En El gato y la caja Enzo Tagliazucchi escribe acerca de sus investigaciones sobre las drogas psicodélicas, el cerebro y la conciencia. Su estilo, ameno, didáctico y no exento de observaciones cáusticas y humorísticas, le permite llegar al gran público sin que nadie se detenga a pensar qué hace un doctor en Física y matemático hablando de conciencia, neurotransmisores, lo equivocado de la “guerra a las drogas” y las posibilidades terapéuticas que ofrecen el LSD, los hongos con psilocibina y el éxtasis.

Las dos preguntas

Muchos prefieren hablar de ciencias así, en plural. Para otros, como uno, la ciencia es más que nada una herramienta para obtener conocimiento, siendo las disciplinas apenas una necesidad pragmática que hace que la distinción entre ciencias duras y ciencias blandas carezca de sentido. Por eso cuando Enzo Tagliazucchi habla en el patio de la Facultad de Psicología sobre su derrotero científico, lo que dice fascina pero no sorprende: “Yo estudiaba física y matemática y no me importaba mucho el cerebro. Pero tenía una novia que me llevó al Taller Argentino de Neurociencias”, cuenta. En ese encuentro asistió a una charla del brasileño Miguel Nicolelis, experto mundial en el tema de la interfaz cerebro-máquina, quien mostró un video de un mono que, con las manos atadas y electrodos en su cerebro, manejaba un brazo mecánico para tomar jugo de naranja. “En ese momento me di cuenta de que el cerebro era un sistema físico y que no existía un impedimento para aplicar la física al cerebro porque fuera un tejido vivo”, recuerda.

Sin embargo, no fue allí que Tagliazucchi empezó a analizar lo que pasaba con las señales cerebrales ni a calcular algoritmos que permitieran entender mejor lo que sucede en la corteza cerebral. Por razones personales, comenzó a interesarse en el fenómeno de la conciencia. “El cerebro no es como las otras cosas que existen en el universo. Tiene un punto de vista en primera persona, existe qué es ser un cerebro, cómo se siente ser un cerebro, pero no existe ser un banco, cómo se siente ser un banco”, reflexiona mientras estamos sentados a minutos de que dé su conferencia.

Para Tagliazucchi las dos grandes preguntas filosóficas son por qué hay algo en lugar de nada y por qué tenemos conciencia. “La diferencia es que la primera pregunta refiere a una singularidad que ocurrió una sola vez y que no se puede volver a repetir ni experimentar. Pero la conciencia está todo el tiempo delante nuestro, y aún así no la podemos entender. Por eso para mí es probablemente el desafío más grande de la ciencia”. Esta es apenas una de las dos cosas que llevaron a Enzo a estudiar lo que estudia.

Por eso para él, que afirma que “no es lo mismo el conocimiento que la experiencia”, sus vivencias personales están en pie de igualdad con la curiosidad que se le despertó como científico ante el desafío de la conciencia: “La respuesta típica que doy al respecto de por qué empecé a estudiar los psicodélicos es que a mí me interesaban los estados de consciencia reducida, el sueño, la anestesia, para ver lo que cambia y tratar de entender qué es lo que desaparece del cerebro cuando no estamos conscientes, y que después me empezaron a interesar manipulaciones más sutiles de la conciencia, como las que podés generar con el estado psicodélico”. Pero tras esa “respuesta típica” hay una historia personal. Y su origen también está relacionado con aquella conferencia que lo llevó a interesarse por la neurociencia.

