Todos iguales

Internet está ahí y la usamos como un reflejo constante. Ya no nos conectamos a internet: vivimos con ella. La red como la conocemos y usamos todos los días implica que toda la información que transita por ella sea tratada de la misma manera. Es decir que no existen “informaciones privilegiadas” que vayan más rápido de un punto al otro y otras menos importantes que queden “para después”. Todos los bits nacen iguales. Vale lo mismo el último capítulo de Stranger Things que la llamada por Skype con la abuela, la foto del almuerzo o las transacciones de la bolsa de Nueva York. Se trata del llamado “principio de neutralidad en la red”.

Este principio, inserto en el propio diseño de internet, fue ideado por los hippies de las universidades del norte hace más de 40 años, de tal forma que la red no supiera qué transportaba, sin discriminar. Una red “tonta” en el medio, pero con la inteligencia en sus extremos.

Sin embargo, en los últimos años, con la explosión de las aplicaciones over-the-top (OTT), como Netflix, y una necesidad constante de conexión y consumo de datos, los proveedores de servicios de internet (ISP, por su sigla en inglés) empezaron a discutir el tan preciado principio de neutralidad. Argumentan que la inversión en infraestructura y la falta de regulación de las OTT, que hoy son sus grandes competidoras, generan una situación desventajosa en la nueva economía digital. Para equilibrar el campo de juego y abrir nuevas oportunidades de negocio, proponen ser ellos, los ISP, quienes tengan control sobre los datos que transmiten por sus redes.

La discusión, que a primera vista puede parecer técnica o alejada de la realidad de los usuarios, puede repercutir directamente en la red a la que estamos acostumbrados. Tras varios meses de discusiones a puertas cerradas, Estados Unidos parece estar próximo a dar un revés determinante.

Un paso atrás

El pasado reciente de la neutralidad comenzó en 2015, cuando el gobierno de Barack Obama promulgó las llamadas “reglas de una internet libre y abierta”. La norma reclasificó a los proveedores de servicios de acceso a internet como “operadores de servicios públicos”, lo que significaba que estaban sujetos a la autoridad y la supervisión de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, por su sigla en inglés). La inclusión garantizó básicamente que durante estos años los ISP no interfirieran con la velocidad o selección del contenido que brindan por medio de sus redes.

Con la llegada de la administración Trump al despacho de la Casa Blanca, se preveía la revisión de las reglas que hasta el momento mantenían a los proveedores entre ciertos límites. La designación de Ajit Pai, ex asesor jurídico de Verizon, como director de la FCC no hizo más que confirmar las sospechas de que el cambio era inminente. Poco importaron las más de 780.000 peticiones a la FCC por medio de la campaña #SaveTheNet, convocada este año por activistas y gigantes de la talla de Facebook, Google, Twitter y Airbnb. El gobierno siguió adelante, y la última semana de noviembre Pai presentó un borrador de nuevas reglas que busca restablecer la clasificación de proveedores de banda ancha a proveedores de “servicios de información”. La propuesta limita la autoridad de la FCC sobre los ISP y permite modelos de negocio que van en contra de la neutralidad.

Posibles consecuencias

Darles la posibilidad a los ISP de discriminar o priorizar el tráfico de sus redes puede suponer un cambio importante en la forma en que concebimos internet. Lo que probablemente ocurra primero, en caso de aprobarse la reformulación de Trump, sea la creación de “paquetes” como los de la televisión para abonados. Como pasa hoy con los servicios pay per view, mediante los cuales contratamos paquetes según nuestro interés, las operadoras nos venderían los packs adicionales. Imaginemos un paquete básico de internet al cual le sumásemos uno de mensajería con WhatsApp, Telegram y Skype, uno de música con Spotify o uno de video con YouTube y Netflix.

Despidámonos con esto de los emprendedores que quieran competir contra estas compañías. ¿Cómo competiría MUS, la app de música uruguaya, si Spotify se aliara con los proveedores y lograra un mejor acuerdo comercial?

La libre competencia

El trato igualitario de los bits fue determinante para que en internet no hubiera favoritos. Permitió que nuevos servicios pudieran competir en pie de igualdad con grandes empresas, e incluso generar disrupción en mercados tradicionalmente monopólicos, como Uber.

Otro posible impacto de abandonar la neutralidad sería la creación de una internet de dos carriles. Por el “rápido” cargarían las empresas amigas del ISP, aquellas que pueden pagar una conexión rápida, mientras que por el “lento” caminarían los demás sitios de segunda categoría. Al tiempo que aumenta el protagonismo de los ISP, crecen sus posibilidades de negocio, lo que probablemente termine perjudicándonos a nosotros, los usuarios, y a la experiencia de uso a la que estamos acostumbrados.

Libertad de expresión

Hasta hoy, quienes quieren hacer oír su voz no dependen de un acuerdo con el ISP de turno. Gracias a que todos los bits son iguales, tienen la seguridad de que su sitio o blog cargará igual que el del The New York Times o CNN.

La versión más cruda del fin de la neutralidad nos enfrentaría a una internet en la que sólo podríamos acceder a los sitios que nuestro proveedor eligiera, lo que los convertiría en guardianes de lo que podemos hacer o no en la red. Las nuevas reglas les otorgan a los ISP la facultad de censurar aquellos sitios, ya que nada garantiza que deban brindar una internet “completa”. Podría limitarse así el acceso a sitios que criticaran el servicio de internet que brindara ese ISP o los que promovieran determinada posición política.

Acceso a la información

Las reglas de neutralidad han favorecido el acceso a la información. Modificarlas supondría agregar un nuevo intermediario en la cadena que determinaría qué podemos ver, leer y compartir, sin una razón que justificara tal medida.

Probablemente no lo veamos en el corto o mediano plazo, pero si la internet libre y abierta se transformara en sólo un recuerdo, ya no llamaría la atención depender directamente de lo que el proveedor deseara. Puede que seamos la última generación que utilizó una red sin restricciones y que soñaba con conectar a todos por igual.

¿Y Uruguay qué?

Uruguay no cuenta hoy con normas que garanticen la neutralidad de la red, lo que ha permitido ciertas prácticas que podrían llegar a entenderse como contrarias a este principio (hola, “WhatsApp gratis”). El proyecto de ley que limitaba las potestades de los proveedores de nuestro país presentado por Pedro Bordaberry en 2015 descansa cómodamente en algún cajón del Palacio Legislativo.

Teniendo en cuenta que Estados Unidos es el país por el que pasa la mayor parte del tráfico de la red, sus movimientos y decisiones suelen ser determinantes. Si las prácticas de obstrucción del tráfico se volvieran algo corriente en el norte, no sorprendería que los proveedores del resto del mundo comenzaran a seguir su ejemplo y usaran los vacíos normativos característicos de esta materia tan dinámica. Basta ver el ejemplo de Portugal, que, gracias a un loophole en las directivas europeas, permite desde hace pocas semanas las ofertas de paquetes mencionadas anteriormente.

Por suerte, la última palabra aún no está tomada. Las reglas propuestas por la FCC serán votadas en el Congreso de Estados Unidos el 14 de diciembre, tras lo cual la batalla podría seguir en los tribunales judiciales.

Matías Jackson | Abogado, experto en derecho informático.