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la diaria

Fuera de sección

Ramiro Alonso
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Piriápolis

Perdí mi último celular hace siete años. Era uno de esos negritos y cabezones que ya por entonces los pibes chetos calificaban de “teléfono del Plan de Emergencia”. Me lo robaron en un subte de esa ciudad que debería ser declarada ilegal, encerrada en una jaula para leones -que, a su vez, debería ser depositada en un contenedor transatlántico y este contenedor asegurado sobre la cubierta de un buque- y trasladada hacia el medio del óceano para luego quedar flotando sobre las coordenadas de latitud-longitud más alejadas de cualquier superficie terrestre; me refiero a Buenos Aires.
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El fantasma de la libertad

A fines de la década del 70 y principios de la del 80, casi nadie iba a colegio privado. Había pocos colegios y allí sólo iban algunos, los niños de clase media alta o alta. Niños que se pasaban el día entero en el colegio sufriendo la tortura del doble horario; niños que parecían salidos de una película inglesa, con sus uniformes calurosos y complicados. Tengo la sensación de que en esa época los padres de clase media no esperaban demasiado de la educación (y quizá tampoco esperaban demasiado de los niños, en general). No recuerdo a ningún adulto quejarse por nada, ni siquiera por que en la escuela nos obligaran a hacer 14 maceteros de hilo sisal por año, entre muchas otras cosas absurdas que se reiteraban hasta la demencia. Había que ir, cumplir el horario, no estar en la lista negra, y con eso bastaba.
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Soy una buena persona

En una de esas noches pegajosas que hay en Montevideo antes de las fiestas, estamos en la azotea de mi casa cuando alguien propone un curioso juego, cuyo origen desconozco, pero que, intuyo, proviene de algún consultorio de psicología del Cordón Soho: decime cinco cosas que te gusten de vos. Algunos se declaran observadores, inteligentes, respetuosos o amables (nadie usa “tolerante”; sabemos que es mala palabra). Otros dicen saber escuchar, o ser creativos, sensibles y alegres. Yo, que no encuentro ninguna cosa, invento. Y una chica en particular, haciendo alarde de una sinceridad y una autoestima que pegan recto en los pilares de la identidad nacional, destaca que “está buena”; ni siquiera ausculta al resto, porque sabe que tiene razón.
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Alegoría de las palomas

Desde tiempos inmemoriales y sin que medie razón aparente, los niños persiguen a las palomas. Nadie ha conseguido explicar por qué. Lo intentó San Agustín en su decimocuarta encíclica, mediante el famoso “e intentarás atraparlas, pero ellas volarán o caminarán más rápido y el Señor no podrá ayudarte”, mientras que Freud y Lacan elaboraron complejas teorías al respecto, que nadie entendió, y Marx, como todos saben, fracasó miserablemente.
Gregorio Álvarez. • foto: sandro pereyra (archivo, setiembre de 2006
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Su idea de Patria

Yo al Goyo lo vi en persona, una vez. Apareció en una feria de vaya a saber qué, en una ciudad de Canelones que ahora no recuerdo si era Pando o Las Piedras, acompañado de todo un revuelo de escoltas de milico y de paisano, desparramando sonrisas y ofreciendo la mano a quien quisiera estrechársela, en una de esas rondas de pueblo que se mandan a veces los gobernantes, no importa si llegaron al gobierno por decisión popular o como él, por arrebato. Lo vi venir y me escondí entre unos percheros, simulando que miraba la ropa, y me aterrorizó ver que había gente dispuesta a saludarlo, gente feliz de tocarle la mano a un tipo que salía en la tele, gente que nunca en su vida se había preguntado, probablemente, por qué el presidente era ese viejo de uniforme militar que nadie había votado.
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La percepción de una falta

Rabia, furia, desacato. Decir en nombre nuestro sin pudor o con toda la inteligencia de la que seamos capaces, pero con el corazón y las tripas sobre la mesa; y en el papel escrito que chorrea las verdades propias, el atragantamiento de años o ese dejarles paso a los otros, siempre los otros, los que nos antecedieron, los de luchas más bravías y destinos marcados, construcciones de antaño, caminos trazados. Craso error, es cierto, negar la tradición, la acumulación sabia, el conocimiento construido sobre pilares fuertes, la masa crítica a la que debemos recurrir para no empezar constantemente de cero. Pero algo cala hondo en ese recordatorio y homenaje constante a la historia, a quienes la pergeñaron, la hicieron suya, y también la impusieron.
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Convivencia ciudadana

”Maestro, se te cayó”, le digo y le muestro el envase de Coca-Cola de 600cc que acaba de tirar al piso. Parada de San José y Andes. Supongo que se lo han dicho varias veces y por eso me responde, vivo, vivísimo: “No te calientes, nene, no lo preciso”. Y como me molesta más el “nene” (tengo 32 pinos, canas en la barba; basta de pensar que soy joven) que su desprecio por la higiene pública, le tiro la botella a la cabeza. No directamente, por supuesto, no soy un kamikaeze, sino de abajo para arriba, haciendo una u invertida, como los jugadores de fútbol cuando les tiran la pelota a los rivales para que no los garroneen en un tiro libre.
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El ridículo y el manifiesto

Hace muy poco que le encontré otro sentido al manido concepto de micropoder concebido por Michel Foucault. A esas alianzas mínimas que podemos establecer incluso con aquellos que pertenecen a una estructura con la que no estamos de acuerdo, con las que disputamos discursos, con las que peleamos grados de éticas y estéticas. Incluso con aquellas personas con las que estamos profundamente en desacuerdo sobre los medios para alcanzar determinados fines.
Foto: Patrik Stollarz, AFP
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La muerte del padre

Hay polos, hay grises, indiferencia, odio, veneración irracional. Manifestaciones, actitudes o discursos que a lo largo de la historia han diletado entre el “Cuba sí, yanquis no” de los militantes acérrimos; el Cuba nunca de los otros acérrimos, los llamados gusanos; el Cuba a veces de los flojos, dirán algunos, de los no embanderados, pensarán otros. Cuba es más que un país, es todo un enunciado: contiene a Fidel Castro, al Che Guevara, las revoluciones o insurgencias de América Latina y buena parte del mundo después de los años 60 del siglo pasado; al pensamiento pro y antiizquierda y al obsecuente y al crítico y al que dileta entre ambos; la Revolución (esa Revolución) como referencia o pesar.
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Pensamiento colectivo

Fuimos a hinchar por la hinchada, y por la parte que prefiero por encima de las otras. De espaldas al sol, nos encontramos en las miradas, espejo que devuelve mi imagen, que nos da la talla. Me estremezco y recargo cuando se chocan nuestros hombros y sentimos temblar el hormigón en los pies. El cuadro juega mal. Ya no sé ni quién juega. Nunca supe bien, en realidad. Antes de ese tiempo sabía, hasta coleccionaba sus imágenes, colgaba afiches. Ahora sólo la bandera, el escudo, la camiseta: la idea, más clara y límpida todavía que la palabra.