Ayer se presentaron tres variedades de guayabos del país [Acca sellowiana] domesticadas por investigadores de distintas dependencias que buscan ofrecer nuevas alternativas a productores frutícolas. Este proyecto arrancó en el año 2000 e involucra a las facultades de Agronomía (Fagro), Ciencias y Química de la Universidad de la República (Udelar), al Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias (INIA), a la Dirección Forestal del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP), al Laboratorio Tecnológico del Uruguay (Latu), organizaciones sociales y a una decena de productores que se sumaron a la iniciativa.

Los ingenieros agrónomos Beatriz Vignale (Fagro) y Danilo Cabrera (INIA) investigan al guayabo desde hace mucho tiempo; lo mismo sucede con Juan Pablo Nebel (MGAP) y con otros científicos que se han sumado al proyecto. “Vimos posibilidades de desarrollo de los frutos nativos. Entre todos nos pusimos a discutir y a trabajar en este proyecto para darles nuevas alternativas a los productores”.

Los investigadores comenzaron a experimentar con semillas de frutos dispersos en diferentes puntos del país. “Nebel conoce todos los montes del país, nos decía dónde había especies y empezamos trayendo materiales a las estaciones del INIA en Canelones y de la Udelar en Salto”.

“Los camperos también cumplieron un rol fundamental porque las familias nos contaban sobre las plantas y dónde encontrarlas: montes, parques de estancias. Posiblemente antes se regalaban plantas de guayabos, porque en esos jardines se encontró bastante material que introducimos en la colección”, observó Cabrera.

A partir de esas especies seleccionadas, “la profesora Vignale empezó a hacer cruzamientos” y “comenzamos a conseguir mejores materiales”.

El trabajo realizado con las diferentes semillas trajo consigo buenos resultados. “Nos dimos cuenta de que con los materiales que sacábamos del monte y poníamos en otras condiciones –el cariño del riego, buen drenaje con mucha materia orgánica, luminosidad– obteníamos frutos de mayor tamaño” que en estado silvestre.

“Gusto muy particular y con mucha vitamina C”

El “guayabo del país” es un árbol de follaje perenne que en estado natural se adaptó a las diversas condiciones del suelo uruguayo. Su color es verde grisáceo y crece a poca profundidad.

El guayabo florece entre octubre y noviembre. Los pétalos de sus flores son blancos, cargados de estambres rojos. Los pájaros gustan de esas flores, tanto que contribuyen a la polinización.

Cuando están maduros los frutos adquieren una cáscara verde y una pulpa blanca, “levemente rosada”, con semillas pequeñas, también comestibles. La cosecha se hace entre fines de febrero y mayo. Para Danilo Cabrera, el guayabo tiene un “gusto muy particular, se lo ha definido como algo parecido al ananá, pero yo creo que es muy silvestre, al igual que el arazá o la pitanga, que también son muy especiales”.

Es un fruto que “tiene mucha fibra, y mucha vitamina C, que lo hace muy bueno para el invierno”, así como una importante carga de antioxidantes y fenoles.

Cabrera dijo que se han realizado múltiples experimentos de cultivo a través de semillas y que ahora apuestan a la reproducción “asexuada” o de “estaca”, de modo de que los gajos elegidos de los “mejores ejemplares” reproduzcan la calidad de sus frutos.

“El interés creciente por los frutos nativos y los aportes que distintos sectores les han prestado alientan esperanzas para desarrollar una nueva cadena productiva. Una muestra de ello es lo que ha acontecido con la organización del encuentro nacional de frutos nativos. Empezamos hace nueve años. En la primera edición éramos 12 personas, y en la última hubo 200”, entre “productores, chefs, técnicos, docentes, nutricionistas, curiosos”. “Faltaron transportistas, porque aún no se empezó a vender con fuerza en el mercado”.

Para los promotores del proyecto Guayabo del País, los objetivos son claros: encontrar las mejores variedades para potenciar una nueva línea de trabajo en el sector frutícola y colaborar con la conservación de la biodiversidad. “Hay que dar las condiciones para que las plantas crezcan bien, para que la gente pueda tener resultados productivos en la calidad del fruto. Esto no puede quedar en una moda nomás”. En el caso del guayabo debe apostarse a un modelo “en escala familiar” porque el producto “es perecedero, hay que cosechar, máximo, día por medio”.

Los resultados logrados hasta el momento por los productores de guayabos –cerca de una decena en todo el país, que ocupan ocho hectáreas en su conjunto– son “buenos”. Todavía no son fáciles de conseguir, pero aquellos almacenes y supermercados que cuentan con guayabos los venden a 70 pesos por kilo.

Para Cabrera, “la fruta fresca es lo que tiene la mayor rentabilidad, pero son muy interesantes para el procesamiento, porque se mantiene el producto durante todo el año en las góndolas, ya sea en forma de mermeladas, licores, helados o aguas saborizadas”.

Cabrera dijo que los investigadores y productores “colocaron los primeros ladrillos en la construcción de este edificio”. “Recién presentamos la primera selección de especies de guayabos. La idea es seguir trabajando para las futuras generaciones, buscando la variabilidad”. “Hay que seguir invirtiendo” en proyectos de investigación y de producción de frutos nativos y en la conservación de los montes, “porque debemos mantener esas raícillas con el territorio”, alentó.

Tres variedades

El proyecto Frutos Nativos que llevan adelante la Udelar, el INIA, el MGAP y el Latu, entre otros organismos, apunta a crear las condiciones para reproducir, además del guayabo, “al arazá amarillo y rojo, a la pitanga, al guabiyú y a la cereza de monte o pitangón”, explicó Cabrera.

Durante la jornada que se hizo ayer en el INIA Las Brujas se presentaron tres genotipos escogidos en isla Naranjo (Río Negro), camino Las Piedritas (Canelones), Cerro Chato (Florida).

Esas tres variedades poseen un “potencial superior” en función de “sus características de sabor, productividad, estabilidad de su producción, tamaño de fruto y capacidad de propagación vegetativa”, explicó el investigador del INIA.

Esas variedades “se complementan” en sus fechas de cosecha y en las posibilidades de su utilización como polinizadores, por lo cual el programa Frutos del País recomendará “usar al menos dos de ellos en los establecimientos comerciales”.

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