Desde el año pasado que sabemos que se habían unido para desarrollar el universo de la conducción autónoma, pero las primeras grandes luces las estamos viendo ahora: Uber quiere ser pionero en esta industria automotriz y firmó un nuevo contrato de 1.000 millones de dólares con Volvo.

En este, el fabricante de vehículos —que este año cumple 90— se comprometió a producir 24.000 autos XC90, el conocido vehículo utilitario deportivo (conocido como SUV por su sigla en inglés), en tres años, a partir de 2019.

Es cuestión de sumar dos más dos para entender el interés tan intenso de Uber por este tipo de tecnología. La trama global de polémicas que atraviesa esta empresa está relacionada a los recursos humanos; multas, prohibiciones e imposiciones, a pesar de las irregularidades, han sido parte del marco más negro de una de las aplicaciones más exitosas de los últimos tiempos. Tener vehículos autónomos no sólo es una conducta vanguardista, sino que elimina al conductor y, por ende, a su factor más problemático.

El contrato no incluye ningún tipo de exclusividad con Uber, por lo que estos vehículos pueden aparecer entre otras marcas, pero la realidad del mercado actual no le da mucha ventaja a más nadie: se puede nombrar a Waymo (el proyecto de Google), que, si bien tiene más experiencia probando la autonomía en la conducción, carece del éxito comercial y la plataforma estable de Uber. No obstante, hay una denuncia de robo de información de Waymo contra Uber, que podría afectar las posiciones en este nuevo mercado. Las últimas noticias dicen que se ha pospuesto el juicio tras saberse que Uber ocultó información.

El impacto de la conducción autónoma es tan grande que páginas especializadas como Business Insider hablan de una caída estrepitosa del costo por kilómetro para los individuos, lo que derivaría en una reducción en las ventas de autos particulares. En su análisis estiman que el número de vehículos en Estados Unidos y Europa disminuirá en más de 100 millones para 2030.