Antes de avanzar en este camino, conviene apelar a las definiciones. El analista Carlos Álvarez, que trabaja en la empresa Idatha, reconoce que es un “tema complejo de abordar”. “Cuando hablamos de IA hacemos referencia a una máquina que puede aplicar funciones cognitivas similares a las de un humano”, a partir de la introducción de complejos algoritmos, que les permiten llevar a cabo esos comportamientos solicitados. “Una definición sencilla de IA es: inteligencia puesta por máquinas”, establece el ingeniero Gastón Milano, gerente desarrollador de Genexus, quien agrega que aplicaciones de esas características están presentes desde los años 70. Para Álvarez, la IA “es una ciencia viva”, porque “hoy forman parte de la IA disciplinas del conocimiento que hace cinco años no existían”.

Al igual que ocurre en otros sectores de las tecnologías, el ingreso de “grandes jugadores” –IBM, Amazon, Google, Microsoft, SAP– al campo de la IA ha facilitado el acceso a las plataformas que permiten que los desarrolladores locales “caminen sobre ellas con sus aplicaciones”. El ingeniero Benjamín Machí fundó Idatha junto a cuatro colegas hace menos de cuatro años, y desde entonces, observa cambios acelerados en ese sector. “Una de las cosas que cambiaron es la disponibilidad de plataformas que aplican para este tipo de tecnologías que permiten que personas sin mucho conocimiento de programación puedan generar sus aplicaciones, obviamente que con sus limitaciones”. “El acceso a estas tecnologías está cada vez más abierto y disponible para todo el mundo”, añadió.

Por su parte, el ingeniero Eugenio García, product manager de Genexus, explicó que los creadores uruguayos de aplicaciones de IA “nos integramos a plataformas que ya existen”.

Carlos Álvarez: Tres vectores

“Se ha conformado una tormenta perfecta, entre el avance de la IA, el avance de lo que se llama ‘internet de las cosas’, en la que estamos llenos de sensores visuales, de velocidad, de todo tipo, que están aportando datos de lo que está pasando en el mundo, y la capacidad de cómputos que hay en la nube. Esos tres aspectos hacen posible hacer ciertas cosas que antes eran imposibles, como que empresas con dos personas arranquen una idea como una semilla y puedan revolucionar diferentes dominios empresariales”.

Para García, tanto “privados” como “la academia” deben apostar a formar gente para el desarrollo de estos conocimientos. “Tenemos las capacidades para hacer uso de las plataformas y llevarlas a cosas concretas”, pero “hay muy poca gente preparándose para desarrollar algoritmos por cuenta propia”. “Falta formación y oferta académica en las distintas facultades, y la IA es un área que seguirá creciendo dentro de las tecnologías de la información”.

Las aplicaciones

Las plataformas disponibles en el mercado permitieron que las empresas locales avanzaran en diferentes áreas: “machine learning, deep learning, procesamiento del lenguaje natural que permite que las máquinas comprendan lo que los seres humanos vivimos, y computer vision, que hace que las máquinas puedan comprender lo que aparece en las imágenes y en los videos. También se ha avanzado en el reconocimiento de voz, que permite que una máquina pueda escuchar y responde”, indicó Álvarez.

Gastón Milano, ingeniero y gerente de investigación y desarrollo de Genexus, explicó que los clientes “nos piden estar un paso adelante, previendo lo que va a pasar. Piden un seguro tecnológico, que les aportemos soluciones a problemas reales que, con el tiempo, se van superando de diferente manera”. “Hoy la IA es una forma de resolver problemas viejos de maneras nuevas”. A modo de ejemplo, señaló que Genexus desarrolla una aplicación para una metalúrgica que se abastece de chatarra y que estaba siendo perjudicada por el empleado encargado de cotizarla. “Desarrollamos una herramienta para hacer un reconocimiento de las chatarras que compran a través de fotografías. Se entrena un motor de inteligencia artificial con muchas fotografías, diciéndole cuántos elementos –cobre, plomo– hay en esa chatarra, y después se le suministra una nueva foto diciéndole los porcentajes de cada uno de ellos”. Posteriormente, el propio sistema se encarga de fijar el valor de esa mercadería.

Álvarez, en tanto, explicó el funcionamiento de aplicaciones que brindan información a marcas comerciales y a dirigentes políticos sobre lo que se dice de ellos en las redes sociales. “A partir de la información obtenida, tratamos de entender lo que se dice, cuáles son las objeciones, cuáles las cosas a favor; eso es un análisis básico. Después, las marcas y los políticos intentan saber qué tipo de personas son o de qué zonas, y eso es extremadamente complejo”. “Nosotros podemos ayudar a comprender qué cosas están pasando, pero de ninguna manera con este tipo de herramientas podemos decirles que si dicen determinada cosa o se comportan de determinada manera, sucederá determinada cosa que llevará a la gente a votarlo”. En este caso, la herramienta de IA “es un insumo, como puede serlo una encuesta”, estableció. Las herramientas que permiten la lectura de imágenes sirven “para leer rostros y detectar si una persona está triste, y también para analizar imágenes clínicas y detectar cáncer de piel, por ejemplo. La tecnología es la misma, aunque cambie la aplicación”. “Se puede estudiar el tránsito, el comportamiento de las personas al conducir o entender cómo se ve afectada la conducta de ciertos animales. Toda la información se analiza y se procesa, hay gente trabajando en diferentes áreas y cada vez se aplican más para mejorar resultados y comprender lo que está sucediendo”, acotó Machín.

