A diez kilómetros de La Paloma, en una fecha difícil de precisar por los actuales pobladores, se conformó una comunidad de pescadores sobre la margen sur de la Laguna de Rocha. Entre el océano Atlántico y ese enorme espejo de agua, al menos tres generaciones desarrollaron sus vidas, acompañados de chalanas y redes, en casas frágiles que aún continúan en penumbras.

Es marzo. La barra de arena que durante buena parte del año separa a la laguna del mar abrió paso hace varias semanas. Los camarones y langostinos bajan desde el norte, por el océano, para buscar albergue y comida en los fondos barrosos de las lagunas de Rocha, Castillos y Valizas.

Durante esta época del año los pescadores tienden sus trampas en las aguas sosegadas que contrastan con el potente oleaje oceánico que rompe a pocos metros de allí. Cada día, a media tarde, los botes enfilan hasta las estacas que sostienen a esos embudos de redes para colocar las linternas. Se pesca a la encandilada: las luces provocan que los bichos naden sin retorno hacia el interior de esas trampas. A la mañana, temprano, los pescadores recolectarán los camarones atrapados en el interior de las mallas. Más tarde, hasta la zona llegarán los intermediarios y les ofertarán entre 60 y 100 pesos por kilo, que son los precios que se han manejado en esta temporada. Unos pocos se arriesgan y prefieren venderlos directamente a los clientes que se acercan hasta ese lugar por un precio mayor: 250 pesos. La falta de luz eléctrica les impide tener freezer o heladeras; con el frío asegurado los pescadores podrían moverse con mayor autonomía a la hora de efectuar la comercialización.

La comunidad de pescadores de la laguna de Rocha está conformada por una treintena de viviendas muy próximas unas de otras. La casa de Pepe Lobato está un poco más alejada, casi al final del camino. Este hombre tiene 64 años y pesca desde que tiene uso de razón. Dice que aprendió a caminar adentro de la laguna. Hace muchos años ya, su padre llegó solo desde Maldonado hasta esa zona, donde conoció a una mujer oriunda de Valizas. Tuvieron 12 hijos. Los hermanos Lobato crecieron junto a los Perrino, los Ballesteros, los Bonilla y también con los Matos, que fueron los primeros en construir sus ranchos, recuerda Pepe. “Aquellos viejos hacían bacalao: se salaba el pescado y se vendía así en Montevideo y en Rocha... Se le dice bacalao, pero es pescado salado”, explica. En el extremo norte de la laguna, con entrada por la ruta 9, “había otra población de pescadores en el puerto de Los Botes, y esa gente se trasladaba hasta acá, venía a remo y a vela en las chalanas, traían una carpa y venían las familias completas. Traían cargas de sal y salaban el pescado, y cuando completaban el bote volvían para revenderlo”. Los hombres también pescaban en el mar, con aparejos, donde capturaban “tiburones, también para salar”.

Eterno aprendizaje | “Hay algo importante que no les conté todavía”, advierte Pepe Lobato mientras hace equilibrio en la punta del bote y revisa las trampas puestas en la laguna. “Yo aprendí a leer a los cincuenta y pico de años. Me enseñó la esposa de un amigo. Primero me mostró las vocales y las consonantes, y después me mandaba mensajes por el celular que yo debía responder. Y aprendí rápido. Escribía con algunas faltas, pero al poco tiempo la mujer me dijo que ya había aprendido”.

La pesca ha sido el sustento de esas familias, casi todas con muchos integrantes. Pepe nunca fue a la escuela: “Tuve la otra educación, la de mis viejos, que fue buena, porque todos los hermanos apuntamos para el trabajo y tenemos nuestras cosas”. Algunos de sus hermanos decidieron cambiar de ambiente y “otros quedamos acá y buscamos que las cosas sean mejores, pero siempre en nuestro lugar”.

Pepe recuerda que durante una época llegaron a vivir 50 familias junto a la laguna y que, cuando la situación “se complicó, solamente quedaron dos o tres pescadores”. “Ahora hay una población estable de 16 familias”.

