En julio, la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) presentó el programa Joven Lector, con el que prevé alcanzar, a fines de 2019, a más de 12.000 estudiantes de ciclo básico de enseñanza media en los próximos tres años, así como a unos 120.000 niños. El programa empezó a rodar en los últimos días de julio, y el objetivo de la primera edición fue involucrar a 2.400 estudiantes de 200 centros educativos de todo el país. Uno de los liceos que participan en esa experiencia es el 64, de Villa Española. la diaria habló con la profesora Evelina López, bibliotecaria y coordinadora del programa en esa institución.

Mediante el programa Joven Lector, estudiantes de ciclo básico de enseñanza media visitan las escuelas y jardines del barrio, entre otras instituciones educativas, para leerles a los niños que concurren. Se trata de una idea sencilla que permite trabajar al mismo tiempo diversos aspectos relevantes en el proceso educativo y de aprendizaje de los adolescentes involucrados: fortalecer sus competencias en lectura, brindar un espacio de pertenencia e inclusión en la institución, y favorecer la construcción de lazos en la comunidad donde está inserto el centro educativo. El programa se llevará a cabo en sucesivas ediciones que durarán tres meses –la primera abarcó desde agosto hasta octubre–, en el primero de los cuales los participantes se forman como mediadores de lectura, mientras que en los dos restantes encaran ocho jornadas de lectura en instituciones cercanas a su centro de estudio. “Joven Lector es un programa nacional, una propuesta de ProLee. Se trata de un planteo que venían elaborando desde hacía tiempo y que habían anunciado el año pasado, y el 21 de julio nos convocaron, nos dieron talleres de formación y nos presentaron la propuesta. Es una continuación de lo que en primaria se llamó Biblioteca Solidaria. Te preparan y te proveen de una caja con 20 libros seleccionados, buenos libros infantiles, y la idea es que nosotros seleccionemos chiquilines que tienen problemas con la lectura en voz alta. Eso te permite cubrir dos objetivos: por un lado, ellos se empoderan, aprenden, ponen en práctica sus conocimientos; por otro, vamos a las escuelas y generamos ese vínculo tan difícil entre escuela y liceo. Los chiquilines que participan se sienten súper valorizados y reafirmados. Y, como ellos mismos explican: 'Ampliamos la biblioteca mental de los más chiquitos contándoles cuentos que les van a quedar en la memoria’”, dijo López a la diaria.

En el liceo 64 esta experiencia se enmarca en el terreno fértil que proporcionó la biblioteca liceal. En ese espacio, en el que López trabaja desde 2007, se trabaja con el objetivo de hacer tarea docente y no limitarse a prestar libros y a organizar el material bibliográfico. “Se trata de que sea una biblioteca para afuera, que vaya a buscar a los lectores, en la que hacemos, fundamentalmente, actividades de motivación de la lectura. Hoy se ha convertido en un espacio de referencia social para los chiquilines: ahí se juntan. Hay que tener en cuenta, para valorar la importancia de este tipo de propuestas, que los liceos suelen ser espacios expulsivos”, sostuvo López.

Los estudiantes del liceo 64 que participan en Joven Lector se reúnen todos los lunes y miércoles y, según contó la profesora, el grupo que se conformó, aunque pequeño, está muy comprometido con la tarea y encara una experiencia muy valiosa: “No hemos llegado a ser más de siete –Abril Arambillete, Enzo González, Emiliano Echeto, Valentina de los Santos, Katia Cabrera, Benjamín Severo y Sabrina Espina–, pero esos siete van todos los días a averiguar a dónde vamos, avisan si no pueden ir... Siempre están en contacto. Lo más interesante es que es una tarea”, afirmó.

