En La guía del autoestopista intergaláctico, novela de ciencia ficción paródica y existencial de Douglas Adams, una inteligencia artificial respondía con un simple 42 a la pregunta de cuál es el sentido de la vida. El lector podría pensar que Adams buscaba desarticular la forma en que los humanos pensamos el mundo. Sin embargo, ahora que sé que 42 es el número de especies invasoras que le complican la vida a nuestro país, me pregunto si no habré tomado demasiado a la ligera la sabiduría contenida en la novela. Ernesto Brugnoli, oceanógrafo y experto en biodiversidad, se ofrece a ayudarme a entender el alcance del fatídico número 42.

Ernesto forma parte, como investigador de la Facultad de Ciencias, del Comité de Especies Exóticas Invasoras. “La Convención de Diversidad Biológica [que funciona bajo la órbita de Naciones Unidas] define como especie exótica invasora a cualquier organismo que está fuera de su distribución normal y que afecta a la salud, a la economía o a la biodiversidad”, me explica Ernesto en su oficina de escasos metros cuadrados. Nuestro país siempre recibió de brazos abiertos a la inmigración. Pero tal vez con algunos animales y plantas fuimos demasiado hospitalarios.

Brugnoli es uno de los científicos que estudia cómo esa hospitalidad afecta a Uruguay desde hace una década. En 2006, junto a otros colegas, lanzó el proyecto Base de Datos de Especies Invasoras para Uruguay (InBUy), porque el ingreso de organismos exóticos pone en peligro la biodiversidad autóctona. Su idea era investigar para que eso no suceda en nuestro país, divulgar la información disponible y aportar a la gestión y al manejo ambiental sustentable. Por eso, cuando le pregunto cuál es la situación de Uruguay, no precisa abrir ninguna publicación: “Acá tenemos más de 300 especies exóticas, pero las que tienen comportamiento invasor son 74”. Luego de realizar talleres y de analizar el tema con otros expertos, de esas 74 definieron que las especies exóticas invasoras para Uruguay son 42. “No quiere decir que la lista esté cerrada, pueden salir organismos si vemos que no son un gran invasor, o se pueden agregar otros”. También podría darse el caso, que Ernesto teme y cruza los dedos para que no pase, de que ingrese una nueva invasora a nuestro país. ¿Por qué? Porque como dice Ernesto, junto al biólogo Gabriel Laufer, en la publicación “Del diagnóstico a la acción”, de 2016, “las invasiones biológicas afectan negativamente la biodiversidad, los ecosistemas, los servicios ecosistémicos, la salud humana y animal, generando adicionalmente pérdidas económicas”. Allí también advierten que “Uruguay es un país muy expuesto y poco protegido de estas invasiones”. Algo hay que hacer. Y cuanto antes mejor.

La casualidad salva vidas

Tendemos a pensar que los científicos son personas extremadamente racionales, que viven vidas ordenadas con objetivos claros. Pero la mayoría de las veces, el azar juega su rol en la generación del conocimiento. “Llegué a este tema por casualidad. Estaba haciendo un monitoreo con UTE en los embalses del Río Negro y me choqué con un organismo que no debería estar en ese lugar”, cuenta Ernesto, con la misma perplejidad que un astronauta sentiría al encontrar una lata de refresco en otro planeta. Pero, en este caso, era algo mucho peor: la larva de un molusco exótico. “Los moluscos bivalvos de agua dulce autóctonos no presentan larvas de vida libre (planctónica) en la columna de agua, entonces era una larva típica de un molusco de agua salobre”. La perplejidad lo llevó a estudiar el organismo: “Resultó que eran larvas de una especie exótica, que se había convertido en invasora en la cuenca del Plata, el mejillón dorado (Limnoperna fortunei)”. Este mejillón había sido reportado en Uruguay en 1994, pero Ernesto lo encontró en pleno Río Negro en 1999 y quedó alarmado: “Se nos abrió una caja de Pandora con toda esta temática de las especies invasoras”.

Cada vez es más difícil comprar algo que no provenga de China. Sin embargo, la invasión china es mucho menos agresiva que la del también asiático mejillón dorado. ¿Pero cómo llegó de Asia a nuestro país? Ernesto explica que la hipótesis más firme apunta a un incremento del comercio con Asia a fines de los años 90. “Las larvas del mejillón vinieron en las aguas de lastre de barcos que llegaron al puerto de Buenos Aires. Luego, también mediante el agua de lastre, esas larvas se empezaron a trasladar por toda la cuenca del Plata, subiendo por el río Paraná, el río Paraguay, el río Uruguay, entró al Río Negro, invadió la cuenca de Río Grande del Sur, en Brasil, parte de Santa Catalina. Es una especie muy complicada”.

