Fuera de sección
la diaria
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De dioses y huracanes
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La Biblia y el calefón
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Leche de magnesia y vinagre
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Sobre cómo tomé una decisión
Hoy me levanté temprano para ir a un lugar importante.
Los parlamentarios estaban en desacuerdo.
Había dormido pocas horas, dejándome cautivar por la noche y el goce.
Algunos defendían mi posición.
Cuando me enfrenté al momento de apagar el despertador vi que tan sólo había pasado un rato desde que había cerrado los ojos disponiéndome a dormir finalmente.
Se dispuso la sesión, tomaron asiento en círculo, cada uno desde su estrado con sus bufandas y sus micrófonos.
¿Podría ir así, sin sueño reparador, qué habría de hacer?
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Oscuridades encendidas
Qué lo voy a negar. Uno de los primeros territorios que visité en la noche es lo que llaman “zona rosa”. Bastante cerca del centro de la ciudad, es precisamente lo que dice el nombre: una zona que no es exclusiva para los gays, pero casi. Tres o cuatro cuadras enteras y algunas calles adyacentes, repletas de boliches del ambiente. En principio, viejo lobo de mar, ninguno me sorprendió sobremanera. No he visitado muchas capitales, pero en Madrid, Buenos Aires, Montevideo o Ciudad de México se parecen mucho entre sí. Ya sabemos, también hay un corte homosexual que responde a tendencias contemporáneas (y de mercado).
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El retorno de la reprimida
El 10 y el 11 de abril se llevó a cabo en Buenos Aires una serie de actividades en las que se propusieron reflexiones sobre pasados, presentes y futuros de la revolución y la revuelta: el coloquio “Pasado de revoluciones”, organizado por la Universidad Nacional Tres de Febrero; el coloquio “Cerca de la revolución”, organizado por la Universidad Nacional de San Martín y Sur Global; y las actividades “Asambleas públicas”, “Temporalidades y cuerpos de la revuelta y la revolución” y “Territorialidades y narrativas de la revuelta y la revolución”, organizadas por la Escuela de Técnicas Colectivas, coordinada por Silvio Lang.
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Pisco o café con leche
Mi gente llegó a estas lides con el corazón abierto. Las mujeres y los hombres que nos trajeron a este mundo soñaban con miserias menos dolorosas y, casi con la mano en nuestra carne, nos abrieron la fisura por la que nos entra el mundo a nosotros, sus nacidos en democracia. La madre de mi madre decía que había pobres honrados y pobres porque querían. La mía, que no se atreve a clasificarlos, sabe que el camino hasta pobre no es uno ni dos; sabe que poco tiene que ver con la actitud o la honra de ellos, sino con la negligencia y el privilegio de otras, como ella. Hace unos meses la oí jactándose de feminista como si no lo hubiera sido toda su puta vida.
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De invierno a invierno, lejos del otoño
I. Era como 18 de Julio de noche. Pasaban los carteles de Papacito y La Pasiva, y más adelante, el reloj digital. La luz roja del semáforo se expandía en gotas de lluvia sobre el vidrio del ómnibus, alcanzando con sombras la cara del conductor. Una máscara en el espejo retrovisor. La misma geometría en el piso metálico del ómnibus, despacio hacia el Obelisco. Ya no hay nada de mí acá, me repetía. Ni nada que me diferenciara de la que anduvo en bicicleta en un barrio que en otro momento fue mi casa, un mundo que se resiste al virtuosismo. El edificio de la Intendencia, la explanada y el otro local de Papacito, mi cara enterrada en la bufanda, para sólo entonces darme cuenta de que no era 18 de Julio, sino una calle ancha cortando Vancouver de lado a lado.
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Todo irá bien
No es necesario ser un minero para saberlo: la vida es difícil. Todos estamos ávidos de seguridades y alivios. Quizá por esa razón siempre fui una persona tolerante con las religiones y las personas religiosas. Al menos creo que eso fui, hasta hace poco tiempo. Actualmente mi tolerancia va menguando y eso llama mi atención. Antes era muy respetuosa y hasta sentía, a veces, una rara nostalgia por la religión (es que es difícil ser ateo). Pero todo eso se está terminando. Desde hace un tiempo no soporto ninguna expresión que contenga el menor atisbo religioso, y la espera divina pero resignada me produce un malestar casi físico. Me estoy convirtiendo de a poco en una atea fanática (eso es posible, no crean que no).