“No había una historia. Pero esto no es la historia. Esto es abrir un puente sobre una experiencia de los comunistas uruguayos que trabajaron en la oscuridad de la dictadura argentina para hacer de puente. Eso no estaba relatado. Las voces casi no se habían escuchado”, explica Silvia Dutrénit, uruguaya, historiadora, profesora e investigadora titular del Instituto Mora de México. Junto a Ana Diamant, argentina, doctora en Ciencias Sociales, docente de la Universidad de Buenos Aires e investigadora de la Sociedad Argentina de Investigación y Enseñanza en Historia de la Educación, comparten no sólo la autoría del libro El equipo en la sombra: resistencia, clandestinidad y cotidianidad de los comunistas uruguayos en Buenos Aires 1973-1985, publicado recientemente por Clacso. Ambas fueron militantes comunistas en la década del 70 del siglo pasado, las dos vivieron en Buenos Aires y transitaron la experiencia de la resistencia a las dictaduras.
Los comunistas no fueron tan prolíficos en la generación de relatos sobre lo sucedido en las épocas de represión y dictaduras como lo fue, por ejemplo, el Movimiento de Liberación Nacional. Hay algunos libros autobiográficos y el historiador Álvaro Rico, que prologa la obra de Diamant y Dutrénit, escribió hace tan sólo cuatro años El Partido Comunista bajo la dictadura: resistencia, represión y exilio (1973-1985).
Dutrénit remarca que el libro, que se presentará en marzo en Café la diaria (ver recuadro), buscó cubrir “un vacío historiográfico” en lo referente al exilio comunista clandestino en Buenos Aires con narrativas diversas de lo que fue esa experiencia. Diamant puntualiza que es “una narrativa de una parte de la historia”, en la que no están todos los protagonistas, porque a algunos no los pudieron ubicar. Pero los 26 testimonios recabados van hilvanando, a lo largo de las 432 páginas del libro, información sobre cómo funcionaba la orgánica del Partido Comunista de Uruguay (PCU) en Buenos Aires. Algunos operando de manera legal, otros de forma ilegal, y un tercer grupo viviendo vidas semilegales. “Están los que cruzan por temor, los que cruzan por persecución, los que cruzan por cuestiones económicas”, enumera Diamant. Algunos lo hacen a pedido del partido y otros por motivos personales.
El libro se detiene en los testimonios, que narran no sólo circunstancias políticas sino fundamentalmente vivencias personales y de la vida cotidiana, y rescata las emociones y elaboraciones que le van dando forma a las memorias. “Nosotros ponemos mucho énfasis en lo dramático, en lo traumático de la situación, pero también hay que asumir que hubo espacios para la ternura, espacios hasta para la comicidad, para la ironía y todo eso mezclado”, señala Diamant.
Las académicas hacen notar que las personas que atravesaron esas experiencias en muchos casos mantienen los códigos de la clandestinidad, como no querer hablar, o hablar con códigos. Por ejemplo, a la hora de preguntarles una dirección para ubicar a otra persona, en lugar de dar el nombre de la calle y el número de puerta, empiezan a dar indicaciones del estilo “cruzás el puente, hacés dos cuadras, doblás a la derecha, buscás un edificio así, y enfrente hay tal cosa”. Una muestra de que “la experiencia de la clandestinidad quedó tatuada en la piel”, señala Diamant.
Un puente entre el afuera y el adentro
Buenos Aires estaba tan cerca que muchos de los comunistas que se radicaron allí no se consideraban exiliados, sino más bien sentían que estaban de paso.
Las autoras señalan en el libro que la militancia de los comunistas uruguayos en Buenos Aires “fue para el PCU la llave de acceso al interior del Uruguay y hacia el exterior. Hizo por tanto las veces de ‘puente’ por el que circulaban, en distintos sentidos, información, personas, dinero e insumos de diferente tipo y procedencia en circunstancias muy diversas”.
