Volvemos a ser tapa en los medios del mundo. Esta vez por obra y gracia de César Monteagudo, un emprendedor oriental que con tan sólo 64 años logró descubrir un mecanismo para sopesar las acciones éticas de nuestros gobernantes y ciudadanos corrientes.

“Desde la puesta en funcionamiento de este mecanismo revelador ya nadie podrá pasar inadvertido en su repudiable actuar que riñe con nuestra sana moral y las buenas costumbres”, sentenció uno de los promotores de este emprendimiento mientras le ordenaba a su hijo que se calle, que estaban hablando los adultos.

Esta invención dotada de tan ambicionado filtro moral está propiciando la transformación de varios de nuestros símbolos: un grupo de vecinos de Punta del Este, por ejemplo, ya está elaborando un proyecto a elevarse al municipio para poner los dedos de la Brava señalando a los visitantes, como señal de que ya no nos van a agarrar de giles.

No es la primera vez que en nuestro país se presenta un servicio con este noble propósito. En 2013, tres bachilleres de la ciudad de Sauce idearon una aplicación virtual que tomaba como patrón ejemplar el accionar de nuestro héroe máximo, Don José Gervasio Artigas. La app medía las acciones de una persona contrastándolas con las del caudillo que con su busto engalana y custodia todas nuestras escuelas y juzgados. Fue una etapa difícil para la localidad. Mucha justicia a punta de lanza, fugas al Paraguay, bagayos e incestos fueron celebrados y estimulados fervientemente por todos los ciudadanos. La aplicación no llegó a durar una semana. Se eliminó rápida pero sigilosamente de todos los soportes digitales para no desprestigiar tampoco al héroe, porque al momento no se vislumbra una alternativa de talla, ni hay bronce para tanto nuevo monumento.

Pero el mecanismo que ideó Monteagudo es exitoso por su simpleza: consiste en interpelar al acusado con una pregunta sobre su accionar (ejemplo: “¿Vos libraste esos cheques?”) y luego de la respuesta –negativa, seguramente– del interpelado, se desliza la yema de nuestro dedo índice rozando su rostro desde el punto superior medio de su frente hasta hundirse en su ombligo. Si el acusado no se mostró risueño en todo el recorrido digital, entonces se dictamina que no cometió falta ética alguna. Si no pudo detener la sonrisa pícara, la risa o la carcajada malévola, es claro que es culpable de la acción que se le incrimina y deberá esperar la reprimenda, primero de las redes sociales y ecos del lector, y luego del martillo justiciero de nuestra ley, que para eso la tenemos.

“Es increíble cómo una acción tan simple, en tiempos en que estamos aguardando el arribo de la internet de todas las cosas, pueda dar una sentencia tan clara e irrefutable”, señaló un juez de 4° Turno mientras apagaba un pucho en un tacho que decía “orgánico”.

Como todo mecanismo a prueba, ha tenido sus primeros desaciertos mínimos. Esta semana, el hijo de un panadero en Treinta y Tres fue detenido a la salida del jardín acusado de haber orinado el maletín del alcalde. Al ejecutársele el Eticómetro, no pudo contener la risa a la altura del plexo solar, y por eso estuvo a punto de ser sentenciado a tres días sin merienda (sentencia concordante con su edad), de no ser porque esa noche aparecieron videos en Twitter que muestran que el culpable había sido un diputado opositor enfrentado con el alcalde desde hacía meses. Pero más allá de algún desajuste, este mesías de la moral ya está listo para ser usado por cualquier ciudadano comprometido con la dignidad.

Ahora sí podremos alardear, siempre con la humildad que nos caracteriza, de que hemos recuperado la alta vara ética que había caracterizado a este país. Claro, hoy en día no va a faltar quien utilice esta vara como tutor para alguna sativa en crecimiento. Y los conservadores se lo tendrán que fumar. Así es Uruguay.