Tras leer un libro en el que, desde un gran reduccionismo, se afirmaba que uno es el disparo de neuronas sincronizadas, se sumió en una crisis existencial. Sumergido en ella estaba cuando tuvo su primera experiencia con psicodélicos, en su caso con el hongo Amanita muscaria, cuya imagen lleva tatuada en la cara interna de su brazo derecho. “Tuve un clic que luego me llevó a interesarme en los psicodélicos y en el estudio de la conciencia”, recuerda. Ese clic lo explica al experimentar el efecto disociativo de las sustancias psicodélicas: “La disociación, en términos psicológicos, es la idea de que procesos cerebrales que van de la mano pueden aparecer separados”. Por ejemplo, recuerda que luego de probar el hongo comió un limón entero, algo que “no está bueno”, pero al tiempo que sintió todo lo que uno sentiría, no experimentó la parte de vivirlo como algo desagradable: “Me di cuenta de que mi mente era algo mucho más complejo de lo que había creído toda mi vida”, recuerda hoy.

Acicateado por su experiencia personal, Enzo se dedicó a estudiar cómo los psicodélicos afectan la conciencia, sabiendo que “la conciencia es algo que crea el cerebro pero que también se puede manipular con sustancias”. Su formación como físico le permitió trabajar con el método científico, y abordar la conciencia es parte del continuo que lleva de la física, pasando por la química y la biología, a la ecología. “La división del conocimiento siempre me pareció arbitraria; yo no me considero nada, ‘físico’ sólo habla de mi formación”, dice y lo refrenda en la práctica, ya que trabaja con psiquiatras, neurocientíficos, psicólogos, físicos y psicofarmacólogos.

La conciencia escaneada

Como Tagliazucchi dice en las páginas del El gato y la caja, “así como los físicos chocan partículas subatómicas a altísimas velocidades para que se desarmen y descubrir qué tienen adentro, los psicodélicos se presentan como una manera relativamente inocua de sacudir el cerebro y ver cómo responde. Colisionar las moléculas naturales de nuestro cerebro y de nuestras neuronas contra las de LSD, psilocibina, DMT y otros psicodélicos daría como resultado indefectiblemente un estado alterado de conciencia que llamamos ‘viaje’, el cual, mediante el uso de la resonancia magnética funcional y otras herramientas, podría permitirnos presenciar el desarmado y rearmado de procesos como ‘conciencia’ y ‘percepción’ para poder comprenderlos mejor”.

Así que formó parte de un equipo que en Londres estudió a voluntarios a los que se les administró psilocibina, el compuesto activo de muchos hongos psicodélicos, por ejemplo el cucumelo (Psilocybe cubensis), y observaron que ciertas oscilaciones en el hipocampo eran muy similares a las que se dan en la fase REM del sueño (que es en la que justamente soñamos) y en otros estados alterados de la conciencia, como en el aura, que se da antes de una crisis de epilepsia en el lóbulo temporal. Para observar estos patrones recurrieron a la resonancia magnética funcional (fMRI), que permite tener imágenes en tiempo real de las zonas que se activan en el cerebro.

Sin embargo, en esos estudios de resonancia magnética, que arrojaron resultados importantes, para él no se tiene en cuenta la subjetividad de la persona –y ya vimos la importancia que Enzo le da a la experiencia–. Por eso, en una nueva investigación, publicada en enero de este año en la revista Frontiers in Neuroscience, realizaron un análisis semántico que comparó la vivencia de las personas ante distintas sustancias y los reportes de sueños. Para las experiencias subjetivas con sustancias que provocan efectos en las personas utilizaron la base de datos de la página Erowid, en la que hay unos 25.000 reportes de usuarios que consumieron distintas drogas, desde aquellos que tomaron mate hasta los que probaron lo que secretan algunos sapos pasando por alcohol, marihuana, antidepresivos, estimulantes, opiáceos y obviamente, psicodélicos. Por otro lado, utilizaron reportes de sueño y compararon los textos mediante análisis semántico. Los resultados confirmaron lo que ya habían visto con la resonancia funcional: “En esta fenomenología comparativa, las drogas que ocuparon los primeros lugares del ranqueo fueron, nuevamente, los psicodélicos serotoninérgicos (como el LSD o la psilocibina)”, dice con entusiasmo.