Las académicas destacan, en diálogo con la diaria, que para el PCU fue “vital” la presencia de estas personas en Buenos Aires, ya que se trató de un lugar de articulación del trabajo de los militantes comunistas con Uruguay y con el resto del mundo.
“Los exilios uruguayos estuvieron por todos los continentes y tuvieron distintas características, tenemos el trabajo internacionalista en Angola, por ejemplo, en Nicaragua, otro ejemplo. Pero esto constituye ese tejido por momentos flojo y por otro lado muy tenso de lo que es la actividad en Buenos Aires, para el Partido Comunista ese trabajo clandestino del equipo y todas sus redes fue el que permitió la articulación entre el afuera y el adentro”, explica Dutrénit. Funcionó como articulación para pasar información que venía, por ejemplo de la Unión Soviética, y también la que venía desde la cárcel y la clandestinidad dentro de Uruguay, y desde Buenos Aires se distribuía a distintos lugares. También para sacar a personas requeridas de Uruguay, por ejemplo, para que pudieran reunirse fuera, y luego volverlos a entrar al país. O para sacar enfermos que tenían que operarse. Todo esto con la ayuda de “héroes anónimos” que están referidos en los testimonios, que se arriesgaron cruzando en lanchas o proporcionando refugio.
También hubo organizaciones e instituciones argentinas e internacionales que fueron solidarias y colaboraron. Fue el caso de Acnur (la Agencia de la ONU para los Refugiados), que facilitaba la salida del país de algunas personas, o de la iglesia metodista, o de instituciones educativas progresistas que acogieron a los hijos e hijas de los militantes. Hubo también espacios culturales que permitieron realizar grandes recitales, como el de Los Olimareños o el de Alfredo Zitarrosa.
“Buenos Aires fue el escape inmediato, cruzar las fronteras. Porque a Buenos Aires llegaron los perseguidos bolivianos, los chilenos, los paraguayos. Fue un punto de encuentro, por eso la operación Cóndor tuvo tanto éxito en Buenos Aires”, apunta Dutrénit.
Al mismo tiempo, para los uruguayos, “cruzar la frontera en general es la sensación de que si lo podés hacer, lo hacés, porque estás al lado. Buenos Aires es el lugar del destierro más anhelado porque estás al lado, y terminó siendo el lugar del encierro”, agrega. “La sensación que transmiten muchos es ‘era como cruzar la calle y saber que en cualquier momento volvemos’”, acota Diamant.
De la democracia a la dictadura
Los militantes comunistas llegaron a una Buenos Aires en democracia, en los años 1975 y 1976, escapando de la llamada “Operación Morgan” impulsada por la dictadura uruguaya para desarticular los aparatos del partido que actuaban en la resistencia clandestina y detener al grueso de sus dirigentes y militantes, como recuerda Álvaro Rico en el prólogo del libro.
Desde 1973, cuando las académicas sitúan el comienzo de su investigación, hasta el retorno a la democracia en Uruguay en 1985, suceden en Argentina distintos acontecimientos históricos que Rico enumera: la apertura democrática del 73 y el triunfo de Héctor José Cámpora, la violencia de la organización terrorista parapolicial Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) y el golpe militar del 76, la coordinación represiva en el Río de la Plata y el Plan Cóndor, la derrota en la Guerra de las Malvinas y la liberalización del régimen dictatorial, la convocatoria a elecciones y el triunfo de Raúl Alfonsín.
Estos distintos momentos históricos también pautaron distintos momentos de la militancia y distintos niveles de “permeabilidad” de las fronteras, subraya Diamant.
En una primera instancia, los militantes llegaban por barco, por avión, por el puente de Fray Bentos, algunos con documentos falsos, otros con sus documentos legales. Se llevaban a cabo encuentros a la luz del día, incluso en locales. En esas circunstancias fue que la Triple A ejecutó en diciembre de 1974 a Raúl Feldman, quien junto con Manuel Liberoff, detenido desaparecido en mayo de 1976, fueron las dos víctimas que tuvo ese equipo clandestino del PCU. El libro les dedica un capítulo especial.
