La misión histórica, si se quiere conservar a la FEUU, es construir confianza política, sin la cual no podremos ser el contingente que organiza la demanda.
La pandemia ha afectado valores, ha promocionado afanes protagónicos, ha silenciado o encerrado a parte de nuestra gente, al tiempo que se celebran o se dejan pasar las trampas que algunos se hacen para sobrevivir.
Desviar nuestra atención hacia internas partidarias y mezquindades políticas sería lo más fácil. Pero la grave coyuntura de esta hora y nuestro compromiso ético nos obligan a ir directo a lo difícil.
La institucionalidad planteada pone en riesgo la libertad de cátedra y genera un quiebre ideológico cultural regresivo en la tradición secular y humanista del Estado uruguayo.
Existiría –sin embargo– un aparente consenso: “educación, educación, educación”, pero como no está claramente establecido qué cultura transmitir, dicho consenso es fútil, irrelevante.
Al mismo paso que avanza la naturalización de la muerte, la miseria y la humillación, camina también la demanda de silencio, de aceptación de la injusticia y el abuso como condiciones inevitables de la vida.
Treinta y Tres enfrenta un problema de calidad democrática. La pelota está en la cancha del Partido Nacional, que tiene la responsabilidad institucional de asegurar el pleno funcionamiento de los poderes.