Ernesto magnifica el problema: la tasa de invasión del mejillón dorado puede hacerlo avanzar unos 250 kilómetros por año. “En nuestro país la tasa es mucho más baja, de entre cinco y diez kilómetros al año”. Para Brugnoli, “nosotros tenemos embarcaciones más pequeñas, quizás eso explique la gran diferencia entre la tasa de invasión alta en la cuenca del Plata y nuestra tasa de invasión”. Pero eso no quiere decir que debamos tranquilizarnos: “Ya llegó a la Laguna Merín, hace poco nos reportaron que está en San Gregorio de Polanco, donde no había llegado, en el Santa Lucía ya llegó hasta Paso Severino, y en el río Uruguay atravesó Salto Grande”. Incluso está en la Laguna del Sauce, un sistema bastante aislado y sin navegación comercial. “Con un colega pensamos que se debe a nuestros amigos argentinos que vienen a hacer turismo. Sus barquitos vienen del sistema del Paraná, que está invadido. Y probablemente no limpiaron correctamente el barco, no tomaron las precauciones adecuadas y entonces los mejillones, de estar en un sistema invadido como el Paraná o el Uruguay, llegan a un sistema que no lo estaba”. El asunto debería preocuparnos.

“Con las especies invasoras se trabaja siempre con el principio de precaución”, dice Ernesto, y luego se explaya: “Si en otro lugar pasó algo similar con una especie similar, es muy factible que eso también suceda aquí. En Estados Unidos la ecoespecie del mejillón dorado vendría a ser el mejillón cebra, que causó la extinción masiva de almejas autóctonas, porque se fija en sus conchas y las sofoca”. Esto quiere decir que el mejillón dorado podría estar sofocando a nuestras almejas. Y no es pura especulación: “En la Laguna del Sauce colegas encontraron mejillones dorados pegados en Dilplodon, que es una especie autóctona”. Por otro lado, Ernesto tira un poco de leña al fuego de la calidad del agua: “Se sabe que el mejillón dorado tiene una alta tasa de filtración y que eso promueve la proliferación de cianobacterias y nutrientes”. Le digo que al leer esto el ministro de Ganadería, Tabaré Aguerre, lo va a adorar: podrá echarle la culpa de la eutrofización de los cursos del agua a un mejillón invasor y no a la invasión del agronegocio. Ernesto ríe: “Si vamos a los orígenes, todo es culpa del hombre”. Pero luego se pone serio y recuerda que esa mañana estuvo escuchando un programa de radio en el que hablaban de la Ley de Riego.

“Además de la parte ecológica, que es muy importante, este mejillón tapa tuberías, rompe sensores hidráulicos y obstruye los ductos de refrigeración de las turbinas”, explica, y lo sabe bien por haber trabajado para UTE. La Ley de Riego promueve la construcción de represas y embalses, lo que es ideal para el mejillón: “Cuantos más sustratos duros y más estructuras para que se fije le demos, más a gusto va a estar”. Así que si prospera esa ley, probablemente nuestros campos tendrán agua... verdosa.

Entre la crueldad y la protección

Entre las 42 especies exóticas invasoras que afectan nuestro país, se destacan la acacia (Acacia longifolia), que atesta nuestras costas, el pasto capin annoni (Eragrostis plana), que afecta la ganadería, el ligustro (Ligustrum lucidum), que amenaza nuestros montes nativos, el Aedes aegypti (mosquito al que tememos tanto por el dengue que es de los pocos animales que todos mencionamos por su nombre científico), el jabalí (Sus scrofa), la liebre (Lepus europaeus), el ciervo axis (Axis axis) y la temida rana toro (Lithobates catesbianus), que no sólo se come todo lo que encuentra a su paso, sino que porta un hongo cutáneo que mata a otros anfibios. Ernesto y los científicos de todas partes saben que estas especies son peligrosas. Sin embargo, cuando se trata de la vida de otros seres vivos, tomar acciones no es tarea sencilla. “No es un tema menor”, me cuenta y comienza a revolver su escritorio hasta que encuentra un afiche y un folleto.

