Uno de los eventos más significativos en la historia de los seres vivos en la Tierra es la transición de algunos organismos de un modo de vida solitario a una organización en sociedad. Los insectos, en particular las abejas y las hormigas, fueron los que lo lograron de forma más exitosa.

Pero, ¿qué implica para estos animales la vida en sociedad? En la mayoría de las especies de abejas, esta organización significó, principalmente, una división de las tareas a realizar. Esa asignación se concretó de dos formas.

A nivel reproductivo, cada sociedad se conformó por una hembra fértil, la reina, y miles de obreras estériles. La diferencia entre ellas se da en el desarrollo y está vinculada a la alimentación: las larvas de reina son alimentadas seis días con jalea real, mientras que las de obreras sólo tres días. Como consecuencia, los órganos reproductivos de la reina se desarrollan, mientras que los de las obreras se atrofian. Además, la reina logra sobrevivir hasta cuatro años, mientras que las obreras viven entre 20 y 90 días, aproximadamente, dependiendo de la época del año.

La segunda forma de división de tareas se dio entre las obreras e implica una estricta coordinación en las tareas. Las obreras más jóvenes, nodrizas, se encargan de la limpieza de la colmena, la alimentación y el cuidado de la reina y las crías. A medida que van envejeciendo, se encargan de defender la colonia frente a posibles situaciones de peligro. Las abejas más adultas, por su parte, colectan su alimento, néctar y polen. Una vez en la colmena, el néctar se procesa y almacena junto al polen para ser consumidos en épocas de escasez de recursos.

Todas estas actividades implican mecanismos de comunicación muy desarrollados, que van desde señales hormonales hasta comportamientos. Estos últimos son vitales, pues se utilizan para informar a las compañeras dónde se encuentran las mejores fuentes de alimentos, y se basan en danzas que, por su grado de complejidad, superan a muchos ritmos actuales de nuestra sociedad moderna.

En cuanto a los machos o zánganos, su función en esta sociedad es estrictamente reproductiva. Debido a esto, la reina pone huevos desde los cuales nacerán zánganos únicamente cuando hay abundancia de alimentos: el objetivo es asegurar que el costo del mantenimiento de los machos no afecte el funcionamiento normal de la colonia. Esta estrategia y optimización del uso de los recursos nutritivos parecería ser la base del éxito de la vida en sociedad de las abejas.

Sin embargo, a pesar de que esta sociedad tiene el potencial de funcionar a la perfección, en los últimos años ha habido reportes de muertes masivas de colmenas alrededor del mundo. Las razones de este fenómeno son multifactoriales. Una de las principales hipótesis sugiere que las grandes extensiones de monocultivos determinan que las abejas tengan disponible una única fuente de alimento por un corto período de tiempo: la época de floración del cultivo. Como consecuencia, las abejas se debilitarían y no podrían enfrentar condiciones adversas.

Entre estas condiciones adversas se destaca la infección con múltiples plagas y patógenos, cuya dispersión se ha dado en gran medida por el traslado y comercialización de abejas alrededor del mundo. Además, las grandes extensiones de monocultivos implican el uso de pesticidas a gran escala, muchos de los cuales son tóxicos para las abejas. Estas plantaciones pueden significar incluso la pérdida de la diversidad en sus hábitats naturales.

¿Cuál es la situación de Uruguay?

Según encuestas realizadas por investigadores del IIBCE, la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República (Udelar) y el Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias (INIA), se estima que en Uruguay se pierden anualmente entre 20% y 30% de las colmenas. Pero, además, tenemos un gran número de abejas nativas tan importantes como las abejas de la miel, que posiblemente también estén muriendo y cuyas pérdidas son inestimables. Entre las principales causas asociadas a estas pérdidas, se destacan las enfermedades, la intoxicación con pesticidas y el hambre.

En nuestro país la abeja se asocia principalmente a la producción de miel, por lo que muchos de los lectores se cuestionarán la relevancia de estos organismos y las consecuencias de dichas pérdidas. Sin embargo, su rol principal en nuestro planeta es la polinización. La polinización es el traslado del polen, la célula reproductiva masculina, de una planta a otra. Esto permite que el óvulo sea fecundado y las plantas puedan reproducirse sexualmente. Hay distintos mecanismos de polinización y se considera que el de las abejas es el más eficiente, ya que en su búsqueda de alimentos, se posan específicamente de flor en flor. Esto favorece la fructificación de diferentes especies vegetales y contribuye así a la producción agrícola.

La mayoría de los cultivos necesarios para la alimentación mundial dependen de la polinización por insectos o se ven favorecidos por este proceso en términos de tamaño del fruto, cantidad y calidad. Pero además, las abejas contribuyen a la producción de praderas utilizadas en la alimentación del ganado y polinizan las plantas de algodón, afectando la producción cárnica y textil del mundo. En general, la importancia de la polinización por abejas no es valorada por la mayoría de los uruguayos (quizás por desconocimiento). Seguramente sea este el motivo por el cual su preservación no es prioritaria para nuestras autoridades y nuestra sociedad.

Desde hace más de 15 años, en el Departamento de Microbiología del IIBCE estudiamos los patógenos que afectan a nuestras abejas. Actualmente, trabajamos en dos líneas principales de investigación. La primera busca desarrollar un probiótico que mejore la salud de las abejas que lo consumen. La segunda busca encontrar relaciones entre las patologías de las abejas y su nutrición, así como diferentes estrategias para prevenir el estrés nutricional.

Conocer su biología, su dinámica anual y las consecuencias de estas infecciones por patógenos nos permite predecir futuros problemas y buscar estrategias de control.

María Belén Branchiccela