Vale aclarar que en mi historial tengo más canchas que tablados, y que lo poco que sé sobre la murga lo aprendí en La Manga Larga, una agrupación de amigos de toda la vida, que lo siguen siendo, aunque algunos ya no se pinten la cara. Entonar aquellos versos de protesta y poesía fue una de las cosas más lindas de la vida. Tiempo después, cobijados por los colores de mi cuadro, la gurisada de Correla Que Va En Chancletas me sumergió otra vez en ese cauce popular, un tejido anual de amistades y amores del barrio. Hay cosas que quedaron colgando de ese mostrador, cosas que las pegó el viento a la pared. Olores a humo, miradas brillosas de terciopelo. El ruido del descorche, vidrios que chocan, voces que entonan. Gurisas y gurises que eligen trillar la vida así, de a muchos, sin estar solos. De crear, de cantar, de decir.

En el corso del barrio Unión, sobre los carros alegóricos va la vida, saludando. La bailarina saca a bailar candombe a la vecina de la cuadra, mientras los tambores hacen temblar 8 de Octubre. Manzana acaramelada y pop, caretas de antaño, el negocio del papel picado. Y yo, que me agarro de la mano del amor, porque el barrio se parece al amor. Se parece a lo que somos.

Cuando era botija entendí que la murga decía cosas de política, después entendí que usaban el humor. Después me hablaron de lo coral, de la grapamiel y de la amistad. Un día entendí que la murga hacía reír y hacía llorar. Y que la popularidad de las luchas es por transitiva, no es moda. Las manifestaciones populares son eso mismo: manifestaciones y populares. La Mojigata habló del repudio a “cualquier agrupación, institución o persona que pudiera obstaculizar la interacción entre el público y los conjuntos participantes”. Yo me sumo a ese repudio y oigo tapones sobre tablas cuando Cayó la Cabra sube a los tablados. Oigo una voz joven, creativa, artística, crítica, manifestante, inquieta, de barrio. Y veo futbolistas de cara pintada y traje identitario cada fin de semana. Es la misma lucha contra la misma tiranía. La empresa Tenfield recurre nuevamente a la censura, queriendo apagar la voz de la murga, como lo hizo con nuestras pancartas y nuestros reclamos. ¿Hasta dónde se desvía la información? ¿Hasta cuándo la censura del monopolio? ¿Hasta dónde somos solidarios con nosotros mismos? ¿Hasta cuándo se van a meter con nuestras manifestaciones populares?