Monster Hunter: World es un videojuego que cuenta de qué se trata y cuáles son sus intenciones en su nombre. Traducirlo como “Cazador de Monstruos: Mundo” –o “Mundial”– es decir mucho de este título: lo primero es que Monster Hunter es una saga de action RPG –rol y acción– que va de ponernos en la piel de un cazador de bichos enormes en un universo steampunk con mezclas de Jurassic Park; lo segundo es que esta entrega es el intento de occidentalizar una saga que, si bien es exitosa, siempre tuvo su público más fiel en tierras niponas.

Lejos de quedarse en buenas intenciones, Monster Hunter: World salió a la venta el mes pasado y ya vendió 7,5 millones de copias, convirtiéndose en el juego más vendido en la historia de Capcom; no es un dato nada menor si tenemos en cuenta que esta empresa es la responsable de sagas como Street Fighter, Megaman, Devil May Cry o Resident Evil.

El aspecto más económico es una suerte de introducción fría para un videojuego que encuentra sus puntos fuertes en la inteligencia artificial de los monstruos que cazamos, en un universo tan orgánico creado a partir de lo digital. Esta entrega mundial nos coloca en el Nuevo Mundo, una isla inhabitada repleta de criaturas desconocidas para el ser humano. En este contexto, somos un cazador de la quinta flota de personas enviadas a esas tierras inhóspitas para investigar –entre tantas cosas– la migración de una bestia ancestral y su vínculo con la isla.

En estos mapas es donde se ejecuta un juego repleto de ideas inteligentes, en especial aquellas que invitan a la inmersión. A diferencia de los juegos clásicos de rol, nuestro avatar no tiene características como fuerza, destreza o inteligencia que podamos aumentar; acá los atributos vienen de las armas y armaduras que portamos que, como se pueden imaginar, se crean a partir de las partes de los monstruos que cazamos. Otro aspecto distintivo en su género es que desde el primer minuto tenemos todas las armas disponibles en su estado básico. Esto quiere decir que tenemos que salir al mundo a enfrentar a estos bichos en su hábitat probando el arma que se adecue más a nuestro estilo personal, que es ahí cuando el juego se luce: los monstruos tienen sus rutinas; se mueven por diferentes áreas, duermen, se alimentan y luchan entre sí, y para encontrarlos debemos seguir su rastro, ver sus huellas y encontrar cualquier desperdicio natural que dejen por su camino. Cuando nos toca ir a las armas debemos ser pacientes y atacar en los momentos precisos, aprovechando al máximo el terreno en el que estamos combatiendo para obtener ventajas o crear trampas naturales para generar algún efecto en la presa.

La insistencia voluntaria y exigente en todos los aspectos de una cacería son el néctar de los jugadores hardcore que defienden este título en las redes como si de una religión se tratase. La dificultad tan propia de estos juegos japoneses puede amedrentar a aquellos que buscan una experiencia más suave; si bien Monster Hunter nunca será amigable, esta última entrega –por la occidentalización mencionada– es la forma ideal de empezar con esta saga. Es difícil pero inmersivo como pocos, jamás frustra tanto como para dejarlo de lado.

Monster Hunter: World es un videojuego absolutamente recomendable; me recuerda a las sensaciones que tuve con Nier: Automata el año pasado: saldrán juegos con mayor presupuesto, expectativa y puntaje que este, pero es indiscutible que es de lo mejor que se verá este año en la industria.