Es una de esas cosas que se repiten una y otra vez sin más pruebas que la experiencia cotidiana: a la hora de comer, Uruguay es un país que vive de espaldas al mar. Si bien la superficie marítima del país supera a la terrestre (208.057 km2 contra 176.215 km2), Hernandarias, con su soltadas de ganado a principios del siglo XVII, parece habernos condenado a una predilección por la carne roja. Desafiando este estado de cosas, todos los días del año una multitud de personas alza sus cañas, ya sea desde una saliente rocosa, la playa abierta, un dique, la altura de un puente o el margen accesible de un río, y sumergida en sus pensamientos, esperan a que un pejerrey, una corvina, una boga o una tararira les alegre la jornada.

Salvo en la pesca deportiva, en la que el animal es devuelto al agua, frecuentemente lo que sale del mar termina en la panza del pescador aficionado y sus allegados. Esto, que resulta simpático para algunos, también es una de las escasas vías con las que cuenta parte de la población para llevarse proteínas al estómago y también para ganarse la vida (Uruguay además exporta varios millones de dólares en peces de río al año). En ambos casos, esos peces que terminan siendo parte de la dieta no pasan por ningún control sanitario ni de calidad. Entonces, en un mundo en el que el medioambiente es constantemente agredido, cabe preguntarse si se puede comer lo que se pesca. En un artículo anterior hablamos de la pesca en el Río de la Plata, en la que los mayores problemas vienen de la contaminación de las ciudades, sus efluentes, sus puertos y sus sistemas de saneamiento. Mientras las intendencias vigilan periódicamente el estado sanitario de las playas –midiendo la cantidad de coliformes, entre otras cosas–, un puñado de trabajos científicos abordaron la incidencia de los metales pesados en los peces de la costa. Todas las mediciones obtenidas arrojaron concentraciones de metales pesados por debajo de los límites aceptados, por lo que informamos que la pesca en Montevideo y la Costa de Oro no presentaría riesgos para la salud (aunque los científicos que realizaron los estudios recomiendan no ingerir el hígado de los peces, órgano que acumula metales pesados en mayores cantidades que el músculo que termina en el plato como filete).

En los ríos de nuestro país, además de los vertidos por saneamiento de los centros poblados y de la industria, se suman dos problemas debido a la producción agropecuaria: el aporte excesivo de nutrientes –fósforo y nitrógeno en mayor medida– como consecuencia del uso de fertilizantes y de los excrementos del ganado, y la llegada a los cursos de agua de agrotóxicos, ya sea por el uso de herbicidas, fungicidas, plaguicidas o antibióticos de diversa índole. ¿Qué pasa entonces en los ríos de nuestro país sometidos a la presión de la producción agropecuaria? ¿Las grandes extensiones dedicadas a la soja y otros commodities podrían ser perjudiciales para el pescador de sábalos, dorados o tarariras? Una reciente investigación realizada por once científicos de la Universidad de la República (que trabajan en Facultad de Química, en el Centro Universitario Regional del Litoral Norte, en el Centro Universitario Regional del Este y en la Facultad de Ciencias) y de la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (DINARA) podría ayudarnos a responder estas interrogantes y, como siempre sucede en ciencia, realizar algunas otras.

Estudiando el río

La investigación titulada “Ocurrencia de residuos de pesticidas en peces del agroecosistema de secano de América del Sur” fue publicada en el último número de la revista Science of the Total Environment. Allí, los investigadores, coordinados por Andrés Pérez-Parada, del Grupo de Análisis de Compuestos Traza (GACT) de la Facultad de Química, dan cuenta del trabajo realizado en peces recolectados en cuatro puntos de los ríos Negro y Uruguay.

Como marco de su investigación, financiada por el Fondo de Promoción de Tecnología Agropecuaria del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INIA), los autores señalan que “la intensificación de la agricultura en Sudamérica ha causado cambios sustantivos en el uso de la tierra”, y afirman que se ha dado un corrimiento hacia los cultivos de secano intensivos, como los de soja, sorgo y maíz en verano o los de trigo y cebada en invierno, que implican “un uso masivo de pesticidas para maximizar las cosechas”. Si bien reconocen que generalmente se siguen las pautas de las Buenas Prácticas Agrícolas, “es sabido que los residuos de los pesticidas pueden dispersarse y alcanzar biota que no era el objetivo”. Cuando uno ve que el área de cultivos de secano aumentó de 278.000 hectáreas en 2004 a 1.334.000 hectáreas en 2015, preguntarse de qué manera los pesticidas están presentes en el agua dulce de nuestros ríos no es algo trivial.