“Lo de Cacho [por Raúl Feldman] fue un llamado de atención”, afirma Diamant. Con el golpe de Estado en Argentina, las fronteras se vuelven impermeables, pero el cruce sigue. “Ahí cambian los modos, ya no es el vapor de la carrera, y aparecen cosas realmente asombrosas, como las lanchas, las avionetas, los cruces caminando. Y después se vuelve a abrir en el último tiempo y ahí otra vez hay muchos cruces, no solamente partidarios, también por cuestiones familiares”, explica Diamant.
Ese segundo momento, el de mayor represión, es “de reclusión absoluta, pero por otro lado es un momento de mucha contradicción, porque la reclusión absoluta se condice con un altísimo nivel de demandas. Las demandas son cada vez más grandes –hay que operar a uno, hay que sacar al otro, hay que mandarle guita a fulana porque el marido está en cana, hay que sacar a los chiquilines de tal para que vayan a la escuela –”, recuerda la académica, que formó parte del equipo clandestino.
En los meses previos al retorno a la democracia en Uruguay, desde el PCU se bajó una línea clara en el sentido de que había que “regresar o regresar”, y allí “otra vez la cosa pública, muy festiva de ese tiempo”, recuerda Diamant.
Ambas mencionan también los conflictos internos que rodearon a esa etapa, en la que tenían que articular personas de procedencias y con experiencias muy distintas: “Los que quedaron acá, los que vinieron de afuera, los que venían del campo socialista, los que venían de los países capitalistas”. “Experiencias, edades, trayectorias, posibilidades diferentes, hubo que hacer un trabajo, una ingeniería que además tuvo que ver con habilitar cuestiones de convivencia, porque para hacer un festival para juntar guita, había que estar de acuerdo y había que estar en la misma línea, entonces era otra vez como un doble juego, vamos para adelante, pero en el espacio privado había que saldar deudas”, agrega Diamant.
Hubo complejidades propias de la etapa del regreso. No todos estaban dispuestos a volver ni estaban en condiciones de hacerlo, y se generaron “rispideces muy fuertes y muy injustas”, recuerda Dutrénit.
En cuanto a los hijos e hijas de los exiliados, que en muchos casos habían nacido y crecido en Argentina o en otros países, la pregunta era “¿regresar a dónde?”, apunta Dutrénit. “Si yo nunca me fui. Si yo soy de aquí”. “Ahora estoy haciendo un documental con las infancias del Cono Sur, con las infancias exiliares. Y la gente, los que hoy son adultos jóvenes, remarcan que los momentos más duros, más difíciles, más tristes que vivieron fueron las idas al aeropuerto entre el 83 y el 90. ¿Por qué? Porque se iban sus amigos de la vida, ellos no entendían por qué se iban y los amigos, en muchos casos, los hijos del exilio, hay casos en los que se escapaban, se perdían en el aeropuerto Benito Juárez [en México] para no tomar el avión”.
En este sentido, las investigadoras se quedan con alguna deuda pendiente. Por ejemplo, hacer foco en los niños y niñas, pero también poner la lupa en las mujeres y en “el tema del machismo en las estructuras partidarias, no solamente del Partido Comunista y no solamente de Uruguay, y no solamente entonces”.
“Es muy interesante, porque entrevistando a los propios compañeros de actividad con los que sí manteníamos vínculo, la pregunta es: ‘¿Había mujeres?’ ‘No, éramos todos hombres’”, cuenta Diamant que le respondieron. Y Dutrénit completa: “Y entonces, cuando la miran a Ana, dicen ‘bueno, estabas tú’”.
Presentación
El equipo en la sombra: resistencia, clandestinidad y cotidianidad de los comunistas uruguayos en Buenos Aires 1973-1985, de Silvia Dutrénit y Ana Diamant, se presentará el 6 de marzo a las 19.00 en Café la diaria (Bacacay 1306 esquina Buenos Aires). Además de las autoras y de algunos de los protagonistas del libro, participarán de la conversación el historiador Gerardo Caetano y la socióloga Karina Batthyany por Clacso.