Mito y realidades

Quienes trabajan en IA deben establecer un límite “entre lo real, lo que tenemos, lo que se proyecta y aquello que realmente no existe”. “Nosotros no podemos detectar todas las fallas que una máquina puede tener, porque, a priori, no conocemos ese universo de posibilidades y no podemos predecir todos los imprevistos”. “De esa magia que hay detrás de la creencia de que todo se puede hacer a través de la IA, aplicando algoritmos, estamos bastante lejos”, advirtió Álvarez.

No obstante, resulta evidente que “los avances exponenciales” de la IA provocarán que algunas actividades que hoy realizan los humanos serán realizadas por máquinas, lo que acarreará la desaparición de puestos de trabajo. Abundan, por todos lados, ejemplos para demostrar esa presunción. “Cualquier trabajo que hoy resulte automático y metódico está en riesgo”, subraya Milano. “Debemos saber cambiar, y la base está en la educación. ¿Podemos tener sujetos autónomos en el agro, haciendo cosas que hoy hace una persona? La respuesta es sí. Pero si vos me preguntás: ¿puedo disponer de la IA para que me haga un programa de televisión entretenido? No sé, porque ahí hay que poner cabeza”.

Gastón Milano: Conocer el dominio

“Para resolver un problema lo último que hay que ser es matemático, porque vienen los programas prehechos y podemos utilizarlos. Por tanto, hoy más que de un juego de ingenería se trata de un juego de combinaciones de saberes que están disponibles. Entonces, en un equipo hay ingenieros que saben de IA, pero también hay programadores comunes que saben integrar servicios, y de repente un muchacho que realizó Jóvenes a Programar de Plan Ceibal puede participar en estas experiencias sin saber cómo está hecha la IA. Y lo más importante de todo es la persona que conoce el dominio en el que se va a implantar la solución, que puede ser un técnico o un ingeniero agrónomo si hablamos de temas vinculados al campo, o de un médico, cuando se investiga sobre imágenes radiológicas”.

Las actividades creativas o que impliquen la puesta en escena de “valores” todavía están lejos de ser resueltas por las máquinas. Si bien la tecnología permite identificar tumores cancerosos, “si vos le pedís a una herramienta de IA que cure esa enfermedad, capaz que toma la decisión de matarnos a todos, porque lo que ella debería hacer es eliminar el cáncer, pero yo no le di a ella lo que es el valor de la vida, que es algo intangible”. “Deberían crearse más puestos de trabajo en áreas creativas, en la invención de cosas que difícilmente pueda realizar la IA, porque sus límites están en lo emocional, en lo creativo”, subrayó.

Actualmente, los modelos de IA “conocen un mundo muy chico, que es lo que nosotros le damos, el cual programamos”. “Cuando aparezcan modelos más avanzados, que puedan interactuar, que sepan que hay otros seres aparte de ellos, ahí estaremos hablando de otra evolución, de otro tipo de máquinas, que tendrían emociones, pero me parece que estamos súper lejos de eso”. “Al final, son máquinas; quienes las creamos somos nosotros, y el resultado de lo que acontezca con ellas será responsabilidad de nuestra moral y ética, ya sea en su uso, como también en aquello que hagamos como sociedad, porque no podemos dejar a todo el mundo fuera del mercado de trabajo, ya que generaríamos problemas mucho mayores que aquellos que buscamos resolver”, concluyó García.

Gol al futuro

Si el avance de la tecnología sensorial logra detectar las expresiones de los rostros humanos, ¿por qué razón aún no se ha colocado sensores en los arcos de fútbol que pongan fin a las discusiones sobre si una pelota pasó o no la línea de cal?, preguntó la diaria a Milano. “En realidad eso existe, porque hay sensores para todo lo que imagines. En este caso, sería algo muy similar al “ojo de halcón” que se utiliza para el tenis. Pero en este tema ingresa la cultura del deporte y la magia que se perdería en el fútbol si se utilizan esos dispositivos”, respondió.

Dentro de esos límites que establece la cultura, Milano añade “el acostumbramiento a trabajar con promedios”. “En el caso de la vitivinicultura, calculamos cuánto será el promedio de uva que obtendremos para la producción de vino en determinado territorio. Lo que se estila es agarrar diez muestras y calcular un promedio. Pero en realidad ahora podemos sacarle fotos a todo el viñedo y calcular, uva por uva, cuánto exactamente podremos obtener”. Asimismo, “ahora, que hay discusiones sobre qué cantidad de gente asiste a una movilización o a un acto, estoy seguro de que se pueden contar la cantidad de personas que asisten”. “No discutamos más, hagámoslo”, propuso.

Tesla: el auto fantástico

Por las calles de Montevideo transitan un par de vehículos que se conducen solos. Orlando Dovat, presidente de Zonamérica, adquirió uno de los primeros Tesla que llegó a Uruguay, según lo difundió el propio empresario en su cuenta de Twitter en noviembre. El vehículo, modelo S P90D, tiene una autonomía de carga en sus baterías eléctricas que le permite recorrer 500 kilómetros. El Tesla puede ser encendido a distancia mediante una aplicación de teléfono celular. Cuando está en marcha, el automóvil respeta los destinos trazados, al igual que lo hace con las distancias que lo separan de otros vehículos que recorren por ese camino y con las señales de tránsito. También se estaciona sin ayuda humana, ya sea paralelo o perpendicular a la calzada. Cuando está permitido, puede alcanzar una velocidad de 110 kilómetros por hora, aunque tiene la potencia suficiente para superar ampliamente ese rango. Viajar en uno de ellos se transforma en una experiencia difícil de olvidar.

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