Para esta investigación se tomaron muestras de peces de cuatro localidades. Por un lado se recolectaron peces en San Javier y Nuevo Berlín, ciudades sobre el río Uruguay cercanas al área protegida Esteros de Farrapos. Las otras dos localidades de las que se extrajeron muestras fueron Mercedes y San Gregorio de Polanco, ambas sobre el río Negro. Mientras que Nuevo Berlín se encuentra cercana a áreas de cultivos intensivos de soja, maíz, sorgo, trigo y cebada, en la zona de San Javier estas plantaciones se intercalan con pasturas naturales. Por su parte, en Mercedes “la tierra es predominantemente destinada a la soja”, mientras que en la zona de San Gregorio de Polanco lo que predomina son los pastizales y la forestación (que también se da, en menor medida, en las cercanías de las dos localidades próximas al río Uruguay). De esta forma, los investigadores señalaban a Nuevo Berlín y Mercedes como las dos localidades con mayor cantidad de tierra dedicada a cultivos intensivos de secano, mientras que San Javier presentaba una menor ocurrencia y San Gregorio de Polanco servía como área de control negativo al ser una localidad que, como no presenta un gran uso de cultivos de secano intensivos, funcionaría como una zona “limpia” para comparar con las otras.

Del río a la mesa

Según el Boletín Estadístico Pesquero 2015 de la DINARA, la pesca artesanal de peces de río no es para nada despreciable y es fuente de ingresos para no pocas familias. Estos son algunos números de la pesca artesanal en 2015:

2.422 millones toneladas pescadas de sábalo.

177 toneladas pescadas de boga.

102 toneladas pescadas de tararira.

88 toneladas pescadas de carpa.

9.902 miles de U$S FOB exportados de sábalo (6.111 toneladas de las que la mayoría son de cultivo en estanques y raceways).

En las tres localidades con cultivos de secano se realizaron dos campañas de muestreo (una al principio de abril de 2015, luego de la cosecha de verano, y otra en setiembre de 2015, luego de la cosecha de invierno). En San Gregorio de Polanco, dada la ausencia de estos cultivos, se realizó un único muestreo en setiembre de 2015. Los peces para el muestreo fueron proporcionados por pescadores locales, obteniéndose ocho especies: tarariras (Hoplias malabaricus), bagres negros (Rhamdia quelen), bagres amarillos (Pimelodus maculatus), viejas de agua cola de látigo (Paraloricaria vetula), viejas de agua (Hypostomus commersoni), dorados (Salminus brasiliensis), bogas (Megaleporinus obtusidens) y sábalos (Prochilodus lineatus). Es importante destacar que dentro de estas ocho especies hay desde animales detritívoros hasta predadores, por lo que está representada gran parte de la cadena trófica de ambos ríos, lo que es importante para ver si los residuos de los agrotóxicos se biomagnifican, o sea, si se acumulan en mayor medida en los predadores.

Sorpresas previsibles

La búsqueda de residuos de pesticidas en el músculo dorsolateral de los peces recolectados se realizó mediante técnicas como la espectrometría de masas por cromatografía de gases. Lo que se descubrió no fue menor: “residuos de 30 pesticidas se detectaron en el 96% de los individuos”, esto es, se encontraron restos de agrotóxicos en 143 de los 149 peces analizados. Y aún hay más: en promedio, se hallaron cuatro pesticidas en cada ejemplar estudiado, demostrando que “la mayoría de los peces han incorporado múltiples pesticidas en sus tejidos”.

En San Javier, Mercedes y Nuevo Berlín los compuestos más frecuentes encontrados pertenecen a dos fungicidas (trifloxistrobina y piraclostrobina) y a un herbicida (metolacloro), presentes en productos de distintas marcas. La trifloxistrobina apareció en 84% de los peces contaminados, mientras que el metolacloro lo hizo en 56%. Si bien San Gregorio de Polanco se proponía como zona de control negativo, los peces allí capturados también tenían restos de pesticidas. Al comparar las especies no migratorias (para descartar aquellas que podían exponerse a esos productos en otras regiones), si bien el promedio de San Gregorio de Polanco es menor (entre uno y dos pesticidas por pez, contra entre tres y siete en los de Nuevo Berlín), de todas formas arroja que los músculos de los peces de esa región también son testigos del impacto de las prácticas agrícolas. Horacio Heinzen, de la Cátedra de Farmacognosia y Productos Naturales de la Facultad de Química, y uno de los científicos que trabajó en la coordinación y planificación de la investigación, explica así los resultados encontrados en San Gregorio de Polanco: “Imaginábamos que en esa zona, si bien no era prístina, la incidencia de los pesticidas iba a ser mucho menor. Luego del estudio, y mirando con más atención, uno ve que en la zona hay mucha forestación y mucha ganadería extensiva, y eso contribuye a la aparición de pesticidas”. Heinzen hace hincapié en el tema de la ganadería, que si bien es extensiva, también termina arrojando pesticidas a los cursos de agua: “sobre todo por los baños del ganado, que tienen una parte importante de agroquímicos. Y parte del agua de esos baños permea hacia los cursos de agua y termina en los ríos más grandes”.