“Hace un tiempo hicimos una campaña en la que entregábamos un peso por cada caracol Rapana venosa que nos entregaran. Acopiamos unos 5.000 caracoles”, me dice con pesar, porque esos 5.000 caracoles ya no están entre nosotros. “Nuestro espíritu era transmitir el problema que generan las especies invasoras, principalmente a los niños, que eran los que nos traían los caracoles”, cuenta Ernesto, que fue asaltado por una duda que mantiene hasta el día de hoy: “¿Quién soy yo para ofrecer dinero para matar a un animal, más allá de que sea exótico o invasor? Esto de eliminar especies exóticas invasoras es un tema que nos planteamos con muchos colegas, y no es menor”. Me pone ejemplos de países que promueven la captura y la muerte de las especies invasoras. “Nosotros, como técnicos, sabemos que estos organismos afectan a otros organismos y a la biodiversidad autóctona, e incluso generan problemas económicos. Volviendo a la Rapana venosa, es un caracol que causa problemas a nivel de recursos pesqueros, porque es un gran depredador de moluscos como el mejillón azul. Y hay personas, pescadores artesanales, que dependen de esa malacofauna. Entonces hay un organismo que está comiendo los recursos que son el sustento económico de una población de Uruguay”. Como todo dilema ético, la solución no es sencilla.

Para hacerlo sentir un poco mejor, le recuerdo que el caracol Rapana es un invertebrado, por tanto ni siquiera está protegido por la Ley de Fauna. Sin embargo, le planteo que el dilema debe ser mayor a la hora de tratar con los chivos que generan erosión en el área protegida de la Quebrada de los Cuervos. “Te redoblo la apuesta”, me dice. “Estancia Anchorena. Una colonia de miles de ciervos Axis axis. ¿Qué hacemos con eso? ¿Cómo promovemos el control de esa especie, que para algunas personas es hasta emblemática?”, pregunta Ernesto, y el eco de la pequeña sala no logra llenar el silencio. “Además de los daños económicos que producen, ¿no estaremos generando un reservorio para alguna enfermedad que pueda llegar a afectar otras poblaciones? Hablamos de más de 2.000 bichos que están ahí. Si promovemos la caza de los ciervos axis y vendemos la carne, seguramente vamos a tener un conflicto con los animalistas”, dice, mostrando que por ser científico no vive adentro de un táper.

El futuro

Le sugiero que un país cuyo eslogan es “Uruguay natural” debería considerar cambiarle el nombre a la estancia presidencial, ya que el señor Anchorena es el responsable de desastres ambientales al haber introducido al país al jabalí y al ciervo axis. “Creo que hay que cambiar un poco la visión sobre la fauna autóctona. Nos encantan los jardines californianos, nos encantan los parques con especies de colores, como los álamos, y desvalorizamos nuestra fauna y nuestra flora, que también es hermosa”, dice Brugnoli, al tiempo que me confiesa: “tenemos un desafío de educación para que la gente sepa diferenciar lo autóctono de lo exótico”, y uno concuerda, porque siempre pensó que las acacias eran autóctonas de nuestras costas y no una especie tan invasora como dañina.

Para Ernesto, el camino es tan claro como difícil. “Necesitamos leyes que determinen listas, rojas o negras, que establezcan qué organismos deben controlarse y erradicarse, cuáles no pueden ingresar al país bajo ningún motivo, etcétera. En otros países eso ya se hizo, pero en Uruguay no tenemos leyes”, dice, mientras lamenta que la lista de especies invasoras no sea conocida por muchos técnicos, como veterinarios o agrónomos. Pero su entusiasmo contagia. “El Sistema Nacional de Áreas Protegidas es un buen actor, porque en esos relictos las especies invasoras pueden ser objeto de experimentación de estrategias de erradicación para luego replicarlas en otros lados”. También ansía una mayor institucionalidad del Comité de Especies Exóticas Invasoras, que hoy está en el marco de la Comisión Técnica del Medio Ambiente, coordinada por la Dirección Nacional de Medio Ambiente. “Nos gustaría cierta estructura que determinara que ciertos temas tengan que pasar por el comité”, me dice, sabiendo que es un asunto de recursos y organizacional.

Cuando me retiro, le digo que así como en cualquier capital del mundo hay una sucursal de las hamburguesas del payaso, también hay una rata noruega. ¿Será que perderemos tanta biodiversidad que a cada lugar que uno vaya va a ver siempre los mismos animales y plantas? Ernesto ríe. “Incluso nosotros exportamos invasoras. Nuestro mejillón Mytella charruana está ocasionando estragos importantes en Estados Unidos. Nuestra planta acuática y córnea sudamericana, Eichhornia crassipes, también está generando problemas en otras partes del mundo”, me dice, y los dos sabemos que este desastre es ocasionado por la especie más invasora de todas. Felicitaciones, Homo sapiens sapiens.