En cuanto al proceso de trabajo y a los logros relacionados con el aprendizaje, la docente comentó: “En un principio, para empezar con el proyecto, pedí a las profesoras de Español que me pasaran una lista de los que tenían mayores dificultades. Fueron pocos, sólo tres, los que se acercaron a partir de esa convocatoria, y después ingresaron chiquilines que son mejores alumnos pero estaban entusiasmados e interesados. Aunque en un principio no era mi idea, el grupo se conformó así. Hay chiquilines que arrastran a otros, y entre ellos hay una coeducación que está buena. Hay liderazgo, hay aprendizaje puro y duro también: con el paso de las semanas, aquellos que al principio leían silabeando leen mejor”. Pero los efectos de este trabajo están lejos de limitarse al fortalecimiento de los conocimientos de los alumnos en materia de lectura. A eso se suma una experiencia muy interesante en el vínculo con el barrio, así como en la generación de lazos más fuertes con la institución y entre los estudiantes. “La verdad es que es una experiencia enriquecedora. En las escuelas nos reciben con los brazos abiertos. Incluso hay un jardín, el Gabriela Mistral, al que ya fuimos tantas veces que ahora ellos van solos, porque la directora ya los conoce y los espera, y eso es un desafío para ellos”, contó López.

Ya corre noviembre y, vencidos los tres meses previstos al inicio del programa, el grupo del liceo 64 sigue al firme: “Aunque en principio era para agosto, setiembre y octubre, está empezando noviembre y seguimos, porque realmente funciona y los chiquilines están entusiasmados”, comentó la docente, que tiene expectativas respecto de la fase de evaluación que se abre ahora y del necesario intercambio de experiencias con las demás instituciones participantes. “Yo estoy muy entusiasmada y ya me estoy proyectando para el año que viene. Ojalá continúe. Me parece que la biblioteca es el lugar ideal para este trabajo, porque tenés el espacio y el tiempo para proyectar y programar. Y después lo que tenés que tener es la voluntad de los chiquilines de generar propuestas atractivas para ellos. Un saldo muy positivo es que se están formando grupos de chiquilines, de amigos. Comenzaron a juntarse ahí y sienten pertenencia. La biblioteca se ha convertido también en un espacio para encontrarse. Ahora estoy en la lucha para que lean un poco más”, sostuvo.

Teatro leído

En la biblioteca del liceo 64 hay dos espacios diferenciados: mientras que los alumnos de primer y segundo año participan en Joven Lector, los de segundo y tercero tienen la opción de Teatro Leído. López cuenta que para esta actividad, a la que se abocan desde hace tres años, se generó una tradición que se respeta todos los viernes, de 12.00 a 14.00, y que lleva a que sea necesario desalojar la sala de lectura para albergar a los teatreros: si hay algún alumno haciendo uso de la sala, se lo conduce al pasillo con una mesa y una silla. El objetivo es acercar a los estudiantes a la lectura de obras literarias y a la dramaturgia en particular. La profesora hace énfasis en que es teatro leído y no teatro: se trata de un acercamiento, de una pre puesta en escena. “Ellos leen directamente las obras y entre todos hacemos la selección: tienen que quedar entre 20 y 30 minutos”. Este año obtuvieron el primer premio en el concurso de teatro leído que organiza la Fundación Lolita Rubial en Minas, departamento de Lavalleja. “Presentamos una obra que está en el programa de tercero, La isla desierta, de Roberto Arlt, y una de las obligatorias –tenés que presentar una obligatoria y una a elección– Día libre, de Dino Armas”, contó. “En 2015 me propuse hacer algo con el bicentenario del Reglamento de Tierras, para unir esta tarea con mi condición de profesora de Historia. Me interesaba trabajar con la obra Artigas, general del pueblo, que me marcó cuando iba al liceo: Ruben Yáñez haciendo de Artigas fue una de las cosas que me llevaron a estudiar Historia, te diría. No la encontraba, entonces contacté a Marita Schinca, la hija de Milton [el autor de la obra], y ella, con una generosidad impresionante, me la dio. Yo no lo podía creer. Para el año que viene quiero hacer algo parecido con Galileo Galilei [de Bertolt Brecht]. Ya veremos”.