Pesca artesanal genera “muchísimo trabajo”

De acuerdo a estimaciones realizadas “poco tiempo atrás” la pesca artesanal ocupa a cerca de 500 personas en el balneario La Paloma, casi 10% de la población de ese municipio, indicó el alcalde José Luis Olivera. “Es un sector que genera muchísimo trabajo que no se ve: son las personas que arman los palangres, quienes hacen y reparan los trasmallos o quienes hacen el fileteado, que incorpora valor agregado a la captura en la comercialización”. En la laguna de Rocha la pesca “tiene una importancia fundamental en la economía local, sobre todo en la cosecha del camarón”. “Estos pescadores han aplicado otras estrategias con la captura de otras especies, pero, según han dicho los especialistas, no es suficiente la biomasa existente para sostener a todas las familias. Ahora hay otros emprendimientos vinculados al turismo que están buscando darle otro sustento, y son estrategias de desarrollo económico local alternativas a la pesca”, valoró.

La vida en esa angosta franja ubicada entre el mar y la laguna siempre fue difícil. Lobato asegura que actualmente “tenemos más comodidades, pero antes era más linda, creo, quizás porque yo era más chico”. Desde hace varios años los pescadores no utilizan remos ni velas para la navegación. Tienen botes con motores fuera de borda y también cuentan con alguna camioneta o automóvil –bastante trajinados todos los que están a la vista– para trasladarse hacia otros lugares. “Se ha mejorado bastante en el sistema de vida, en la manera de trabajar también. Hoy hay motores, equipos de lluvia, botas, un montón de comodidades que antes no había, porque entrábamos descalzos al agua”.

También incorporaron pequeños paneles solares que les permiten cargar las baterías de linternas, teléfonos celulares, y las computadoras y tablets que utilizan los escolares y liceales que viven en el lugar y se trasladan diariamente hacia La Paloma a estudiar en vehículos que proporciona la comuna rochense.

El camarón del Pepe | Pepe Lobato es uno de los pocos pescadores de la laguna de Rocha que intenta vender directamente al consumidor. Los precios que fija están por debajo de aquellos que se encuentran en las ferias o en supermercados. “Los camarones los vendo a 250 pesos el kilo. Son buenos, son langostinos; entran 31 en cada kilo. En Valizas son mucho más chiquitos”, asegura. El kilo de pulpa de lenguado también lo vende a 250 pesos. Los filets de corvina, lisa y pejerrey cuestan 160 el kilo. En tanto, el kilo de corvina “para hacer a las brasas” lo comercializa a 120 pesos. Lobato prefiere “no hacer cuentas” sobre el dinero que invierte en cada zafra, “porque si las hago debería vender el kilo de camarón al doble” de lo actual.

Elsa, también oriunda de esa laguna, es la compañera de Pepe. La pareja tuvo seis hijos: cuatro varones, también pescadores, y dos mujeres cuyos maridos trabajan en ese mismo sector. “La pesca siempre fue nuestra forma de vida”, comenta. El desarrollo del oficio le ha permitido aprender “mucho del lugar y apreciar la libertad”, que “es total, para trabajar, para expresarse. Acá de repente dependemos de un comprador de pescado, pero no de un patrón. Yo nunca tuve un patrón, siempre trabajé con mi viejo, con mis hermanos, toda la vida. También tengo la libertad de extender la vista y mirar alrededor; se ve muy lejos y puede apreciarse la naturaleza”, añade.

Actividad desregulada

La zafra de camarón ha “decaído muchísimo durante los últimos años”. La ausencia de un organismo regulador –como fue Industrias Loberas y Pesqueras del Estado (ILPE) durante los años 70 y 90– permite que los intermediarios sean los encargados de fijar los precios. “ILPE manejaba y era el concesionario de la laguna. Daba los permisos de pesca y compraba toda la producción. En ese momento no había especulación, estaban los precios regulados. Cuando cayó ILPE –con la aplicación de la Ley de Empresas Públicas aprobada durante el gobierno de Luis Alberto Lacalle (1990-1995)– las zafras de camarón dejaron de ser zafras, para nosotros al menos, porque prácticamente no es rentable pescarlo”.