Pero Tagliazucchi no descansa y adelanta: “Hicimos lo mismo con gente que ha descrito experiencias cercanas a la muerte y los resultados los publicaremos en breve”. Usando unos 10.000 reportes de personas que pasaron por esa experiencia, cruzaron los datos con los de la experiencia subjetiva del consumo de sustancias.

Enzo cuenta que el trabajo es relevante dado que hay dos teorías fuertes: una, defendida por Rick Strassman, sostiene que esas experiencias se deben a una droga psicodélica endógena de muy corta vida, la dimetiltriptamina, que la glándula pineal secreta ante experiencias extremas, como las religiosas intensas o las cercanas a la muerte; por otro lado, Karl Jansen afirma que la experiencia cercana a la muerte está más relacionada con los estados disociativos que produce la ketamina (salirse del cuerpo, disolución del ego, pérdida de visión y audición) y que en nuestro cerebro habría una ketamina endógena, las endopsicocinas, que se secretarían en momentos cercanos a la muerte. Mi mirada denuncia una gran curiosidad, por lo que Tagliazucchi, pese a no haber publicado los resultados, confiesa: “Cuando ranqueamos las drogas de acuerdo a la similitud ante la experiencia cercana a la muerte, la que quedó primero por lejos fue la ketamina”.

Toda guerra se basa en el engaño

Para Enzo Tagliazucchi el enfoque de “guerra a las drogas” no sólo es equivocado y un fracaso, sino que más que guerra “es un genocidio por la cantidad de personas que mueren o son privadas de sus derechos”. No oculta su extrañeza y pregunta: “¿Por qué si se sabe que los psicodélicos son mucho más seguros que otras drogas, incluso las legales como el alcohol y el tabaco, y no producen adicción, están prohibidos en la misma categoría que la heroína o la cocaína?”. Para Enzo los psicodélicos son “sustancias inocuas físicamente que están muy demonizadas”, pero también aporta un punto de vista interesante: “Creo que los psicodélicos no son drogas recreativas, no son drogas de escape, sino que son principalmente drogas educativas, y que si no se entiende eso es inevitable que sean demonizadas. Si hoy se vendiese LSD en los quioscos, mucha gente no estaría preparada para ese estado de conciencia”.

El enfoque de Tagliazucchi es pragmático, al punto que dice que no le interesa tanto “discutir sobre lo mal que está la política sobre drogas, porque eso es evidente para la mayoría de la gente, incluso para los políticos, sino que lo interesante es ver cuál es el mecanismo de cambio”. En ese sentido admite que un camino “es ver que los psicodélicos tienen efectos terapéuticos” y por tanto podrían servir para ayudar a pacientes con depresión, estrés postraumático y otros trastornos. “Entendiendo eso podría cambiar la legislación, pero ese abordaje no me termina de satisfacer”. Es que para Tagliazucchi al abrir la puerta sólo para fines terapéuticos “no se está admitiendo que los psicodélicos puedan ser consumidos como herramientas de autoconocimiento sin que deban tener la necesidad de curar algo”.

Para Enzo el camino ideal sería el de la educación. Y en ese sentido para él no se necesita mucho para lograr que la gente entienda qué son los estados alterados de la conciencia: “La gente ya está familiarizada con estados de conciencia alterados similares al del LSD. La gente no se da cuenta, pero todas las noches, cuando sueña, está en un estado de conciencia alterado, irreal, alucinatorio, a veces lleno de ansiedad, pesadillas”. Ojo, esto no quiere decir que Tagliazucchi ande recomendando a la gente que consuma psicodélicos. Lo que él quiere que quede claro es que “si hay una convergencia tan grande entre la fenomenología de los psicodélicos y la de los sueños, a menos que el gobierno prohíba soñar, lo que no creo pase dentro de poco, hay que reevaluar la idea de que estén prohibidos”.