Según concluyen los investigadores en el trabajo publicado, “hasta donde sabemos, este es el primer estudio que reporta la presencia combinada de pesticidas aprobados para la agricultura en el músculo de peces de agroecosistemas de cultivos de secano en América Latina”. Dado que el modelo de agronegocio que predomina en nuestro país también está presente en los países vecinos, el estudio es importante no sólo para Uruguay, sino para todos aquellos que encuentran en la soja y otros cultivos de secano el motor que impulsa al agro.

¿Y entonces?

El trabajo realizado por los investigadores uruguayos es un buen punto de partida para entender de qué manera los modelos de producción agrícola impactan sobre el ambiente. Cabe señalar que a pesar de que el 96% de los peces analizados mostraron residuos de pesticidas, en todos los casos se trataba de cantidades subletales, esto es, que no producen la muerte. Y si bien no deja de preocupar la presencia de agrotóxicos en los peces, hay que decir que uno siente un poco de alivio al saber que los científicos no encontraron restos de pesticidas no autorizados por el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP). Para Heinzen el trabajo es útil para repensar el uso de los agrotóxicos: “Lo que recogimos es una muestra de los pesticidas que se usan en la actualidad. Y si bien están todos permitidos, nos llevamos algunas sorpresas. Por ejemplo, nos encontramos en los peces con compuestos que en principio, y de acuerdo a la bibliografía, no deberían ser muy persistentes en agua, o que no deberían encontrarse con facilidad porque tienen una vida activa muy corta, como es el caso de la trifloxistrobina”.

Para el científico, esta investigación proporciona insumos para pensar sobre lo que sucede cuando se registra un agroquímico: “Este trabajo muestra datos interesantes para tener en cuenta en el ítem ‘efecto o acción en especies no objetivo’ que tienen los registros de los agroquímicos, que es el efecto causado en las especies que no son blanco del compuesto pero que pueden verse afectadas por ellos”. Heinzen reflexiona: “A los efectos de la preservación del recurso agua,este estudio es importante porque estos agrotóxicos tienen efecto sobre la vida silvestre, ya que como se menciona en el artículo, la trifloxistrobina afecta el desarrollo de los peces en su etapa temprana de desarrollo, y eso afecta a la biodiversidad. Y en el caso de aguas que fueran destinadas a consumo humano, estaríamos hablando de otra situación distinta”.

Para quien saca su caña en el río Negro o el río Uruguay, este trabajo lo que dice es sencillo: si bien los peces de nuestros ríos tienen en sus músculos restos de agrotóxicos, las cantidades que se detectaron son bajas para provocar la muerte del pez y, más importante aún, muy lejanas a las cantidades que podrían ocasionar riesgos a la salud humana; sábalo, tararira, vieja de agua, dorado o bagre que salga del río está apto para el plato en lo que concierne a restos de pesticidas del agro. Heinzen dice que “Las concentraciones que encontramos no representan un peligro para la salud humana. Andrés Pérez-Parada, que coordinó todo el trabajo, hizo cálculos y le dio que, de acuerdo a la ingesta diaria admisible, que es un parámetro toxicológico internacional, para que las concentraciones que encontramos afectaran a una persona tendría que comer cuatro toneladas de ese pescado por día”. ¿Esto quiere decir que hay que dejar que los productores rurales sigan fumigando y aplicando productos intensivamente? Claro que no: sus pesticidas no deberían llegar a los cursos de agua dulce. El estudio es entonces un trabajo fundamental para promover el monitoreo ambiental usando a los peces como bioindicadores, sienta las bases para futuras mediciones y obliga a buscar mejores Buenas Prácticas Agrícolas para que no paguemos todos por la buena fortuna del agroexportador de cultivos de secano.

Números para que el MGAP y la Dirección Nacional de Medio Ambiente (DINAMA) tomen nota

143: cantidad de los 149 peces analizados que tenían rastros de pesticidas.

21: cantidad de pesticidas encontrados en un único dorado de Nuevo Berlín.

15: cantidad de fungicidas encontrados.

10: cantidad de insecticidas encontrados.

5: cantidad de herbicidas encontrados.

4: cantidad promedio de pesticidas por pez.

2: compuestos de fungicidas que aparecieron con más frecuencia (trifloxistrobina y piraclostrobina).

1: compuesto de herbicida que apareció con más frecuencia (metolacloro).

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