Actualmente la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara) controla la actividad pesquera, aunque no fiscaliza los precios de las capturas, según Lobato. “Este año se deben haber sacado 30 toneladas de camarones, pero al haber tantas personas pescando, se reparte. Es demasiada la gente que viene a pescar desde otros lugares. Del pueblo ya queda poca cosa. Llegan personas que durante el año tienen otros oficios; hay personas que tienen permisos y los arriendan. El pescador puede entrar con 10 trampas para el camarón, pero algunos usan 20, 50 o 70. Es un descontrol”, subraya.

Lobato también lamenta la cantidad de estacas que no fueron retiradas una vez finalizadas las cosechas y han quedado clavadas en la laguna. “Eso le hace mucho mal a la laguna, y nos hace mal a nosotros por el sentimiento que provoca, porque hubo mucha gente que cuidó a la laguna y hoy tenemos que admitir que gente venga de afuera a destrozar. Hay reglamentos, hay leyes, pero no se cumplen porque no hay autoridades para hacerlos cumplir”, establece.

A principios de este siglo se formó una asociación de pescadores de las lagunas de los departamentos de Rocha y Maldonado que firmó acuerdos con organismos nacionales e internacionales para mejorar las condiciones de los trabajadores. Pepe formó parte de esa agremiación. “Se pidió ayuda para instalar la energía eléctrica, pero se trajeron paneles solares, generadores a combustibles, y no son cosas que den resultado. Acá no quedó nada. Nunca quedó plata para mejorar la vida de los trabajadores. La plata se gastó en los sueldos de los técnicos que trabajaban en esos proyectos”.

Lugar protegido

En 2010 la laguna de Rocha “ingresó al Sistema de Áreas Protegidas. Eso implica estar en ese circuito y que se deban tomar medidas de gestión y control ambiental para la promoción del lugar y cumplir con una serie de protocolos para promocionarla. El Municipio de La Paloma tiene representación permanente en esa comisión y estamos tratando de participar activamente en la gestión. Queremos llevar adelante una larga reivindicación de los vecinos, que es la regulación del asentamiento con las herramientas más pertinentes, como puede ser la compra de esos solares donde habita esa veintena de familias”, comentó el alcalde José Luis Olivera. El área que circunda los 72 kilómetros cuadrados que comprende al espejo de agua es privada; las calles del fraccionamiento, las tierras ubicadas sobre la ribera, donde viven esas familias, y la propia laguna, son dominios públicos.

El modelo de pesca artesanal también asegura la conservación de las diversas especies marinas, asevera. “Acá, entre toda la población sacaremos 30.000 kilos de corvina en un año, que es la cantidad que un barco mata en un rato. Y acá somos 16 familias viviendo de esa cantidad de pescado”.

Trabajo solitario

En la laguna de Rocha la pesca se lleva a cabo “muy en solitario”. “Ahora no hay mucha comunicación en el trabajo, aunque la hubo. La relación entre los vecinos es buena, sin problemas de ninguna clase, pero cuando se entra a la laguna cada uno es cada uno”.

Olga Lobato (57), hermana de Pepe, y el Colorado Rodríguez (55), comparten sus vidas desde hace años, pero ingresan con botes diferentes a la laguna. “Yo soy nacida y criada acá. Estuve fuera muy poquito tiempo, pero regresé porque para mí este lugar es todo, no hay ningún lugar como este”, dice Olga. “Esto no es un pueblo, es un lugar de trabajo. Y el trabajo que yo hago, como dependo de mí, lo hago con gusto”. Al igual que acontece con su hermano y con su marido, Olga no recuerda su primer día de pesca. “Con mis hermanos ayudábamos a mi padre con las redes de cincha”, que hoy están prohibidas.

