Sérgio Fernando Moro, el juez brasileño que condenó a Luiz Inácio Lula da Silva, anunció el jueves que aceptaba ser el futuro titular del Ministerio de Justicia de su país (con competencias en materia de seguridad pública), como le propuso el presidente electo, Jair Bolsonaro. La noticia merece algunas reflexiones.

Moro es una figura muy controvertida. Esto sería esperable por el solo hecho de haber enviado a Lula a la cárcel, pero el juez pone mucho de su parte. Hace tiempo que es evidente su búsqueda de notoriedad, y han sido muy polémicos sus criterios doctrinarios y operativos. Entre ellos, el de invertir la carga de la prueba en procesos relacionados con corrupción, de modo que es el acusado quien debe probar su inocencia; el uso en gran escala de delaciones premiadas como base de sus decisiones; la filtración de grabaciones y otros elementos incriminatorios a medios de comunicación; la preferencia por conducciones a declarar sin intimación previa ni presencia de abogados (practicadas 227 veces por el grupo de tareas de la Operación Lava Jato en Curitiba, antes de que el Supremo Tribunal Federal las prohibiera); o su intervención irregular, cuando estaba de vacaciones en Portugal, para bloquear la decisión de otro juez, que había dispuesto la liberación de Lula en julio de este año.

Todo lo antedicho y unas cuantas cosas más determinaron que las opiniones acerca del magistrado estén muy polarizadas. Una parte de los brasileños lo exalta como un héroe de la lucha contra la corrupción, decidido a enfrentarse con poderosas fuerzas económicas y políticas. Otra parte lo señala como un actor político dedicado a impedir que Lula volviera a ganar la presidencia, primero intentando desprestigiarlo y luego, cuando esto no dio resultado, condenándolo sin suficientes pruebas por la presunta recepción como coima de un departamento. Que Moro haya decidido desempeñarse como ministro de Bolsonaro inclina la consideración de lo probable hacia la segunda hipótesis.

El proceso que determinó la condena contra Lula fue uno de muchos iniciados contra él, y las acusaciones contra Lula no son, por supuesto, las únicas que Moro manejaba en el marco de Lava Jato. Sin embargo, el juez ha decidido dejar atrás todas las tareas a las que se preciaba de estar dedicado casi por completo. Realmente se puede pensar que, una vez que Lula quedó impedido de postularse y el Partido de los Trabajadores fue derrotado en las urnas, el entusiasmo de Moro por los casos que tenía en sus manos disminuyó en forma brusca. Por otra parte, que acepte pasar a la actividad política bajo el mando de Bolsonaro dice mucho sobre su ideología y su compromiso con la democracia.

Es peligroso que los jueces sean vistos como figuras estelares en el presunto saneamiento de la política partidaria, y más peligroso aun que actúen alineados, de modo más o menos encubierto, con objetivos políticos partidarios. Entre otras cosas, por la sencilla razón de que eso los invalida como jueces. Algunas farsas terminan en Brasil, pero no hay motivos para alegrarse por eso, ya que todo indica que se avecinan tragedias.