Tomando como excusa la visita de Robert Frank y considerando el período de crecimiento económico que viene registrando Uruguay en los últimos 15 años, me propuse contribuir a la reflexión sobre cómo algunos tipos de consumo podrían afectar el bienestar de los uruguayos, centrándome en un tema que ha desarrollado este reconocido académico: las decisiones de consumo posicional.

Primero consumo, luego existo

Motivado por la búsqueda de mejores posiciones en la sociedad, Frank analiza las consecuencias del consumo y señala que el de algunos bienes (visibles o posicionales) tiene un efecto directo en el bienestar y uno indirecto mediante la señal que envía el consumidor con su compra, por lo que las personas motivadas por la búsqueda de estatus estarían dispuestas a destinar recursos para obtenerlo, sacrificando otros consumos. ¿Tiene esto alguna implicancia relevante para la economía?

Este tipo de consumo genera una externalidad negativa, es decir, un efecto no deseado en el resultado final por varios motivos. En primer lugar, la suma de nuestras decisiones individuales en busca de nuestro propio bienestar no nos lleva a un resultado colectivo óptimo; existen otras distribuciones de consumo posibles en las que algunos podrían mejorar su posición sin que desmejore la de ningún otro. Además, conduce a un nivel de consumo de bienes posicionales por encima del socialmente deseable, desalentando otros tipos de demandas que podrían mejorar el bienestar individual y colectivo. Finalmente, esta carrera por el consumo posicional tendría implicancias negativas también por medio de sus efectos nocivos sobre el medioambiente.

¿Cómo opera el estatus en contexto de altas desigualdades?

En su último libro, Success and Luck, Frank argumenta que la creciente desigualdad conduce a una mayor preocupación por el consumo de los otros y estimula el consumo posicional.

Algunas investigaciones sugieren que las personas con mayores estímulos para invertir en bienes posicionales son las pertenecientes a grupos minoritarios y desfavorecidos, porque están dispuestas a realizar mayores gastos para distinguirse de los más pobres y colocarse en estratos sociales superiores. Esta decisión no tiene nada de irracional, ni implica que esta población tenga gustos atípicos, sino que en promedio estas personas reaccionan como lo haría cualquiera que integrara un grupo en condiciones socioeconómicas desfavorables.

Según Frank, este consumo de bienes posicionales es explicado –en parte– por marcar una distancia o explicitar una desigualdad, deseo que muchas veces se intensifica entre aquellos que experimentaron algún tipo de movilidad ascendente (o ambicionan ese ascenso social) y que ven como señal del progreso individual consumir más que los que están detrás de ellos en esa carrera. Me pregunto si estos comportamientos no tienen algún correlato con cómo percibimos los uruguayos la pobreza y las políticas de transferencia. ¿Será que nos molesta que aquellos en situación de pobreza tengan el mismo modelo de celular que nosotros? En la búsqueda de respuestas deberíamos tener en cuenta que los colistas de la carrera –los hogares de menores recursos–, al igual que el resto, quieren acceder a estos consumos y perciben que resignar esta opción sería reconocerse fuera. No son ellos, sino la sociedad la que los conduce en esta carrera en la que, por su punto de partida, podrían no estar en condiciones de jugar; y este punto debería ser tenido en cuenta al juzgar su consumo. Un argumento contrario defiende las diferencias de consumo que se logran por méritos propios, algo que Frank relativiza por las falsas premisas sobre el rol de la meritocracia. Si bien el autor está de acuerdo con la importancia del esfuerzo y el talento individual para explicar los resultados económicos que sostienen nuestras decisiones de consumo, considera que en general se sobreestima su importancia. Y yo me pregunto de nuevo si este argumento no está presente en el debate sobre el papel de las políticas redistributivas en Uruguay.

Ambos puntos de vista dan lugar a al menos dos implicancias políticas: la primera, que debería desalentarse el consumo de bienes posicionales, por ejemplo, mediante mayores impuestos, que según Frank podrían traer ganancias de bienestar a nivel agregado y al mismo tiempo incrementar la capacidad del Estado para invertir en bienes públicos; la segunda, pensar políticas de largo plazo que incluyan entre sus objetivos transformar las normas y preferencias sociales de la sociedad, por ejemplo estimulando consumos amigables con el medioambiente, aunque la agenda es amplia y desafiante.

Estas reflexiones no deberían llevarnos a concluir que el consumo o la búsqueda de estatus representan males irreparables para nuestra sociedad; sería inadecuado y desconocería las ventajas de algunos tipos de consumo para la mejora de la calidad de vida de la población.* Sin llegar a este punto, aun así deberíamos preguntarnos más frecuentemente cómo el crecimiento es distribuido y cómo afecta nuestro bienestar. Reflexionar, en definitiva, si cuando salimos del centro comercial llenos de bolsas realmente estamos mejor o esa sensación de satisfacción es efímera y trata de retomar esa carrera que nunca termina. Cuando estemos en la pista, ya prontos para correr, vale preguntarnos cómo la está pasando el que tenemos al lado o el que nos mira desde lejos el número en la espalda.

* En una versión más extensa, repaso los distintos canales por los que el consumo podría afectar el bienestar: (fcea.edu.uy/blog/2062-con-sumo-agrado.html)