Desde que surgió en 2011, con la colección Desolvidados, que se proponía rescatar textos de poetas uruguayos y llevarlos al formato de libro-álbum, la editorial ¡Más Pimienta! ha recorrido un camino cuyas señas de identidad son reconocibles: siempre volcada al libro ilustrado, mantuvo como características el cuidado editorial, el tiempo –en las antípodas del apuro– empleado en la elaboración minuciosa de cada libro y la atención puesta en los detalles. Por otra parte, Susana Aliano Casales, alma máter de la editorial, si bien nunca abandonó el timón de la edición, comenzó a transitar el camino de la autoría, que inició con Regreso a casa (2013) y se afianzó con Chiche mi ovejero (2014, premio Bartolomé Hidalgo en 2015) y Un encuentro de palabras (2016), en los tres casos de la mano del ilustrador Mauricio Marra, que delineó los personajes con la magia de darles encarnadura. La obra de Aliano bucea en su historia personal, en pequeñas anécdotas de esas que dejan cicatrices. En ese camino acomete temas espinosos, se enfrenta al dolor sin esquivarlo; la violencia doméstica, la muerte de una mascota y el desarraigo del exilio del interior a la capital, encarnado en las diferencias léxicas como barrera y como descubrimiento, son abordados a un tiempo con honestidad y delicadeza, calan hondo sin abrumar.

En el flamante Leru leru, Aliano abandona el formato de sus tres títulos anteriores, trabaja junto con otra ilustradora, la italiana Francesca Dell’Orto, y, a juzgar por una primera lectura somera, parecería desmarcarse de la identificación con aquella niña de pelo negro y sonrisa perenne que contaba en una tenaz primera persona del singular con la que se hacía cargo de su peripecia vital. Acá Aliano da lugar también a la tercera persona y a la primera persona del plural, toma distancia, pero en una dedicatoria que –contrario a lo habitual– aparece en la última página revela su conexión personal con la historia que transcurre en las 23 páginas precedentes. “A Edgar, a quien seguramente hice daño en aquel juego de niños” desvela, además del enlace vital, una postura posterior a la inocencia: se cuenta desde el lado del victimario (un efecto que se intensifica con la ilustración, que da a la protagonista un halo angelical, con reminiscencias de Alicia). Se invierte el mecanismo de identificación, y se ponen en cuestión desde el drama de la culpa y, sobre todo, del descubrimiento personal de la falta, las motivaciones que subyacen a las burlas, a los juegos de niños que involucran la crueldad.

El tema de Leru leru es el acoso al diferente mediante supuestas bromas –se pone en palabras, desde el título, un giro idiomático algo arcaico que refiere precisamente a la burla y que siempre se acompaña de un gesto y una entonación particular–, y la superación de esa conducta, repetida irreflexivamente, de la única manera posible: mediante el acercamiento y el conocimiento, que derriban prejuicios y temores. Aparece, como en Regreso a casa, la madre como el lugar del amor, de la comprensión, de la sabiduría, que abraza sin culpar; una figura idílica y poderosa que es recurrente en los textos de Aliano como encarnación del nido tibio que da refugio. El texto es conciso y contundente: “Son los más raros de la escuela”, se sentencia en la primera página para dejar planteado el conflicto. Es interesante el uso de los tiempos verbales: presente para la situación de acoso y pretérito para el desenlace, lo que deja resonando el efecto de esa acción, que perdura en el tiempo de la narración.

Capítulo aparte merecen las ilustraciones de Dell’Orto, con su aire antiguo de fotografías en blanco y negro pintadas después de impresas. Los colores son tenues, las luces y las sombras son protagonistas, en el correr de las páginas la lobreguez va cediendo paso al color en los fondos. Los detalles son significativos y dialogan con el texto con delicadeza, en particular los ojos y las miradas de los personajes: los ojos de Pedro, la víctima de las bromas, siempre apuntan al suelo y no los vemos hasta el final, cuando recuperan la mirada; los ojos de la narradora son fríos y fijos al principio, aparecen velados por el pelo suelto al ser descubierta y adquieren otro brillo al final. Las narices de colores, de disfraz, marcan al diferente, un estigma que deviene signo de transformación.

Leru leru plantea una historia reconocible, mediada por la extrañeza de una estética de ensueño, atemporal, que remarca lo ficcional y lo poético. Esa distancia aleja la anécdota de una pretensión didáctica, anclada en la moraleja, y la ubica en el lugar donde ocurren los cuentos.

Leru leru, de Susana Aliano (texto) y Francesca Dell’Orto (ilustraciones). ¡Más Pimienta!, 2017. 24 páginas.