Hermano orgulloso | A Pepe Lobato le divierte relatar las vivencias de su hermana Olga. Cuenta que hace unos años la mujer domesticó a un ternero y cabalgaba sobre él por la costa de la laguna de Rocha. Olga siente fascinación por los caballos, y con ellos ha trabajado como tropera en campos vecinos cuando la pesca ha mermado. Ella también ha sido cazadora de chanchos jabalíes, asegura su hermano.

Olga no olvida la escasez de recursos que marcó su infancia. “Había mucha necesidad de cosas. Nosotros comíamos la fruta que salía en la playa: naranjas, manzanas que caían desde los barcos que venían al puerto de La Paloma. Una vez tiraron cajones completitos y sellados de naranjas. Fue impresionante la cantidad de naranjas que salieron”. Olga conoció La Paloma a los diez años, “cuando empecé a andar sola a caballo”.

Madre de cuatro hijos, “de grande” decidió tener bote propio. “Yo tengo compañero, pero aparecen las diferencias: que uno quiere pescar para un lado y otro para el otro, entonces empezamos a separar los materiales. Él arma sus materiales y los va ubicando como él quiere, yo a la manera mía. Hacemos un conjunto, pero variamos en el tema del lugar. Él pesca con su chalana y sale a la hora que él quiere, yo pesco a la hora que yo quiero, y así nos manejamos”.

Al caer la tarde, Olga y el Colo preparan las linternas que colocarán en sus respectivas trampas. El hombre se da cuenta de que le faltan un par de luces y se las pide prestadas a su compañera. Ella escucha, sonríe y las cede sin hacer problemas. “Miren: atrás de las luces les puse una L, de Lobato; él les puso Colo”, dice a los visitantes. El hombre coloca todas las linternas en un balde y camina rumbo a su bote. Olga, divertida, observa partir a su compañero.

La mujer retoma la conversación sin dejar de mirar hacia la laguna. “Yo siempre estoy pensando en la pesca. Mis hijos son pescadores. Uno está en Valizas y es comprador de pescado, aparte. Es guapísimo, le encanta la pesca. Desde que tiene 12 años se ha dedicado solo a vender pescado y a pescar. De chico llevaba pescado a lo López, a Montevideo, y ahora anda solo”, relata, orgullosa.

Cuando comienza la zafra del camarón los pescadores se lanzan “a ganarse los espacios en la laguna”. “El primero que se avispe, que le dé la inteligencia, tiene el mejor espacio. Esto es como el tránsito, porque hay pequeñas barritas de arena en la laguna, [entonces] hay calles principales y otras que están medio jodidas, porque el camarón va moviéndose”.

El negocio del camarón

Si bien es un manjar para muchos que gustan de los productos del mar, el camarón no tiene mucho peso en el panorama de la pesca uruguaya. En el último informe público de la Dinara, el Boletín Estadístico Pesquero 2015, el camarón no figura en ninguna de las estadísticas de captura en nuestro país, salvo que esté incluido en la incómoda categoría “otros”. El pez con menor captura artesanal en la lista es el gatuzo, del que en 2015 se capturaron 176 toneladas. En el campo de las exportaciones el camarón se encuentra dentro del grupo de los crustáceos, que exportaron 458 toneladas durante 2015. No se determina cuántas de esas toneladas corresponden al camarón y cuántas a cangrejos, pero sí se consigna que ese año las exportaciones de toda la categoría cayeron 33% en toneladas y 14% en precio. En la lista específica de especies el camarón no tiene renglón propio, pero sí lo tiene el cangrejo rojo, que exportó 458 toneladas. Por tanto, de estar bien hechos los números, podría concluirse que no hubo exportaciones de camarón ese año (ya que se exportaron 458 toneladas de crustáceos y todas fueron de cangrejo rojo). Sin embargo el camarón sí tiene un renglón propio en las importaciones. Se importaron en 2015 220 toneladas de camarón a un precio promedio de 7.946 dólares la tonelada. Dentro de las especies importadas el camarón representó sólo 5%, superando al mejillón (2%) y al calamar (3%) pero bastante lejos del salmón (18%) y del atún (27%).

