Suele considerarse que el crecimiento económico siempre tiene, por defecto, correlatos positivos para la sociedad. La importancia del crecimiento económico es entonces otro mito asociado a la pobreza, pero ¿cuál es la evidencia en este sentido?

El crecimiento y la pobreza

La literatura ha abordado ampliamente la relación entre el crecimiento económico, los ingresos de la población y la reducción de la pobreza. Por ejemplo, para el caso de Uruguay, un estudio de 2008 realizado por Verónica Amarante e Ivone Perazzo, economistas del Instituto de Economía de la Universidad de la República, propone una mirada a la relación entre crecimiento económico y pobreza desde 1991 hasta 2006. Allí se preguntan si el crecimiento fue favorable a los pobres, y toman tres períodos: 1991-1998, 1998-2003 y 2003-2006.

En el primero, detectan una fase de crecimiento económico pero con una incidencia de la pobreza que comienza a mostrar una tendencia creciente recién a mitad del período. El segundo tiene recesión y crisis, se incrementa la pobreza y cae el PIB. Finalmente, en el último período el PIB comienza a recuperarse desde 2003 y la pobreza cae recién en 2005. Las autoras concluyen que “el crecimiento económico puede tener un efecto mayor o menor en la reducción de la pobreza, dependiendo de las condiciones iniciales y de la naturaleza del proceso de crecimiento. Sin embargo, en nuestro país resulta claro que no se han logrado mejoras en términos distributivos, ni en los períodos de crecimiento ni en los de crisis, y esto ha implicado una barrera en los logros en términos de reducción de la pobreza”.

Una discusión relevante es qué tipo de pobreza estamos mirando. Incluso en términos de ingresos, la pobreza puede ser entendida en términos absolutos y relativos. La pobreza absoluta implica una cantidad de dinero constante (en el tiempo y entre países), mientras que la relativa refiere a la proporción de dinero que se necesita para no ser pobre a medida que el país se hace más rico. De acuerdo a la investigación de Amarante y Perazzo, el crecimiento económico ayuda más directamente a la reducción de la pobreza absoluta pero no a la relativa, dado que esta última depende del nivel de desigualdad de ingresos. Si el ingreso de los más pobres aumenta más que el del resto de la sociedad, la desigualdad debería caer.

En Uruguay, en los últimos diez años la pobreza ha pasado de 24,2% de los hogares a 6,2%, de acuerdo a las cifras del Instituto Nacional de Estadística. La reducción del porcentaje de hogares pobres ha sido constante, aunque a partir de 2011 la disminución es menos acentuada. En cuanto al crecimiento económico, medido como variación anual del PIB y con datos del Banco Central, ha sido la tendencia desde 2005. La tasa de crecimiento mayor se alcanzó en 2010 con 7,8%.

Por su parte, el Informe Mundial de Ciencias Sociales 2016 de UNESCO destaca que siete de los diez países con mayor crecimiento del mundo son africanos. Sin embargo, entre “esos países el crecimiento se ha concentrado en determinados sectores de la economía y en zonas geográficas específicas. Los beneficios de ese crecimiento no se han compartido en general”.

En América Latina, el crecimiento sí se ha acompañado de reducción de la pobreza. De acuerdo al informe “La matriz de la desigualdad social en América Latina” de CEPAL, se ha dado un notable proceso de reducción de la pobreza a partir de la década de los 2000, pasando de 43,9% en 2002 a 28,2% en 2014. Según este organismo, la reducción se ha sostenido en el aumento de los ingresos por las mejoras en el mercado laboral así como por la expansión del gasto público social.

¿Sólo crecer?

El primer punto de los Objetivos de Desarrollo Sostenible es “Poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo”. En este sentido, el mencionado estudio de la CEPAL señala que “alcanzar ese objetivo sólo es posible poniendo el énfasis en el combate a la desigualdad y avanzando hacia su disminución sustantiva, en sus diversas dimensiones e interrelaciones”. Es decir, el crecimiento económico repercutirá en una disminución de la pobreza siempre que se acompañe de procesos de distribución.

Esta visión ha sido compartida por otros organismos internacionales. Por ejemplo, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, en su mensaje por el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza que se conmemoró el 17 de octubre, destacó que “la erradicación de la pobreza requiere un crecimiento económico que sea inclusivo y sostenible”. UNESCO reconoce un intenso debate entre la relación de la desigualdad y el crecimiento, y llega a la conclusión de que la primera puede obstaculizar el segundo, mientras que “una redistribución orientada hacia una mayor igualdad no constituye un obstáculo para dicho crecimiento”.

En definitiva, la erradicación de la pobreza no es una consecuencia indefectible del crecimiento económico. Aunque la reducción de la pobreza absoluta tenga un correlato más cercano con el crecimiento, lo cierto es que las políticas de distribución del ingreso son las realmente capaces de convertir ese crecimiento en una mejora de las condiciones de vida de la población.