Todos los índices nos lo indicaban. Hasta el de las pruebas PISA. Pero faltaba uno. Y a las 5 en punto de la tarde el ministro salió de su reunión con los medios y los organismos internacionales, mostró el PBI a la población y salimos todos de lo más entusiasmados. Levantamos campamento. Los docentes pararon el paro. Los blandengues bajaron la guardia y enfilaron sonrientes. Se suspendió el día del centro. Los trenes entraron a andar. Obdulio se levantó de la tumba. El maestro pateó el carrito y se unió a la multitud. Las novias abandonaron a sus novios en el altar donde ya habían sido abandonadas por ellos que al ver a los invitados rajar, también rajaron. Todos con una sonrisa parabrisas iluminada por la luz salvadora del porvenir. Los coles dieron asueto indefinido. Hasta los borrachos del centro de la ciudad se despabilaron y abandonaron el fondo de sus cajas. Los perros cimarrones, las luces malas, los ingleses que fundaron el CURCC, los franceses que fundieron el gas, los finlandeses que forestaron y se fueron. Hasta en Rocha se movilizaron. Los niños formados en fila con cara de escarapela, la rompieron y salieron tras sus madres que corrían con fuentes de pascualina y tortas de fiambre. Uno de los que iba adelante abrazó el busto de Artigas y esa energía patriótica animó a las masas que corrían detrás de él. Jamás visto. Un tataranieto de un tataranieto de uno que estuvo en el de 1811 se sintió repitiendo una epopeya épica de la cual el tatarabuelo de su tatarabuelo estaría orgulloso. Las más coquetas salieron de las peluquerías a medio peinar. Las ovejas a medio esquilar. Los bovinos a medio ordeñar. La ropa a medio tender. La murga se bajó en el popurrí. Los trucos recién entrando a buenas. Tres cruces explotaba. El aeropuerto no daba abasto; tuvo que reabrir Pluna, quién iba a decir. De Buenos Aires llegaron cientos de buquebuses. Uruguayos de todas partes del mundo para sumarse al gran evento épico.

–¡Vamo y vamo! –gritamos los orientales que íbamos adelante.

–¡Y vamo! –contestaban los de atrás.

Y de repente un botija, de voz finita pero mucha calle, de esos que si hubiese salido la baja estaría adentro, mete freno de mano, y mirando al horizonte articula:

–Bo, ¿a dónde estamos yendo?

De a uno fuimos deteniendo el paso, cambiando la cara, cada uno a su forma, a su velocidad. Yo lo hice como quien no se acuerda si dejó cerrado el gas o no. El presidente de la Asamblea General como qué hago yo acá quiénes son ustedes. El maestro como dónde está mi carrito. Todos fuimos perdiendo ese entusiasmo inicial, y dudando. Nos vimos. Vimos hacia atrás, luego vimos hacia el horizonte, y le respondimos al botija a coro:

–¿Y yo qué sé?

Y ahí mismo, en ese mismo sitio y con gran orgullo, quedó fundado: ¿el Uruguay del futuro?