Olga termina de ordenar sus materiales, detiene el relato y emprende el camino hacia el agua. Levanta el ancla y cincha del cabo del bote mientras camina unos cien metros, hasta que la profundidad de la laguna le permite bajar el motor y encenderlo. Sube a la chalana y navega hasta sus trampas. Apaga el motor, sujeta el bote a una de las estacas y desciende al fondo barroso. “Es llanito”, dice con el agua en la cintura. Para Olga su trabajo no demanda “mucha fuerza física”, aunque “ahora, con los años, se complica un poco”. “Hay que enterrar las varas de las trampas para que no se arranquen con facilidad. Pero el tema más complicado no es clavar la vara sino arrancarla, porque queda apretada contra el fondo de la laguna. Yo las arranco con el motor girando alrededor de ellas, pero da trabajo, eso es lo peor. Yo pienso que cualquier persona lo puede hacer...”, agrega. Olga cuenta que sus vecinas se dedican al fileteo y a la limpieza del pescado, y otras se han especializado en la gastronomía y atienden un pequeño restaurante a la orilla de la laguna.

Dentro de un mes Olga cambiará: dejará las trampas y comenzará a utilizar las redes, también dentro del espejo de agua. “Ahora estamos con el camarón, pero no tengo problema con ningún tipo de pescado”. La mujer también prueba su suerte en el mar. Allí, con cañas y reeles, ha atrapado ejemplares impresionantes. “Saqué un lenguado de 13 kilos, no me olvido más de ese pique”, y “chuchos grandes, como de 30 kilos, y una corvina negra de 15 kilos”, enumera.

Los hermanos Lobato no podrán elegir una fecha precisa para abandonar las mojaduras. “Yo nunca me afilié a la caja de jubilaciones. Trabajé muchos años para ILPE y vendí pescado a muchas personas. Si quisiera jubilarme tendría que juntar testigos, pero debería ir al cementerio a buscarlos. El día que esté muy jodido quizás me den una pensión. Yo no sé cuándo voy a salir del agua y tampoco me acuerdo del primer día que entré a la laguna”, remata Pepe.

Camarón regulado

La captura del camarón está regulada por la Dinara, organismo que se encuentra en la órbita del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca. La normativa vigente data de marzo del año pasado y establece, entre otras cosas, los siguientes puntos: • Regula la captura del camarón de la especie Penaeus paulensis, aunque el nombre correcto de la especie que se comercializa, el camarón rosado, es Farfantepenaeus paulensis. Sin embargo, como bien demuestra un estudio realizado en la Laguna de Rocha sobre la zafra de 2014, en las trampas utilizadas aparecen otras especies, como el camarón siete bigotes (Artemesia longinaris), o camarones de especies del género Palaemonetes (Palaemonetes sp), uno de los cuales, según consigna el trabajo, es “posiblemente tóxico”, además de peces, moluscos y otros crustáceos. • Fija en 10 gramos el peso mínimo individual de cada camarón para captura, transporte y comercialización. • Permite sólo 10 trampas para “pescadores de tierra o pescadores artesanales que tengan como área de pesca el cuerpo de las lagunas costeras salobres”, por tanto, es la normativa que aplica para la Laguna de Rocha. • Establece que el tamaño de las mallas de los artes de pesca, exigiendo que el mínimo entre nudos contiguos sea de 10 milímetros, o de 20 milímetros entre nudos opuestos con la malla sin estirar. • Determina que para la captura de camarón el permisario podrá usar sólo una red de arrastre de playa para camarón, quedando prohibido el arrastre con ayuda de embarcaciones. • Prohíbe pescar camarón en las bocas de las lagunas de Rocha, así como en un corredor de 100 metros de ancho y 7 kilómetros de largo, comenzando en la boca de la Barra con orientación Noreste. • Indica que las otras especies acuáticas de peces y crustáceos juveniles retenidas incidentalmente deberán ser liberadas vivas, así como también las hembras con huevos de cangrejero azul y sirí.

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