Bajo control

Para el científico argentino tenemos miedo a perder el control por tener una sustancia en el cerbero. Y no sólo pasa con los psicodélicos: “A mi madre le recetaron un antidepresivo por un problema de ansiedad, y se negaba porque creía que los antidepresivos los toman los locos; tenía miedo por lo que le iba a pasar y se obsesionó con el prospecto. Estamos tan centrados en la conciencia de uno mismo que tenemos pánico de perder el control”. Y allí volvemos una vez más a nuestra apreciada conciencia: “La gente piensa que los psicodélicos distorsionan la realidad, pero eso es totalmente falso. La realidad es una construcción del cerebro incluso estando sobrios. Cuando tomás un psicodélico reemplazás esa realidad por otra, en todo caso. Y en cierto sentido esa realidad es más real, porque lo que vimos que hacen es que disminuyen la inhibición del cerebro, permitiendo que acceda a la consciencia toda la cacofonía de procesos que el cerebro deja por fuera”.

Para Enzo Tagliazucchi los psicodélicos nos permiten ver mejor la máquina con la que pensamos: accedemos a información sin procesar y vemos qué cosas maneja el cerebro para construir esa realidad que nos parece tan real. De hecho, cuando el LSD no estaba prohibido, el laboratorio que lo había sintetizado se lo enviaba gratuitamente a los psiquiatras para que tuvieran la experiencia de entender algunas de las cosas que vivían sus pacientes esquizofrénicos. Es que como dice en Un libro sobre drogas, “lejos de generarnos una ilusión, consumir un psicodélico estaría desnaturalizando nuestras ilusiones permanentes: el ‘yo’ no sería más que otra ilusión de nuestro cerebro”. En este sentido, los psicodélicos pondrían en evidencia que la conciencia, tal como el poderoso Mago de Oz, es en realidad frágil y vulnerable, y que mediante trucos y cortinas nos escatima la realidad.

Según el cristal con que se mire

Un libro sobre drogas, publicación editada por el colectivo de El gato y la caja, es una obra de consulta maravillosa con información científica que aporta datos sobre las distintas sustancias dejando en evidencia lo irracional de las políticas prohibicionistas. Según los autores, “es un proyecto sobre ciencia, política y la relación entre las sustancias psicoactivas y nosotros, las personas, que tiene por objetivo desnaturalizar prejuicios, cuestionar costumbres y generar espacios de discusión sobre la manera en la cual desarrollamos las políticas públicas de drogas”. Creado bajo licencia Creative Commons, puede leerse por completo en la web elgatoylacaja.com.ar/sobredrogas, y quienes quieran pueden comprar una edición papel o digital.

De allí sacamos estas definiciones que Enzo Tagliazucchi da sobre los psicodélicos de acuerdo a quién los vea.

¿Qué son los psicodélicos?

Para un psiquiatra clásico: “Son ‘alucinógenos’ (toxinas dañinas que inducen una especie de delirio antinatural y poseen la capacidad de causar síntomas semejantes a episodios psicóticos) y definitivamente deben ser evitados, más allá de que resulten muy interesantes desde el punto de vista científico y médico debido a su capacidad de emular estados de conciencia similares a los que padecen algunos pacientes con trastornos psiquiátricos”.

Para un terapeuta o psiquiatra interesado en tratamientos no convencionales: “Pueden ser ‘empatógenos’ [disparadores de empatía], la puerta que se abre para tratar con pacientes de difícil acceso, que sufrieron episodios traumáticos y no logran recuperar un estado de bienestar”.

Para alguien religioso o interesado en el misticismo: “Son ‘enteógenos’, sustancias con la capacidad de conjurar uno o varios dioses, o de revelar la divinidad latente en el mundo natural”.

Para un neurocientífico: “Son sustancias que, como su nombre lo indica, se manifiestan en la mente: potentes herramientas para indagar cómo el cerebro genera y preserva los contenidos de su conciencia, cómo funcionan los sentidos y cómo esta información se relaciona entre sí y da origen a nuestra percepción del mundo”.

Para muchos políticos y sectores conservadores de la sociedad: “Son ‘drogas’ que deben ser prohibidas y combatidas”.