una gran habilidad política de los dirigentes del PCU, que a pesar de sus ortodoxias resuelven hasta ese momento las tensiones de una manera muy inteligente.
¿Y las dictaduras de la segunda mitad del siglo XX?
Las dictaduras también cambian. A ver, perdiste la libertad democrática, tuviste 11 años en una de las tiranías más terribles que vivió este país... Tenés que ser muy boludo para no cambiar. Cuando perdiste las libertades democráticas, a las que vos llamabas burguesas, resulta que te metieron en cana, te torturaron, te mataron, te exiliaron, te humillaron...
¿Y eso significó un corrimiento hacia el eje democrático?
Yo creo que a la salida de la dictadura sucedió una resignificación general de la dictadura, pero por caminos distintos. O sea, el surgimiento de la democracia sobre nuevas bases en el PS, la democracia avanzada, y sin duda, un factor importante de aquí, el triunfo de la [lista] 99, de la socialdemocracia en el FA.
Ahí se da un conjunto de procesos que resumen, en cierta forma, los 100 años de esta dicotomía de la izquierda. Así que, en primer lugar -y cito a Lorenzo Carnelli cuando decía que hasta que la izquierda no se tradicionalice, no va a pasar nada-, cuando nace el FA en 1971, arma muy bien su discurso y su simbología. Pero la tragedia de la dictadura le dio la épica, y la épica lo tradicionaliza. Lo digo muy sintéticamente. Entonces esa tradicionalización, por ejemplo, genera un vínculo afectivo social muy fuerte con la gente. Entonces, por eso, a pesar de la dicotomía, de ortodoxia, democracia, el FA ya tenía una identidad y una épica propias. Que Seregni las valora, las afirma, y se pone al frente del Frente ante la dictadura.