Para envejecer, la única condición es estar joven. El asunto es encontrar dónde está la línea divisoria entre la juventud y la vejez, algo que puede ser meramente subjetivo. El otro día, alguien dijo que mi tía Olga era joven, con sus 72 años, pero mi hija de 15 me dice que soy viejo. Y la última vez que me paró la Policía, yo protesté diciendo “ser joven no es delito” y uno de los policías, mientras me revisaba la mochila, me dijo, despectivamente, “vos ya no sos joven”. Tal vez uno tenga algún indicio de que ya no lo es tanto (que te digan “señor” en la calle botijas cada vez más grandes, las resacas ya no son las mismas), pero no la confirmación. Por eso, si usted sospecha que podría estar envejeciendo, lea el siguiente informe, porque efectivamente podría estar haciéndolo si detecta en su vida alguna de estas señales:

Cuando le decís a tu hijo que deje de mirar el spinner todo el día como un boludo y con las patas arriba de la mesa y le preguntás si no tiene nada mejor que hacer, como ir a ocupar el liceo en reclamo del 6% para la educación, por ejemplo. Y le contás por cuadragésima vez, mientras él revolea los ojos, sobre la rebelión juvenil de los 90 y cómo conociste a su madre en la ocupación del IAVA, y que si no fuera por esa ocupación él no estaría allí, boludeando con esa porquería.

Cuando te sentís un hacker porque al fin terminaste de entender cómo funciona bien Gmail y aprendiste a organizar una buena carpeta de música, y viene tu hija y te dice que el correo electrónico ya no se usa más y además te pide que borres la carpeta de música porque ocupa mucho espacio en el disco duro y necesita espacio para descargar una cosa (que no entendiste qué es) porque, de última, toda la música está en Youtube.

Cuando encontrás a tus hijos robándote la marihuana estatal de la mesa de luz (y no te preocupás mucho, total no pega nada y más pelotudos de lo que son no van a quedar) y les empezás a contar que cuando vos tenías la edad de ellos, si los milicos te agarraban con un finito “así” te ponían una zapatería en el orto, y que también te ponían una zapatería en el orto si no tenías el finito pero andabas sin la cédula arriba, aunque también te la ponían aunque tuvieras la cédula y al final de todo todavía les tenés que terminar explicando que no, que esa no era la época de la dictadura, que fue bastante después, que no sos tan viejo.

Cuando te cruzás con un punky de 18 años con una remera de La Polla Records recién planchadita y un pantalón que se compró ya roto en el shopping y te bardea con la misma canción de Todos Tus Muertos con la que vos bardeabas a los adultos en los años 90: “¡Viejos de mierda muéransen, arruinaron mi futuro!” (además de atrevido, retro el guacho…). Y te saca la lengua o te pone un gargajo, todavía.

Cuando escuchás a tus hijos decir todo el día “qué paja que tengo”, “me da paja”, o sencillamente “paaajaaaaa” y te dan ganas de agarrarlos con un palo en el lomo, tirarles un balde de agua fría y someterlos a sendos boleos en el culo, pero te acordás de que uno de los grandes logros de los gobiernos progresistas fue la Ley 18.214 (ley anticoscorrón, como se le llamó), y te arrepentís de haberlos votado y empezás a juntar firmas con un sector de la Iglesia Católica para derogar dicha ley y que se legalice el viejo y ejemplar castigo de arrodillar gurises sobre granos de maíz hasta que les sangren las rodillas y se les vaya la “paja”.

Cuando te vas de Asamblea Uruguay porque te queda chico y te integrás al Partido de la Gente, tras una exitosa carrera profesional que te consolidó económicamente, luego de que terminaste la facultad y dejaste de militar en la Juventud del PCR, tu padre vio que maduraste, movió sus influencias y te consiguió un puesto jerárquico para el cual tuviste que cambiar el morral por el maletín. Y desde entonces te dedicás a denunciar en Twitter a la “mafia de los cuidacoches”.

Cuando recordás a tu abuelo cuando decía que “antes todo era mejor” y le das la razón, porque te acordás de lo divertido que fue en tu niñez pegar figuritas con cascola, venir corriendo de la escuela a mirar la única media hora que había en todo el día de dibujitos animados en aquellos televisores blanco y negro que solo tenían cuatro canales o jugar guerrillas de orejas de negro en la plaza porque no había internet; pero ahora, si se te corta internet, llamás a tus hijos para que te solucionen el problema antes de que te venga un ataque.