La economía nos provoca, a muchos seres humanos, lo mismo que nos provoca el dentista: “No sé lo que me hace, y además sufro, pero no me queda otra que abrirle la boca y que me revuelva el comedor”.

Por eso, desde esta columna (que ahí arriba dice que es de humor pero en realidad es de Business Management y Liderazgo), nos pareció importantísimo identificar cuáles son los verdaderos desafíos para la economía nacional y mundial en este año. Pero como ya hay mucha gente para eso, acá vamos a contar una anécdota.

Economía, porta mal

En el año 2010 compré un perro. Con mi compañera en ese momento quisimos regalarle uno a nuestra flamante hija. El entusiasmo me llevó a invertir en lo primero que moviera la cola (y a no ver que hay un montón de perros sueltos gratis). El agraciado fue un cachorro labrador negro. Ahora había que ponerle nombre.

Ninguno nos conformaba. O porque era feo fonéticamente, o porque no era de perro, o porque ya había alguien en la familia con ese nombre y no queríamos ofendidos. Viste cómo son las familias. Así que decidimos verlo actuar, que su personalidad y gesticulación nos lo revelara; que se nombrara él mismo al andar.

Ladraba poco, eso redujo el material para la investigación. Hacía, sí, una especie de ruidito molesto, como de llorisqueo permanente. Empezamos a ver que lo único que quería de la vida era comer y dormir. Y cagar adentro. Era indiferente a los mimos y a los juegos clásicos de los canes como “a ver la patita” o “tráigamelo”. No parecía estar interesado en ser el mejor amigo del hombre. Al menos no de este.

También veíamos que crecía poco, pero en cambio comía como si se le acabara el mundo. De repente se hundía en profundas crisis de algo parecido a la angustia, y nos la contagiaba a todos (en casa somos feligreses de la empatía).

Un día, un contador amigo lo conoció al innombrado, y razonó en voz alta: “¿Se come todo lo que tiene adelante? ¿Siempre llorisqueando? ¿Nadie lo entiende? Parece la Economía”. Así que decidimos nombrarlo así: Economía.

“Economía, ¡venga!”. Y nada.

“Economía, ¡suelte!”. Y minga.

A veces le decíamos “Eco”, y había gente que creía que era “Ecología”. Y nosotros le decíamos: “¿Pero vos ves que le interese lo saludable? ¿Te parece sostenible? No. Es Economía, no Ecología. Mirá un poco”.

A los meses de estar en casa, empezamos a ver que su mote no sólo le calzaba justito sino que exhibía una increíble sincronicidad con el acontecer de la ciencia homónima a él, dentro y fuera de nuestro hogar.

Economía se trepaba a la mesa, lo bajábamos de un escobazo, y subía el precio de la canasta básica. Economía meaba en la biblioteca y nos comprábamos un plasma cada vez más grande y con más canales.

Un día le dio por subirse a la cama, y la llenó de pelos. Y mi compañera empezó a ahorrar en sexo; creo que tuvimos una relación de este tipo en tres meses de los largos.

El can había impregnado nuestro lecho con su ciega creencia en la escasez.

Lo terminamos regalando a una pareja de jubilados que parece que lo aman. Lo llaman “Negro”. ¿“Como el futuro de la economía nacional y mundial”, dirán? Ay, por favor, ¿qué tendrá que ver?